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Un día sin ti dura tres otoños.

. . .

Flores. El fenómeno natural más bello del mundo. Están en el bosque, en la pradera. En la selva y en las calles. En las citas y en las bodas. En los jardines, siempre estuvieron ahí para traer alegría a los corazones.

Un día, sin previo aviso, unas cuantas hicieron falta en el jardín de Kagome Higurashi.

Una niña en camino a la juventud. Tenía trece años y medio cuando un día salió a regar las plantas de su casa, ubicada en un hermoso barrio de Japón. Notó como faltaban dos margaritas blancas, arrancadas casi de raíz.

Se lo comentó a su madre casi al instante al descubrirel hecho, ella la tranquilizó diciendo que posiblemente fueron algunos niños traviesos que estaban de paso.

Hasta que unas semanas después volvió a ocurrir. Esa vez, sus padres pusieron en la mesa la discusión sobre llamar a la policia para reportar y atrapar al bandido de las flores. Aunque su madre sugirió más bien poner unas cámaras.

Así pasó una tercera vez con flores distintas. Luego una cuarta con otro cambio de flores. Aun sin poder encontrar al culpable.
Siempre un día jueves, repitiéndose el patrón con una semana de por medio.

─ No iré a la escuela. Hoy es uno de esos días ¡Me quedaré aquí a vigilar! ─ Kagome estaba decidida a plantarse en su casa para poder atrapar a ese delincuente.

─ Seguramente se trate de un muchacho enamorado. ─ su madre comentó.

─ ¡No le da derecho a robar mis flores!

Pasaron las horas, así como los autos y las personas. Ningún sospechoso, nadie ni siquiera volteó a ver a su casa. Ya eran pasadas las cinco de la tarde, había memorizado cada una de las flores que quedaban, sus colores y sus lugares. Nadie había aparecido. Con tanto tiempo de calma sintió las horas eternas.

─ Supongo que no pasará nada si voy rápido por un jugo. ─ lo pensó mientras abandonaba la ventana y su posición de vigía.

Para cuando regresó, sorbió su bebida mientras repasaba la cantidad de flores, coincidiendo con las primeras. Hasta notar que nuevamente, faltaban dos de las veinticuatro que habían en total.

─ ¡Debe ser broma! ─ casi escupe su jugo por la ira.

Si el ladrón acababa de robarlas, entonces no estaba muy lejos.

─ ¡Ya vuelvo! ─ gritó mientras se colocaba los zapatos antes de obtener respuesta o siquiera permiso para salir.

Miró ambos lados, vio a una persona doblando la esquina del lado izquierdo. No dudo en correr hacía esa dirección. Para cuando logró verlo, era un chico no mucho más alto que ella. Caminaba sin prisas, ignorando la presencia de Kagome.

─ ¡Oye! ─ llamó estando a unos pasos siendo ignorada. ─ ¡Te estoy hablando!

No fue hasta que lo alcanzó para que ese chico se detuviera. Le calculaba entre quince y dieciséis, tenía el cabello blanco, largo cubriendole toda la espalda. Cara redondeada demostrando así su juventud, pestañas largas que hacían sombra a un par de hermosos ojos de miel. Y muchos más hermosos detalles que Kagome habría enumerado si no fuera por que estaba que explotaba de rabia. El chico que vestía unos jeans desgastados y un suéter azul tenía entre sus brazos sus flores esta vez rosadas, recién arrancadas.

─ ¡Te atrapé! ¿Cómo pudiste? ¡Vulgar ladrón!

La mirada vacía de ese niño pronto se transformó en una profunda vergüenza aún si parecía no sentir nada. Aquellos ojos de miel reflejaban la angustia creciente.

Kagome recordó las palabras de su madre. Ella misma era una niña a la que le encantaban las historias de romance, de por si era una niña sumamente cariñosa. No pudo evitar sentir empatia por la apariencia de tan frágil alma.

Ella visualizo a un pandillero o una señora sinvergüenza como el vil culpable de llevarse sus flores. Nunca había pensado en ese escenario. Aún así seguía molesta. ¡No debería tomar las cosas que no le pertenecen!

─ Has estado robando las flores de mi jardin, por si no lo sabías. ¿Le llevas mis flores a una chica, verdad?

─ ...

─ Al menos ten la decencia de responderme. ─ reclamó.

En vez de palabras, el chico del cual no sabía su nombre intentó devolverlas para cerrar el asunto ahí.

─ No sirve de nada que me las des, ya las arrancaste, tonto.─ la niña respondió haciendo un puchero.

El chico volvió acomodar las flores entre sus brazos.

─ Si... eran para una chica. ─ Escuchó por primera vez su voz. Profunda y extrañamente suave.

─ Entonces, te voy acompañar. Quiero ver que esa chica sea lo suficientemente bonita como para justificar que las flores que robaste para ella.

─ No creo que puedas hacer eso. ─ respondió.

─ Si puedo, a donde vayas te seguiré. Si llegamos a un acuerdo puedo darte las flores que quieras pero si no, le diré a mis padres. ─ amenazó mientras se cruzó de brazos.

El verano había abandonado la ciudad para darle la bienvenida a la estación otoñal. Las hojas de todos los tonos café danzando en el aire, viajando en el viento. Cayendo, muriendo.

El chico no tuvo otra opción que seguir su camino. No reveló más detalles al respecto. No sabía que sería lo correcto en esa situación.
La temperatura comenzaba a descender y ambos no traían más abrigo que sus respectivos suéteres. Kagome del apuro no pensó en tomar su chaqueta. Así que se abrazaba a sí misma mientras seguía al misterioso niño.

Llegaron hasta la calle de un viejo templo, era una zona lúgubre de por si. Kagome lo reconoció al instante.
El chico no se detuvo, dejando en claro que su destino no era el templo, ni las casas de alrededor. Ni las florerias continuas.

─ No es al cementerio a donde vamos ¿Verdad? ─ la sola idea le daba escalofríos.

Aun si no fue respondida, el camino no indicaba lo contrario. Kagome deseaba estar equivocada, recordando las palabras de ese chico tenian sentido ahora. Su corazón sintió caerse en cuanto llegaron a la entrada y el chico la atravesó. Sintiéndose horrible por haberle gritado en primer lugar.

No lo siguió inmediatamente, no por miedo, si no por sentir la tristeza de la situación. Su mirada caída, su paso lento. Era clara la intención. Nunca habría imaginado algo así.
El enojo desapareció como desaparecieron las hojas de los árboles, quedando un tronco vacío y ramas frágiles.

Tomó coraje y entró para seguirlo. Quería disculparse y darle las condolencias. También conocer su historia o siquiera su saber su nombre.

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