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—¿Qué ha sido eso? —Sasha se quedó quieto, entornó los ojos y agudizó los oídos.

—¿El qué? —inquirió Raisa sin prestarle atención. Miró hacia la puerta de la casa con la esperanza de que Blaze y Ausa regresaran con el helado.

—Algo... —murmuró Sasha, sin saber cómo explicarle. No podía describir la sensación, si había sido un sonido o una alucinación, pero el escalofrío que había sacudido sus músculos le decía que algo acababa de pasar y que no se trataba de algo bueno. Las finas cuerdas que formaban la marca de su cuello se deshilaron y apretaron cada una con una fuerza diferente. El picor era intenso. Esperaba que lo hubiera provocado su inquietud—. Diles que se apresuren. Quiero subir —pidió, volviendo a estudiar el pico de la montaña.

Se secó la frente con el antebrazo durante la espera. Tenía calor, sin embargo, el sudor que le cubría la piel se sentía helado y miles de agujas lo pinchaban como si sufriera una sesión brutal de acupuntura. El sonido de la puerta al cerrarse de un golpe lo sobresaltó, pero al ver que los chicos se habían sentado en la escalera y estaban combatiendo con las cucharas, entendió que no podía esperarlos. En una situación normal hubiera matado por una porción de helado, pero no había nada de normal en lo que fuera que se avecinaba. La inquietud de su interior crecía como un cáncer. El ritmo de su marca aumentó, cada pulsación más rápida y más ardiente que la anterior hasta que se sintió estrangulado.

—¡Me voy! —gritó, montando en la moto y acelerando en el mismo instante en que encendió el motor.

El trayecto le resultó interminable. Lo examinó en busca de cualquier anomalía que pudiera explicar el sentimiento incomprensible que lo acosaba y luego volvió a concentrarse hacia adelante, esperando ver una mancha de color, la confirmación de que la cóctel se hallaba donde la habían dejado.

«No puede tratarse de ella», procuró tranquilizarse. El área les pertenecía a ellos. Los wises no tenían permiso para entrar, la pista era privada y el único peligro eran las ardillas que se hospedaban en los abetos.

Su corazón se detuvo antes de llegar a la cumbre y no encontrarla. Abandonó la moto y empezó a llamarla, mientras recorría el espacio con la mirada.

—¡Anahy!

¿Cuántos minutos habían faltado?, se preguntó. ¿Quince? ¿Veinte? No más de media hora en todo caso.

El Corazón de La Creadora estaba demasiado cerca, recordó, y no habían tenido ocasión de explicárselo a Anahy. Si se había acercado hasta la barrera o la había traspasado, podía haber quedado atrapada como una rata.

Sasha se adentró en el bosque, llamándola en voz alta y maldiciendo en voz baja. No había marcas en el suelo, ninguna fragancia en el aire, nada que delatara que la chica hubiera pasado por allí. Consideró qué otras opciones existían. No podía ser que Anahy se hubiese convertido, los cócteles no tenían el poder de hacerlo; no sentía olor a quemado, no veía humo, ni destellos de chispas o llamas. Las ondas energéticas del Corazón no estaban perturbadas, y eso era bueno. Tampoco escuchaba el zumbido de los drones de Madelyne o actividad que significara haber infringido los límites.

—Dragona, en cuanto te encuentre, te pondré una correa. Una resistente, que no podrás romper —prometió susurrando, girándose para volver a empezar desde el principio.

Regresó al claro sudado y con el corazón amenazando con salirse de su pecho. Encontró a los otros girando en círculos desordenados y mirando alrededor como si Anahy se hubiese convertido en un copito y estuviera escondida en el manto de nieve.

—¿Dónde está? —Raisa se le acercó. Por la mirada criminal y el dedo índice acusándolo, entendió que lo consideraba el principal sospechoso de haberla raptado.

LA CREADORA (Hielo y llamas I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora