CAPÍTULO 1: EL ENCUENTRO

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—¿Qué pasa? ¡Vamos, levántate y golpéame! —reprendió la mujer de cabellera rubia y ojos acaramelados.

Kin se levantó y empuñó su espada de madera. Se lanzó al ataque, pero la mujer bloqueó la estocada con su espada y lo empujó, derribándolo nuevamente.

—¡No es la postura correcta, una vez más! —regañó con voz exigente.

Una sirvienta entró al salón, captando la atención de la mujer y el niño.

—¿Interrumpo, señorita Dámaris? La comida ya está...

—No, gracias por avisar. Levántate, Kin, —extendió su mano, sonriéndole—. Vamos a comer.

—¡Sí, tía! —respondió mientras lograba enderezarse.

Llegaron al comedor, un salón espacioso de paredes blancas, engalanado con relieves de flores. El banquete preparado encima del mesón, humeante, provocó el rugir de sus estómagos.

—Lo siento, mi pequeño —alegó mientras limpiaba el polvo en su vestido coral—, ¿te lastimaste mucho?

—¡Yo puedo soportarlo, tía, no es nada para mí!—expresó enérgico.

—Sé que a veces te exijo de más, pero lo hago para que seas un buen soldado real.

—Voy a ser el mejor, y así te sentirás orgullosa de mí, tía.

—Estoy segura de que lo serás —afirmó, con una sonrisa fingida—. Ahora comamos.

Prolongaron el entrenamiento por la tarde. Cuando la noche cayó, el pequeño fue recostado por su tía, mientras ella permaneció en vigilia, disfrutando un licor de trigo en su dormitorio.

—Me pregunto, mi pequeño, si hay alguna forma de que no recorras este camino...—susurró, apoyada en la mesa.

Unos toques a la puerta dispersaron su cavilación. Una joven de cabellera y ojos grises fue la responsable.

—Anika... Ya es muy tarde. ¿Cómo te dejaron pasar los guardias?

Anika no respondió al instante. Suspiró y sacó un puñal de su escote.

—He venido por el niño, Dámaris.

Alertada, retrocedió para escapar de su alcance. Anika entró corriendo, ya que los dormitorios de Kin y Dámaris estaban conectados. Dámaris agarró una espada violeta y la persiguió. Cuando estaba por asestar un golpe mortífero con el puñal, Anika fue derribada por Dámaris, iniciando el combate.

Acompañando el choque de las armas, el jaloneo de cabellos y prendas resultaba más violento. Dámaris reflejaba decepción e ira en su rostro, que las pupilas grises de Anika evitaban. El bullicio pronto despertó a Kin. Este se arrinconó en la cabecera de su cama, buscando apartarse del peligro. Anika dirigió un fugaz ataque, aprovechando su pánico. Dámaris bloqueó la puñalada con su abdomen, a la vez que levantó su espada y la clavó en la espalda de su rival. Ambas apartaron sus armas y cayeron, desparramando sangre.

—¿Por qué?... Anika... ¡Tú eras mi mejor amiga!—sollozó, mientras contenía el borboteo de sangre con sus manos.

—Era... mi deber... —contestó. Respiraba con dificultad, su corazón había sido atravesado—. Perdóname... amiga... —Escupió un chorro de sangre por la boca y se desplomó.

Kin estaba congelado. Su tía se acercó lentamente y puso una mano sobre su hombro.

—Perdóname... no podre acompañarte, Kin.

—¡Vas a estar bien, tía! Yo... yo...

—Hazte fuerte, Kin, perdóname por dejarte... en un mundo tan cruel —sollozó, mientras acariciaba su mejilla—. Siempre te amaré... —Y se desplomó, sobre un charco de sangre.

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