MOMENTOS

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Era una tarde de verano en la playa, de esas en las que el sol tiñe todo de un rojoambarino, y el tiempo pareciera querer quedar atrapado sin el transcurrir de las horas.

De no ser por el sonido de las olas en movimiento ,y el ocasional graznido de lasgaviotas, siempre atentas a competir y robarse unas a otras, los restos de comida que losturistas dejaban tras de sí.

Aquella playa de arena fina y blanca, también era la oficina de Teresa, a la que todo el mundoacostumbraba a llamar Tessa. Día tras día, hasta que el sol decidía que había llegado elmomento de ocultarse bajo el horizonte, la joven Tessa, con su Cannon Eos, una máquina quele había costado más de lo que hubiera gustado pagar, paseaba a lo largo de la costa. 

Los turistas, más ricos de los que ella llegaría a ser nunca, le proporcionaban propinas acambio de recuerdos en forma de fotografías que Tessa les ofertaba. No era la vocación de suvida, eso desde luego, ni la de nadie con casi toda seguridad, le ayudaba a reunir céntimo acéntimo el dinero que empleaba en sus clases de arte y fotografía.

Un pasaporte a un futuro mejor, a medio de acabar pudiendo estar al otro lado del objetivo en otras elegantes playas. Preferiblemente unas, muy lejanas de las dificultades que la pobreza en la que no había elegido nacer, le eran impuestas y la oprimían hasta el punto de soñar con cualquier excusa, incluso la fe en su talento con el uso del objetivo.

Un día sus fotos cubrirían marquesinas, colgarían en exposiciones, o servirían como portadas para Vogue o Variety. Y así, deambulando en mitad de la arena, una playa que comenzaba a quedarse desierta mientras ella caminaba tan serena como las olas del mar y fue entonces que lo vio. Moreno, con el cabello ligeramente rizado, propio de la gente que se sabe atractiva de nacimiento, y una sonrisa blanca como si acabase de salir de un anuncio. Su cuerpo parecía cincelado en mármol. Como una escultura renacentista que hubiese deseado cobrar vida. Las gafas de sol polarizadas, hicieron que Tessa se preguntará de qué color serían sus ojos. Y esa curiosidad precedió, a un suspiro, y a algo, que no supo definir, a una altura más baja que su vientre.

-¡Disculpa chica!- le interpelo el joven con una voz tan aterciopelada como masculina.

- Podrías dejar de mirarme, me siento incómodo - añadió con una sonrisa tierna amagando en sus labios.

-Disculpa... Yo... - tartamudeaba Tessa

- Soy estudiante de arte y bueno, vengo a la playa para sacar fotos a los turistas.- afirmó ruborizada ante el encanto desplegado de aquel joven, que por momentos, parecía demasiado atractivo para ser real. Sin saber qué decir y fruto de la vergüenza, solo se le ocurrió añadir:

- ¿Te gustaría una? -La sonrisa del joven se ensanchó revelando un gesto cálido, como un reconfortante abrazo en mitad del frío invierno.

El joven parpadeó unos minutos sorprendido para después preguntar con curiosidad

- ¿Y cuánto cuestan? –

Tessa, dubitativa y antes de saber por qué sus palabras se habían escapado de su boca, repuso: "Para ti, si quieres te la regalo, sonríe", dijo mientras apretaba el botón del obturador, con el sempiterno clic. El muchacho sin dejar de sonreír, se levantó, y se quitó las gafas de sol. En ese instante Teresa tuvo miedo de perderse en la mirada de los ojos más hermosos e intensos que nunca había llegado a ver en su joven vida.

-Gracias...

Por cierto, soy Jason - dijo presentándose de forma cálida y afectuosa.

Tessa sintió como si lo conociera de toda la vida.

- Como el héroe griego... - susurró, cohibida. Jason ríe con una voz que parecía una melodía.

-Sí, justo igual, busco los tesoros olvidados de los dioses – bromeó así ambos comenzaron a caminar a la orilla de la playa disfrutando de la compañía del otro.

Viviendo con mi alma gemelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora