05: Invitación

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El carruaje dorado se detiene en las puertas del palacio real causando que el emperador más joven se acerque a la puerta para recibir a las dos personas que viajaban en el carruaje. El hombre vestido con carísimas joyas de rubí abrió sus brazos cuando la santa salió a ver el lugar causando que ambos se abrazaron como si no se hubieran visto desde hacía mil años cuando apenas habían pasado tres semanas.

—Que dios te bendiga, hermano Stefano, que tus riquezas crezcan como tu amor a dios—habló la santa mientras miraba los ojos del otro. Rafael baja con cuidado del carruaje con la ayuda de uno de los guardias que los acompañaban, el obispo sonrió causando un leve sonrojo en la cara del guardia.

—Que gusto volver a verte hermano—dijo el obispo haciendo una reverencia—me alegro por sus intentos de no perder el contacto con dios—habló entusiasmado.

—También es un gusto volver a verlos hermanos, ya nos podremos al día, pero tengo un asunto importante con dios que hablar con ustedes—ambos se miraron curiosos pero aun así no comentaron nada, solamente asintieron y con Catalina otra vez enganchada del brazo de su hermano mayor entraron al palacio no sin antes santiguarse.

Una vez dentro de la comodidad de la habitación del mayor, notaron el cambio radical en su mirada, la que les mostró en las puertas no se comparaba a la derrotada y cansada que les demostraba. Rafael tomó con un poco de fuerza su cruz que colgaba en su cuello mientras pensaba las miles de opciones que podrían haber afectado de esa manera al emperador.

—He pecado—su mirada bajó al suelo mientras Catalina lo miraba extrañada.

—No creo que pueda ser tan malo—habló la fémina mientras miraba con confianza a su hermano mayor.

—Me atrae un hombre ¿Cómo no puede ser tan malo? Veo a ese hombre como si fuera una mujer, una mujer con la que me gustaría pasar el resto de mis días. Pero la peor parte es que aunque él fuera mujer y tengamos aunque sea una mínima posibilidad él ni siquiera es cristiano, cree en el dios Astotelia—Rafael y Catalina se quedaron en blanco ante la respuesta del hombre.

—Él único problema de eso es que no es cristiano—habló Catalina luego de unos momentos de total silencio, mientras reía suavemente —pero dios dice que el amor mientras sea puro debe de respetarse... Dios es una figura de amor y respeto que nos enseña a amar al prójimo y para eso hay que aceptarse a uno mismo—tomo las manos del otro mientras Rafael sonreía.

—Incluso si es que gustas de un príncipe extranjero pagano, dios te habrá cruzado en su camino por algo—Rafael podía ser joven, pues no pasaba de los veintiséis años pero era un fiel creyente que Dios amaba a cada uno de sus hijos sin importar como fuera, incluso si se enamoraba de una persona no creyente en él.

—Ay hermanito—suspiró la mujer con desgano—padre no tenía razón, Dios es un ser de luz que nos ama a todos sin importar cual mal hagas, pero el amor, no es un pecado a menos que se relacionen antes del matrimonio—Catalina era una mujer que siempre sabía que decir aunque a veces podía hacer sonrojar a algunos mayoritariamente a su hermano mayor.

—No digas esas cosas—su charla fue interrumpida por un golpe suave en la puerta. Catalina se acercó a abrir la puerta.

—Oh...Buenas tarde, señorita, soy Bavilo de Sacramise, el primer príncipe de Arbezela, disculpé si interrumpo pero mi padre pidió que invitara al emperador Stefano a la ceremonia del sol antes de la cena donde se anunciara el compromiso—la rubia lo miró de arriba a abajo en forma de analizarlo.

Era un doncel, sin duda, por su figura más que nada, aunque su cuerpo estaba trabajado producto de años de entrenamiento, su cabello lo hacía ver un poco más viejo de lo normal pero nada que un buen corte no arregle, sus ojos eran una mezcla única de púrpura y violeta que hacían que brillaban, sus ropas eran las típicas de un príncipe de aquel reino según había leído antes de viajar.

En cuanto a la petición del otro solo pudo levantar una ceja ¿Ceremonia del sol? No recordaba todas las tradiciones de ese país pero bueno suponía que su hermano lo sabría.

—Claro, solo déjame preguntarle al emperador—ella se dio la vuelta y lo miró como si estuviera segura de quién era. Se acercó y le susurró al oído—Hay un doncel muy lindo que te está buscando—le dijo un empujón y se acercó a su hermano mayor pero más joven.

—¿Bavilo?—preguntó confuso—¿Qué pasó?—al ver sus ojos totalmente tristes y vidriosos. Tomó su cara poniendo ambas manos en sus mejillas mientras sus ojos (no tan visiblemente por su seriedad) preocupados buscaban algo que estuviera mal. La santa y el obispo estaban del otro lado de la puerta sin querer parecer metiches, por lo que se habían encerrado a hablar para aplacar la voz del emperador.

—No es nada—acercó sus manos a las contrarias mientras miraba los ojos rojos del otro. Hacía tres semanas se habían conocido pero fue suficiente para que ambos se sintieran como si fuera toda la vida, incluso si el mayor solía guardarse todo como una tortuga en su caparazón no fue difícil encontrar temas de conversación y empezar a tenerse una mínima confianza mutua.

—No es nada pero estas por llorar—acarició levemente las mejillas contrarias—No pasa nada si no me quieres decir pero no me mientas—pidió mientras limpiaba las lágrimas que Catalina no había notado. Buscó algún indicio de que estuviera lastimado, noto como sus muñecas estaban vendadas pero no comento nada porque prefería que su amigo se lo dijera en total confianza. Le soltó la cara levemente apenado, sin embargo no dejo que se notara—¿Qué me querías decir?—preguntó todavía preocupado.

—¡Ah, sí! Disculpa mis divagaciones. Mi padre, el emperador. Lo invita a la ceremonia del sol en forma de demostrar una paz religiosa entre ambas naciones. Para nosotros seria un gran honor que usted nos acompañara sobre todo porque mi hermana, la primera princesa de Arbezela será la creyente de la luz—Dijo el príncipe mirando la cara pensativa del emperador. 

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