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03. Tántalo

THE SEA OF MONSTERS.

          ME DESPERTÉ en un lugar que no era mi hogar. Era una sensación extraña, difícil de explicar. Pero a pesar de que la enfermería se veía igual, con los mismos ingredientes en el estante en exactamente los mismos lugares, las mismas cortinas alrededor de las camas y el mismo olor, había algo diferente.

Era frío y poco atractivo. Los hijos de Apolo encantaban el lugar para tener una cierta calidez que hacía que los pacientes se sintieran tranquilos y seguros, y en ese momento yo no sentía ninguna de esas cosas, sino lo contrario.

Mi cerebro se sentía confuso, pero ignorándolo, me levanté de la cama y avancé hasta la puerta.

Cuando no vi a Argos, lo que pasó me golpeó como una tormenta. Argos fue despedido y Quirón fue reemplazado por un tal Tántalo, ese nombre me sonaba, demasiado. Y esa no fue la peor parte: Thalia...

Con ese pensamiento, salí corriendo de la enfermería y subí a la terraza de la Casa Grande. La extraña sensación continuó mientras miraba al Campamento Mestizo. En la superficie, nada parecía diferente. La Casa Grande se veía igual con el techo a dos aguas azul y el porche envolvente. Los campos de fresas estaban bañados por el sol. Los mismos edificios griegos de columnas blancas estaban esparcidos por todo el valle: el anfiteatro, la arena, el pabellón del comedor con vistas a Long Island Sound. Y entre el bosque y el arroyo estaban las cabañas, doce edificios dispuestos en forma de U alrededor de una fogata, cada uno representando a un dios olímpico.

Pero ahora había un aire de peligro. Se notaba que algo iba mal. La cancha de voleibol estaba inusualmente tranquila, y en lugar de jugar, los consejeros y sátiros estaban almacenando armas en el cobertizo de herramientas. Dríadas armadas con arcos hablaban nerviosamente al borde del bosque. El bosque se veía enfermo, la hierba en el prado era de color amarillo pálido y las marcas de fuego en la colina destacaban como feas cicatrices.

Alguien había arruinado mi hogar y eso me molestaba.

—¡Emily, estás despierta!

Cuando escuché la voz de Annabeth, una ola de alivio se apoderó de mí. Al menos había algo familiar.

Mi mejor amiga subió las escaleras desde donde había estado deambulando cerca de las canchas. Me dio un abrazo y yo ignoré el dolor sordo en mi cuerpo.

—Me alegra que estés bien —dijo en mi hombro—. Percy y yo quisimos visitarte, pero Tántalo no quiso dejarnos.

Me aparté.

—¿Cuánto tiempo estuve desmayada...?

—No mucho —me aseguró—. Es casi la hora de cenar.

—Ah —caminamos por las escaleras, hacia el pabellón. Las preguntas llenaron mi cabeza y no perdí el tiempo en preguntarle a Annabeth todo lo que necesitaba para ponerme al día—. ¿Qué... qué hay de Quirón? ¿Es cierto lo que dijo Clarisse? ¿Se ha... ido?

𝗔𝗟𝗟 𝗔𝗠𝗘𝗥𝗜𝗖𝗔𝗡 𝗕𝗜𝗧𝗖𝗛Donde viven las historias. Descúbrelo ahora