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Debes saber
Que hay pedazos de tu boca sin querer
Regados por aquí

. . .

Kagome caminó de prisa para alcanzar a ese misterioso chico y por supuesto no perderlo. Sería el colmo perderse dentro de un lugar tan infeliz y aterrador como podría ser un cementerio al anochecer. Mantuvo su distancia todo lo que pudo hasta que el chico se detuvo en una lápida.

Para cuando ella se acercó la suficiente, él ya había cambiado las flores marchitas por las nuevas. Lo que llamó la atención de Kagome no fue el nombre de la persona, si no la corta edad que tenía. Luego, una foto enmarcada dada vuelta.

El niño la tomó, sin verla, se la entregó a Kagome como si aquel objeto le quemara.

En aquella imagen pudo ver el rostro de lo que obviamente era la persona allí sepultada. Era una chica, una chica hermosa. De no ser por que era la foto de un anuario ella estaría sonriendo a lo grande.

─ Queda a tu criterio si te parece bonita ─ el chico respondió a lo que la otra le había dicho.

─ No sabes cuanto lo lamento. ─ no sabía por dónde comenzar. ─ Yo no pensé que-

─ Tienes razón al enojarte. No debí robarlas, lo hice por que no tengo para comprarlas. Pude haber puesto flores hechas a mano... pero ella amaba las de verdad.─ se explicó─  Ahora me siento peor.

─ ¡No digas eso! Es más, te las regalo. Y todas las que necesites también.

─ No quiero tu lástima. He tenido suficiente de donde vengo. ─ extendió su mano hacia ella.

Kagome al principio no entendió aquel gesto, luego recordó que aún tenía aquella fotografía en su poder.
El chico no se atrevió a mirarla, colocándola de nuevo tal y como estaba. Con su imagen oculta.

─ ¿Por qué la pones así? Está al revés.

─ No lo entenderías. ─ De ahi en más Kagome solo vio su figura de perfil, la mitad de él. ─ Deberías irte a tu casa. No volveré a tocar tu jardín.

─ Lo sé, se hizo muy tarde. Tú también deberías irte a tu hogar ¿No?

─ ¡¿Por qué eres tan entrometida?!

─ No tienes por qué gritarme, estoy tratando de ser amable contigo. ─ la niña se limpió la comisura de sus ojos.

El que el chico le haya gritado no fue adrede. Fue una lastimosa respuesta a su reprimido sentir. Su mente y corazón estropeados, nadie merecía tener que cargar con su vómito emocional. Pero tampoco sabía cómo disculparse.

Las gotas de llovizna caían una a una, sin prisas, de todos modos, llegarán a su destino. Caer al suelo.

Al final no era tan maduro como creía.

─ ¿No te das cuenta que soy un desastre? Si quieres hacer algo por mi, solo vete a casa.

Kagome sabía que no estaba del todo segura que hacer. Lo correcto en primer lugar no era haberse escapado para seguir a un extraño. Pero este extraño estaba pasando por un momento difícil.

─ Oh, creo que no me presenté. Soy Higurashi Kagome. ─ la niña recordó este hecho e  hizo una corta reverencia.

Él niño no se inmutó en lo absoluto. Como si en algún momento hubiera decidido dejar de escucharla. Deseaba estar solo.

El viento comenzaba a helarse gradualmente a medida que el sol terminaba por esconderse allá en el horizonte.

─ Me iré, supongo que... adiós.

Kagome se tomó su tiempo para retirarse del todo y ver por última vez a ese extraño chico antes de correr hacía la salida.

─ ¡Higurashi Kagome! ─ una voz fuerte y masculina gritó su nombre.

Oh no, se trataba de sus padres.
Corrió hacía ellos. O más bien corrió hacía la protección de su madre.
Vio en sus rostro el enojo y la preocupación.

─ ¡¿En que estabas pensando al venir a este lugar?! ─ su padre la regañó.

─ Kagome no sabes cuanto nos preocupaste. No se que hubiera sido si nadie del vecindario te hubiera visto. ─ su madre, la señora Naomi Higurashi la abrazó con fuerza.

─ ¡Ya descubrí quien estuvo llevándose las flores!

─ Una persona con sentido común hubiera llamado a la policia. ─ el señor Higurashi replicó aún muy molesto, mientras la familia caminaba hacia la salida.

Llegando casi al final, se encontraba un hombre de avanzada edad. Era el encargado del mantenimiento en general del cementerio. Antes de marcharse, el señor Higurashi dio su agradecimiento a ese hombre.

─ El señor Totosai nos dijo que te vio entrar con ese muchacho. ─ su madre explicó.

─ Lo cual me pareció extraño ya que suele venir solo. ─ él comentó mientras se acomodaba la gorra. ─ Ya casi se cumple un año desde el entierro de esa jovencita pero él apareció un tiempo después, desde entonces no ha faltado nunca hasta el día de hoy.

─ ¿Porqué los padres de ese chico permiten esto? ─ el señor Higurashi preguntó molesto.

─ Oh, ese es un detalle importante. No tiene padres, es un huérfano.

La familia Higurashi quedó muda.
Kagome comprendió un poco cuando ese chico tuvo ese arranque cuando le dijo que él también debía irse a su hogar.  Por supuesto...

─ ¿Sabe como se llama él? ─ la niña preguntó.

─ Sesshomaru. Un nombre imposible de olvidar.

─ Me parece que ya hemos robado mucho de su valioso tiempo. Una vez más, gracias. ─ el padre de Kagome se despidió una vez más y guió a su esposa e hija de aquel lugar que no les correspondía.

La noche cayó y todavía nadie vino a reclamar el paradero de aquel chico.
Totosai estaba ya acostumbrado al asunto. En su gabinete buscó un abrigo de más y su linterna, ya era la hora de cerrar. Como siempre, se quedaría con el niño hasta que su Nana o alguna autoridad del orfanato viniera por él.

Oh, ha intentado de buena voluntad llevarlo por sí mismo para que no anduviera solo por las calles. Nunca logró sacarlo más allá cruzando el portón. Con esa cara de niño bueno nadie creería que podría llegar a ser terco y difícil.

─ Igual que una mula. ─ pensó Totosai.

Para entonces había encontrado a Sesshomaru de rodillas sobre el mismo lugar. Puso el abrigo sobre sus hombros. Ya era la señal que debía abandonar ese sitio.

El hombre mayor recordó la primera vez que lo encontró en su rutina de revisión que no quedara nadie adentro antes de cerrar. Lo había confundido con algún tipo de fantasma que echaba lamentos.

Totosai no supo que justo ese día era el primer cumpleaños de Sesshomaru sin su ser más querido en el mundo.

Como cuidador de tumbas era pan de cada día ser el testigo del llanto de las personas hacia sus seres ya fallecidos, pero este era uno de esos casos desgarradores. Pocas veces había escuchado llorar así un niño.

Caminaron de la mano hasta la salida del cementerio. Por que nunca caminaba por su propia cuenta. Su mano se sentía tan helada que parecía un muerto más.

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