CAPÍTULO 2: AHORA, NOSOTROS DOS

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—Por cierto, ¿Cuál es tu nombre?

—¿Mi nombre? Mi nombre es... Dara.

—¿Dara? Que bien, yo soy Kin.

—Ho... hola, Kin —murmuró con una sonrisa tímida.

—Mira, ya es de noche, es hora de dormir, desde mañana empezaremos a buscar a tu madre. ¿Aquí está bien? Los arbustos están calentitos.

—Creo que es... temprano, pero... si tú quieres... está bien.

Arreglaron un espacio en medio de los arbustos para tumbarse a descansar. Kin sacó una manta y se la entregó a su nueva compañera. Esta la recibió con vergüenza. No era tan fácil conciliar el sueño tras el carrusel de emociones que vivieron, pero el cielo estrellado apaciguó sus corazones. Inconscientemente, mientras dormían, se agarraron de las manos.

La primera en levantarse fue Dara, siendo recibida por la luz de la Intayi. Se sentó un rato para procesar los acontecimientos del día previo. Una lágrima cayó de su ojo izquierdo, acompasada por un débil y único sollozo, pero así tan débil resultó suficiente para despertar a Kin.

—Ah, sí... eres tú —dijo aún somnoliento.

—¡Discúlpame! No era mi intención —se justificó, avergonzada.

Kin se levantó de un enérgico salto. El mareo que le produjo tal acción le hizo perder el equilibrio, pero logró estabilizarse.

—Bueno, busquemos algo de comer, muero de hambre. ¿Tú no?

—Sí, tienes razón —musitó, asombrada por su habla tan fluida y natural.

—Había traído algo de comida, pero... ya me la terminé ayer —acotó avergonzado.

Se acercaron al riachuelo para restregarse la cara y despertar mejor. Kin aprovechó para recoger agua en su botella de cuero. Eligieron el curso del riachuelo para guiar su camino. En el trayecto, Kin recogía los insectos que veía, los examinaba, los aplastaba y los metía en su bolso, mientras Dara observaba con intriga. También se llevaba las ramas secas del suelo, atrayendo la mirada curiosa de la niña. Cada una de sus acciones era examinada.

Llegaron al final del riachuelo, afluente de un río. Este, a su vez, atravesaba una parte más densa del bosque. Ya era mediodía, Kin sugirió detenerse a comer. Hizo un círculo con piedras de la orilla, juntó las ramas en el centro y frotó una piedra contra su espada para crear una chispa. Finalmente, dispuso los insectos encima de la flama creada.

—Oye... Kin —se animó a preguntar Dara, con voz temblorosa—. ¿Vives en el bosque mucho... tiempo? Es como... si supieras qué hacer.

—¿Qué? No. Mi tía me enseñó a como vivir en el bosque. Ella sabía mucho de eso, porque algún día quería vivir en el bosque... —aclaró con voz triste.

—Ah, tu tía. ¿Dónde está ella? —preguntó con timidez.

—Ella... murió hace tiempo.

—¡¿Qué?! Perdón, yo...

—No importa. Ella era como una madre para mí. No podía quedarme en el palacio si ella no estaba conmigo, por eso escapé. Todos me veían como el kuyichi... un arma... solo quería estar con ella.

—¿Palacio? ¿Escapar...? ¿Es de la realeza? ¿Por eso lleva una espada?

—¿Recién notaste que llevo una espada?

—¡Perdóneme! —se hincó de rodillas y agachó la cabeza—. Estaba pensando en otras cosas.

—No, no, olvida eso, no quiero que me trates así. Quiero que seamos amigos —dijo con las mejillas ruborizadas—, nunca he tenido amigos de mi edad...

—¡Yo igual! —contestó aún más ruborizada—. Quiero decir, yo...

—Tú eres plebeya, ¿verdad? ¿En qué trabajaba tu madre? —preguntó para deshacer la tensión.

—Mi madre es curandera. Íbamos a las casas y los negocios de las personas que se enfermaban y se lastimaban.

—Seguro que ayudaban a mucha gente.

"Si hubiera conocido a una curandera... hubiera podido salvar a mi tía"

—¿Y qué hay de usted? —preguntó más confiada—. Digo... tú.

—Nunca conocí a mis padres. Mi tía me dijo que murieron cuando yo era pequeño, así que ella me cuidó y me entrenó para ser un soldado real.

—Un soldado real...

—¡Ya deben estar los insectos! —exclamó para cambiar de tema—. No sé qué solías comer, pero es lo que tenemos. Buen provecho.

Y así, llevaron un puñado de insectos rostizados a su boca. Procedieron a masticarlos, haciendo muecas de disgusto. Resultó que no eran tan asquerosos como pensaban, y se los comieron con gusto. Se quedaron charlando por largo rato.

"Creo que ella puede entenderme, tía"

"¿Por qué? ¿Por qué no me siento nerviosa con él?"

De pronto, aparecieron junturs en el cielo, perseverantes en la búsqueda de Kin. Sus graznidos alertaron a Kin y Dara, que se ocultaron entre la densa vegetación del bosque.

Día tras día, Kin y Dara deambulaban sin rumbo fijo, escabulléndose de los junturs y la caballería que irrumpía en el bosque. Resultaba fácil esconderse entre los arbustos y las copas de los árboles, pero necesitaban reinventarse para no ser capturados. Los días pasaban rápido como un parpadeo, mientras huían hacia un destino que ninguno de los dos conocía.

Mientras tanto, el rey estaba tenso y preocupado por la infructuosa búsqueda de su nieto. Pero ese no era su mayor problema, sino que la noticia llegó a las familias de la realeza y nobleza, levantando rumores y conspiraciones sobre su persona, llamándolo incompetente y viejo. Ya no era una cuestión de familia, sino un asunto que comprometía su reputación como rey.

Debido a la situación, a primeras horas del día entró un pelotón de soldados a su sala. Uno de ellos pasó adelante para saludarlo. Un hombre alto, de cabello azul y ojos azabache. Iba ceñido con una pechera carmesí, sobre la cual vestía un largo saco hasta las rodillas. Un cinturón de hierro y unas botas negras completaban su vestimenta.

—Su majestad —se inclinó con una mano en el pecho—, dijeron que me mandó a llamar. ¿Qué necesita de mí en esta ocasión?

—Supongo que ya lo sabes. Mi nieto se ha escapado. No sé cómo, pero sus berrinches de niño inmaduro llegaron muy lejos. Ha pasado casi un janus y ningún equipo que mandé ha podido encontrarlo. Esta vez te lo pediré a ti: encuentra a ese niño y tráelo de vuelta.

—Está bien, su majestad, partiré de inmediato.

—Confío en ti para encontrar a mi nieto, Gerark.

Entonces, Gerark Sonagakure, uno de los soldados más reconocidos en Krabularo, dejó la sala con el pelotón de soldados tras de sí. Mientras montaba su caballo y partía con su cuadrilla, vino a su mente la memoria de una persona que tenía en alta estima.

"¿Así que... ahora yo tengo que cuidar a tu niño, Dámaris?"

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