– ¡Ha pasado!– escuché que gritaba alguien, muy feliz –. ¡Ay, qué ilusión!
– ¿Qué dices?– preguntó alguien más.
Después, cuando mi cerebro se despertó, me di cuenta de que la puerta estaba entreabierta y estaba sola en la cama. Vi la silueta de Michelle por el pequeño hueco de la puerta.
– ¿Ya es oficial?– escuché a Michelle preguntar.
– ¿A qué has venido?– desvió la pregunta Damien –. ¿A hacerme preguntas estúpidas?
– A que me dejaras venir aquí esta tarde...– hizo una pausa, Damien suspiró –. Solo vamos a ver una película, te lo prometo.
– Llévale a tu casa – sugirió inteligentemente él.
– Sí, con mi abuela, mis padres y mi tía lo vamos a pasar genial – ironizó ella –. ¡Por favor, Damien! ¡Hago lo que quieras!
– Bueno, vale – cedió –. Como haya algo manchado, roto o fu...
– ¡Te quiero! ¡Gracias! – exclamó, entusiasmada.
Me moví en la cama. Era tan cómoda... Podía quedarme ahí toda la vida.
Damien entró y se sentó en la cama. Abrí los ojos y vi que abría uno de los cajones para coger pañuelos. Entonces, vi que el mismo collar que él llevaba estaba en ese cajón. ¿El de Marine también lo tenía él? ¿Por qué?
– Buenos días – murmuré.
– Hola, guapa – dijo, girándose a mirarme –. ¿Quieres desayunar?
Asentí, sonriendo.
Le pedí que me dejara un momento, que iba a cambiarme. Recordé que llevaba el pijama de Michelle y estaba horrenda.
Bajé y vi que me había dejado un par de croissants, café y zumo. Sonreí, pero me obligué a parar.
Me asomé a la cristalera que daba al patio, estaba Damien regando las plantas. Se le veía muy concentrado. Terminé de desayunar y le dije que tenía que irme, Enzo decía que tenía una emergencia.
– Después nos vemos, ¿vale?– me despedí, apresurándome hacia el hotel.
Cuando llegué, Enzo estaba sentando en el banco de enfrente moviendo la pierna nerviosamente.
– ¿Qué pasa?– pregunté, sentándome a su lado.
– Le he dicho a André mi opinión – anunció –. Le he dicho que soy comprensivo y que de momento no me importa que no sea algo público, pero quiero que, al menos, me deje claro a mí qué está pasando.
– Bueno, has sido sincero... ¿Qué hay de malo ahí?– quise saber.
– ¡Se lo ha tomado mal!– exclamó –. Dice que lo estoy presionando y que él todavía no tiene claro su sexualidad.
Antes de que yo dijera algo, me interrumpió.
– Luna, su sexualidad es algo suyo y no me molesta que se tome su tiempo para descubrirla – comentó, cruzándose de brazos –. No quiero que me la diga, quiero que me diga que le gusta pasar tiempo conmigo y que no se arrepiente de haberme besado. O todo lo contrario, pero que me lo diga.
– ¿Besarte no implica que le gustan los hombres?– pregunté, inocentemente –. Igual por eso no exterioriza sus sentimientos.
– Yo lo siento, pero no voy a volver a eso otra vez – sentenció –. Si quiere algo conmigo, tendrá que exteriorizarlo.
Se recostó en el respaldo del banco y suspiró. Me apoyé en su hombro, agarrándole la mano.
Enzo siempre estaba con chicos que habían nacido en entornos conservadores o incluso tenían novia y aseguraban ser heterosexuales. Evidentemente, siempre acababa saliendo mal parado.
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Lluvia de estrellas
RomantiekLuna Mancini, una joven que va a embarcarse en su primer viaje fuera de de Italia. Visitará las calles de La Rochelle, acompañada de sus nuevas amistades y de él, el chico que le gusta.