CAPÍTULO 19

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Muchos podían decir que era egoísta de nuestra parte dejarnos ir cuando el amor era real. Según muchos (también) éramos muy jóvenes como para sentir ese tipo de amor. Esos muchos, volvieron a decir, que no era amor porque no podíamos cometer sacrificios por el otro.

Creo que fue una estupidez.

El mayor sacrificio que ella cometía era dejarme ir teniendo en cuenta que seria capaz de dejar mis sueños para tenerla.

El mayor sacrificio que yo cometía era dejarla ir teniendo en cuenta que ella seria capaz de abandonarlo todo con tal de que yo fuera feliz.

Si alguna vez alguien dudara del amor que unas personas sienten, les diría que no conocen la historia, ni una cara, ni la otra. Porque para nadie el amor es igual, para nadie se siente igual. Para nadie hay un momento preciso para enamorarse, simplemente pasa aun cuando queremos que no sea así, cuando queremos solo querer, y terminamos destrozándonos en pequeños pedazos de arena roja.

Tal vez debí haber aceptado terminar con ella antes de esa semana, pero era mejor si lloraba cuando ya no estuviésemos juntos a cuando aun pudiendo tenernos estuviésemos sufriendo.

Así que aprovechamos los últimos minutos.

Dia 1

—Vale, entonces yo pediré un jugo ¿de dragón con mango...?

—Aja y yo iré por un smoothie de sabores tropicales con toques de algarrobo.

—¿Qué cosas inventan? —enarque una ceja.

—Yo lo he visto delicioso.

—Como tú —musite.

Rose puso los ojos en blanco, tiro de mi brazo llevándome al interior de la cafetería donde vendían cosas raras. Nos sentamos en una de las mesas de afuera donde caía el sol. Por suerte usaba mis lentes oscuros que me permitían traspasar el top tejido de Rose sin que ella se diese cuenta.

—Podrías disimular un poco —espeto.

—¿A qué te refieres? no estaba viendo...

—Ya se que no te gusta que las personas te vean, pero tenemos que dar nuestros nombres.

—Ah.

Tenía mucha suerte.

—Y también deja de verme el escote.

—No se de que me hablas —ladee la cabeza.

—Claro —suspiro poniéndose de pie —. Como sino me diera cuenta que te la pasas bajando la mirada.

—¡Se nota!

—¡Pervertido! —me dio un golpecito y me miro seria —. ¿Vienes conmigo?

Recorrí su cuerpo entero, usaba prendas casuales que siempre terminaban captando la atención de medio mundo. Y con casuales me refería a que era casual para ella porque ir casual no era usar crop tops, shorts pequeños, mini faldas y vestiditos que dejaban mucho para la imaginación.

Tome su mano siguiéndola hacia la caja, había una fila de al menos tres personas que iban en parejas. Una mujer con su hija, dos novios y una pareja de ancianos que más lucían como amigos.

—¿Te parece si inventamos nombres falsos? —le susurre al oído a Rose.

—Vale, me llamare... uhm...

—Podrías llamarte Lizbeth —sugerí.

—Y tu Michael.

—Suena interesante.

—Está decidido —aplaudió pasando a ordenar su bebida.

Luego me toco a mí, y nos volvimos a la mesa. Rose sonreía observando el ambiente a su alrededor. Estábamos en un acogedor pueblo de montaña donde había mucha neblina, como mucho sol, como muchísima lluvia. Era bastante impredecible.

El chico de la raqueta azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora