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Su cabello era largo y sedoso, ondulado y castaño, igual de bello que como lo fue el de su madre. Los grandes ojos brillaban y parecía que nada en el mundo podría quitarles esa viveza, o al menos su padre no permitiría que nada se la arrebatara. La piel era suave y blanca, sana y con rojeces aniñados que le hacían ver fresca. Sus labios eran rojos cual cereza aunque a cambio, a su padre le gustaba más compararlos con el color de las fresas, cuales eran las favoritas de la niña.

—Ella es nuestra Wonyoung, está tan grande ¿No? —expresó Yeonjun con alegría, mostrando frente a la lápida una foto desde su celular donde se podía ver la bella imagen de su hija de ocho años, radiante y feliz—. Es igualita a ti.

Yeonjun miró la pantalla de su celular con una amplia sonrisa en lo que pasaba a más fotos y paraba en alguna que más le gustara para mostrarsela nuevamente a la lápida donde se inscribía el nombre de "Kim Somin". Hablaba amenamente con la madre de su linda hija, le contaba las barbaridades que ella hacía y las noticias acerca del rendimiento de la misma, expresando su orgullo.

—Nos haces mucha falta —al final siempre se ponía emocional cada vez que hacía una visita a su amada—. Pero te prometo que me esforzaré para que a Wonyoung no le falte nada.

Casi pudo escuchar a Somin decirle un "¿Cuantas veces no me has dicho eso? Lo sabré hasta que lo cumplas" y por eso rió ligeramente.

Tras acomodar un poco las flores que la adornaban, se puso de pie y tomó camino de regreso a su auto. Era su día libre, pero no era el de su hija, quien en poco tiempo saldría de la escuela. Por eso tenía que regresar a casa, terminar un trabajo tal vez, y entonces ir a por Wonyoung.
Eso cometió, durante el camino a casa estuvo tranquilo, bastante sereno a pesar de la visita a su amada cual comunmente le ponía sensible, pero a cambio se sentía tranquilo. El trabajo escrito que hacía en casa se le hizo fácil, demasiado a decir verdad, quizás era bajo el desestrés de las pequeñas vacaciones que tuvo que se sentía dinámico. 

Cuando vio su reloj de pared descifró que no quedaba mucho para que las clases de su hija concluyeran, por lo que, bajo ese perfecto espectro de la puntualidad, tomó sus llaves y tras asegurar su casa, tomó un nuevo rumbo.

No había tráfico, cosa que se le hizo un poco extraño, pero poco relevante y beneficioso para llegar a tiempo; el clima, sin embargo, estaba un poco nublado y era hasta agradable a juzgar que hacía días atrás el calor era insoportable. De repente le azotó un mal presentimiento, porque ese día en particular se le estaba haciendo un poco lleno de buena suerte y eso no era común para sí mismo. Se apresuró a llegar al colegio de su hija.
No habían anomalías. La escuelita no estaba quemándose o inundando, y habiendo llegado a tiempo, logró escuchar poco después la campana sonar anunciando el término de las clases, las puertas abrirse y las filitas de niños saliendo al encuentro de demás padres como él. Estuvo al pendiente, buscando un atisbo de la presencia de su niña. Entonces al cabo de un rato, hizo aparición el profesor titular, cuál se llamaba Kai Kamal Huening pero que para él, según el mismo Kamal, era Kai el futuro padre de su hija.

Patrañas.

Sin dudar se acercó buscando a su hija y notandola en la fila, haciendo cola para salir, le sonrió ampliamente queriendo su atención. No quitaba los ojos de ella, esperando paciente y ansioso cuando ella fuera escoltada.
Un niño tras otro, corriendo alegre a abrazar a sus padres y otros que aún no llegaban a recogerlos quedándose al lado del profesor guía.

—Buenos días, señor Choi —sugestivo le saludó Kamal e hizo un esfuerzo comunal para no tener que rodar los ojos con fastidio.

—Buen día, Kamal. ¿Wonyoung se ha portado bien?

—Excelente diría yo, como siempre —y claro, siempre estuvo orgulloso de recibir buenas palabras respecto a su niña—. No se esperaría menos si el mismo Choi Yeonjun es su padre.

Mamá  |  SoojunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora