CAPÍTULO 9: PUÑOS Y ESPADAS

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Los dos muchachos se aproximaron a la arena. Se pusieron frente a frente, muy cerca. Liam, alto y delgado, vestía una chaqueta de piel; Keiner, vistiendo nada más que una camiseta de mallas, ideal para resaltar el brillo de su cabello y ojos colorados. El supervisor se acercó a ellos para dictar el inicio de la pelea, pero notó que Liam no portaba un arma.

—Oye, chico, me parece que olvidaste traer tu arma —le dijo sutilmente.

—No, señor, no me la olvidé, voy a pelear así.

—¿Estás seguro?

—Sí. —Su oponente asintió, estaba de acuerdo.

El supervisor miró hacia el estrado, hacia el rey. Este le devolvió una mirada de afirmación. El supervisor entendió la señal y continuó.

—Pierde el que suelte su arma o declare que se rinde. En su caso, pierde si es derribado, participante Liam.

—¡Sí, señor! —exclamaron los dos al unísono.

El coliseo se envolvió en total silencio, esperando impaciente que inicie la pelea. El supervisor elevó un brazo y, en menos de un segundo, lo bajó hasta ponerlo recto.

—¡Empiecen! —dictó.

Keiner embistió rápidamente con su alabarda. Liam apenas eludió el ataque. Luego Keiner empezó con una ráfaga de ataques. Liam no hacía más que defenderse y recibir los golpes con los brazaletes negros que cubrían todo su antebrazo. Aprovechó un ataque fallido para sujetar la lanza desde su punta, la contuvo entre sus puños y la empujó con fuerza suficiente para empujar también a Keiner.

Desbalanceado, Liam no tardó en asestarle un puñetazo en el estómago. Más ataques vinieron, Keiner intentaba bloquearlos con su arma, pero algunos llegaron a impactarlo. En un descuido golpeó el estómago de Liam con la base del palo. Un impacto más en la quijada y lo hizo retroceder hasta caer de rodillas. Comenzó a apalearlo en toda la superficie de su espalda.

—¡No puedes hacer eso! —gritó el supervisor, que se metió para separarlos.

Ayudó a que Liam se levante, se paró en medio de los dos e hizo una señal para reanudar el combate. El sonido que originaban las colisiones entre la alabarda y los brazaletes de maxentita era lo único audible dentro del coliseo. Tras minutos de un fuerte intercambio de ataques, la velocidad y fuerza de estos disminuyeron, pero continuaron.

El supervisor los detuvo un instante. Llevó a cada uno hasta un extremo distal de la arena y les ordenó seguir. Se miraron fijamente, a pesar de la distancia que los separaba, y embistieron contra el otro, chocando en el medio de la arena. Liam usó toda su fuerza restante y dirigió un puñetazo a la frente de su oponente, derribándolo. Keiner soltó su arma tras caer inconsciente. Liam desvió su mirada hacia el supervisor, esperando una respuesta.

—¡Soltó su arma! ¡Cuenta como desarmado! ¡El participante Liam Alciziam gana!

El coliseo estalló de un júbilo enorme. Todos los espectadores hacían ovaciones para el ganador. Dante dejó escapar una breve sonrisa de satisfacción. Por otra parte, la pelea resultó indiferente para los demás participantes, que solo miraban en silencio, sumergidos en sus propios pensamientos, temores y dilemas.

Finalizado el primer encuentro, y los participantes desalojando la arena, Dante llamó con prontitud a los participantes de la siguiente.

—¡Segunda pelea! Omar Persey contra Kirayo Arframida....

Y así continuaron los enfrentamientos en el Coliseo. Durante cada encuentro, el público espectador hacía el menor ruido posible para escuchar las colisiones entre armas, golpes y patadas, los gritos de euforia y dolor de los participantes, con la intención de sumergirse por completo en ese ambiente de lucha, sentir que forman parte de ella (ese era el sentido de asistir a tal evento, sobre todo para las personas de la nobleza, que pasaban sus días leyendo pergaminos y supervisando a sus trabajadores).

Cada pelea terminaba con una gran ovación para el vencedor, seguida de una discusión sobre la misma. Los jueces discutían en voz baja, anotando en unos libros pequeños los puntos a favor y en contra de cada participante.

Desde la quinta pelea, Dante le traspasó el pergamino al supervisor. Ahora este anunciaría las próximas peleas.

—¡Quinta pelea! Katherine Davao contra Karawa Hezono...

Kin y Dara prestaban total atención a los combates. Los nervios de Dara incrementaban con cada pelea transcurrida. Kin la sentía temblar. El ambiente áspero que ofrecieron los otros participantes desapareció con el tiempo, solo porque estaban más atentos viendo a los demás como posibles contrincantes y pensando en estrategias para derrotarlos.

¡Décima pelea! Karina Yábar contra Alicia Blakerode...

—Oye, Dara, ellas pelean muy bien, ¿no te gustaría enfrentarlas?

—¡No! Imposible... —contestó nerviosa.

¡Decimotercera pelea! Arekei Farzinno contra Casandro Krabexano...

—Esta sí me pareció aburrida... como cierta persona que conozco.

—Perdón —susurró Dara con una expresión facial desanimada.

—No lo decía por eso, solo era... —se llevó la mano a la frente, suspirando de la frustración.

 —se llevó la mano a la frente, suspirando de la frustración

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¡Decimonovena pelea! Axel Astripol contra Yendry Alixol...

—Ya faltan pocas peleas. ¿Cuándo será tu turno, Kin? Un momento... ¿Cuándo será mi turno?

—Me toca pelear contra ti.

—¡¿Qué?! —gritó asustada y tan fuerte que alarmó al puñado de participantes que quedaba.

—No es verdad —se excusó mientras reía—, me toca en la última pelea de la primera ronda.

—¿Y sabes cuándo peleo yo? —preguntó avergonzada.

—Sí. Te toca la última pelea de todas.

—¿Cómo lo sabes?

—El sorteo se hizo varios daius atrás. Hablé ayer con el viejo y me informó sobre mi pelea —le dijo susurrando—, también sobre mi oponente. Dijo que lo hizo para darme ventaja, pero quiero ganar por mi propia fuerza. También me contó sobre tu oponente, pero...

—¿Pero qué?

—Olvidé quién era —completó con una risilla.

—¡Ay, Kin! Espera, ¿entonces voy a ser una...? Una... —revolvió su cabello esperando recordar— ¡Integrante de soporte! Así era, ¿no?

—Dijiste que eras curandera, supongo que por esa razón mi abuelo te inscribió en eso.

—¿Pero necesitaba entrenar para ese puesto?

—¿Y por qué no? Todo soldado tiene que pelear en algún momento. ¿Acaso no te gusto... que hayamos entrenado juntos?

—Sí, pero...

¡Vigésima pelea! ¡Kin Orenweirel contra Ishein Starnika!

—Bueno, ya me toca pelear. Espérame aquí, ¿de acuerdo?

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