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12. THE LAST TIME

THE LIGHTNING THIEF.




    LOS CAMPOS DE ASFÓDELOS eran un lugar extraño pero a la vez pacifico. Estaban llenos de rostros apagados y planos de muertos en campos de oscuridad. Susurraron entre ellos, pero yo no oía una palabra de lo que decían.

El techo de la caverna era tan alto que bien habría podido ser un gran nubarrón, a excepción de las estalactitas, malvadamente afiladas y brillando de un gris pálido. La hierba negra era pisoteada por cientos de pies fantasmales. Los álamos negros crecían aquí y allá. Varias estalactitas caídas habían empalado el suelo. Mientras pasábamos por ahí, miré hacia el techo, asustada de que las de arriba también nos cayeran encima.

Percy, Annabeth, Grover y yo intentamos confundirnos entre la gente, pendientes por si volvían los demonios de seguridad. Los rostros de los muertos brillaban, haciendo difícil identificar una mirada o un rostro familiar. Todos parecían iguales, enfadados o confusos. Se acercaban a nosotros y hablaban, pero sus voces sonaban como traqueteos, como a chillidos de murciélagos. Una vez advirtieron que no podíamos entenderlos, fruncieron y se alejaron.

Las historias de muertos parecían siempre aterradoras. Pero estos no daban miedo, solo estaban tristes. Y me entristecía verlos en esta situación.

Seguimos abriéndonos camino, metidos en la fila de recién llegados que serpenteaba desde las puertas principales hasta un pabellón cubierto de negro con un estandarte que rezaba:

JUICIOS PARA EL ELÍSEO Y LA CONDENACIÓN ETERNA

¡Bienvenidos, muertos recientes!


Por la parte trasera había dos filas más pequeñas. A la izquierda, espíritus flanqueados por demonios de seguridad marchaban por un camino pedregoso hacia los Campos de Castigo, que brillaban y humeaban en la distancia. Ríos de lava, campos de minas y kilómetros de alambradas de espino separaban las distintas zonas de tortura. Vi en el horizonte la figura del tamaño de una hormiga de Sísifo que se dejaba la piel para subir su roca hasta la cumbre.

Había personas siendo quemadas en la hoguera, obligadas a correr desnudas a través de parcelas de cactus, perseguidas por perros del infierno o escuchando ópera. Y había peores torturas, unas de las que tuve que apartar la mirada, unas que no me atrevía a describir.

La fila que llegaba del lado derecho del pabellón de los juicios era mucho mejor. Esta conducía pendiente abajo hacia un pequeño valle rodeado de murallas: una zona residencial que parecía el único lugar feliz del inframundo.

𝗔𝗟𝗟 𝗔𝗠𝗘𝗥𝗜𝗖𝗔𝗡 𝗕𝗜𝗧𝗖𝗛Donde viven las historias. Descúbrelo ahora