El lunes por la mañana se movió en una marea de reuniones, plazos e informes. El punto culminante fue el té de la mañana, que Daniela de Proyecciones había traído para su contribución al turno de cocinar y compartir que aparentemente yo había iniciado. Había preparado una tarta de hojaldre fina con remolacha asada, queso feta y glaseado balsámico, qué, según ella, había sacado de la receta tradicional turca de su abuela.
Y oh, Dios mío. Estaba tan buena. Tomé una foto rápida en mi teléfono, alegando que era para poder replicar la receta más tarde.
—Se la vas a enviar a Jeongguk, ¿verdad? —preguntó KaHei.
La adjunté a un mensaje, pulsé enviar y levanté la vista del teléfono.
—Por supuesto.
Ella puso los ojos en blanco.
—¿Cómo es posible que estés perdiendo peso con toda esta comida que haces?
Antes de que pudiera contestar, mi teléfono sonó. Era Jeongguk.Jeongguk: Se ve bien. ¿Cuándo la vas a hacer para mí?
YoonGi: Cuando me hagas esa ensalada con cordero que sigues prometiendo, pero no cumples.
Jeongguk: Auch. ¿Qué tal este sábado?
YoonGi: ¿No vas a hacer el reto del entrenador el sábado?Jeongguk: Sí. Por la tarde. Lo último que he oído es que la cena suele ser por la noche.
YoonGi: Auch. ¿Tu casa? ¿O la mía?
Jeongguk: La tuya.
KaHei interrumpió mis mensajes de texto.
—Si sigues sonriendo así, la gente pensará que estás viendo porno en tu teléfono.
—No estoy sonriendo a mi teléfono. —Tuve que obligarme físicamente a hacer un mohín para no sonreír—. Estoy haciendo estiramientos de labios.
—Mmhm —dijo KaHei con tono inexpresivo.
Me incliné sobre nuestra mesa de almuerzo y susurré:
—¿Y quién sonríe cuando está viendo porno?
—Gente feliz, y vírgenes.
Lo consideré y concedí con un movimiento de cabeza.
—Buen punto.
KaHei aseguró la tapa de su recipiente para el almuerzo y colocó su tenedor precisamente a las doce y seis.
—No olvides tu reunión a las dos con la jefa —dijo sin perder el ritmo—. ¿Alguna idea de qué se trata?
Negué con la cabeza.
—Nada. Supongo que es la analítica de datos habitual.
KaHei puso una cara que me decía que no se lo creía.
—Si así fuera, Chaewon habría pedido un informe estadístico.
—¿Y no lo ha hecho?
KaHei negó con la cabeza.
—No.
—Oh.
KaHei torció los labios y sus ojos brillaron de incertidumbre.
—¿Esperamos reducción de la empresa? Porque la oficina de Melbourne lo ha hecho.Bueno, mierda.
—Espero que no.
—No tienes que preocuparte —dijo en voz baja.
—Y tú tampoco. Porque somos un equipo, KaHei. No podría hacer esto sin ti, y se lo diré.
En un raro momento de vulnerabilidad, me dedicó una tímida sonrisa. Estaba muy lejos de su habitual carácter feroz y sarcástico.
—Gracias.
Me acerqué y le di un apretón en la mano.
—Lo digo en serio.
A medida que nuestra pausa para el almuerzo llegaba a su fin, Sam, HyeIn y Laly pasaron por delante de nuestra mesa hacia la puerta.
—Hola, YoonGi —dijo Sam—. ¿Qué tal el fin de semana? ¿Hiciste algo emocionante?
Oh, Dios. Conversación. No digas nada estúpido, YoonGi.
—Bien, gracias. Sólo lo de siempre... Cantar borracho sobre las mesas el viernes por la noche, y para que sepas, los chupitos tienen mucho de culpa. Me pasé todo el sábado muriendo por culpa de la resaca. De nuevo, no es mi culpa, y el domingo fue una mezcla de increíble y horrible. Así que sí, lo de siempre.
Todos parpadearon al unísono, y me felicité mentalmente por no haber dicho algo demasiado estúpido. KaHei disimuló una risa con una tos.
—Suena divertido —dijo HyeIn lentamente.
—¿Cómo fue el tuyo? —pregunté. ¿Veis? Podía conversar. Me enorgullecí un poco de mis habilidades como adulto.
—Tranquilo, en comparación con el tuyo. Sólo cosas de familia, ya sabes cómo es eso.
Asentí, porque sí, sí lo sabía.
—Odio los chupitos —dijo Laly—. Tuve una experiencia terrible con ellos en la universidad y no he podido beberlos desde entonces.