Capítulo 5

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—¿Estás bien?

Las palabras atravesaron débilmente el muro de niebla que envolvía el cerebro de Anahy. La mano que le apretaba el hombro no le importó un comino hasta que la energía empezó a abandonar su cuerpo, fluyendo como aguas desencadenadas. Le permitió irse y aguantó el rastro de dolor que dejaba en sus venas. La piel la picaba por fuera y por dentro se sentía como si se la arrancaran a tiras, pero apretó los labios y se alegró al entender que el peligro había pasado. En cuanto pudo, inhaló con avidez, aliviando el sufrimiento de su pecho.

—Anahy, ¿estás bien?

Esta vez se percató de que Cold estaba inclinado hacia ella desde un lado, con la cabeza a la altura de su rostro. Su mano seguía apretándole el hombro, sus dedos clavándose con fuerza, presionándole la clavícula hasta el punto de hacerle daño.

Asintió con lentitud, demasiado trastornada para hablar. Soltó sus propios dedos de la silla uno por uno, con la sensación de que iban a quedarse en la misma posición, como unas garras, para siempre. Movió las manos bajo la mesa hasta que sintió la sangre volviendo a circular. Notó que le temblaban, pero se arriesgó y cogió el vaso de agua, vaciándolo de un solo sorbo.

—Estoy bien —dijo. Su voz sonó extraña incluso para sí.

Cold volvió a llenar el vaso con movimientos sosegados.

—Parecías un poco pálida —comentó a la vez que se lo ofrecía—. ¿Te asusta el fuego?

—S-sí. Un poco —Anahy tartamudeó, preguntándose qué significaba «pálido» para él. Debía haberse visto como una sopa caliente de tomates. Aún sentía gotas de sudor en su frente y tenía el pelo pegado a la nuca.

Se preguntó cómo se había apagado de repente, pues jamás le había pasado con anterioridad. No tenía el poder de controlar la energía. Cuando se sentía a punto de reventar acostumbraba a retirase a lugares alejados, preferiblemente zonas rocosas o desérticas donde podía permitirse dejarla salir. Allí esperaba hasta que la bomba de su interior estallaba y regresaba limpia.

Hacía pocos minutos desde que había estado a punto de convertirse en una llama y ahora no sentía nada de la energía en su interior. Se sentía vacía, entendió Anahy, y el sentimiento era extraño. Completamente libre. Seca. Ningún cosquilleo le molestaba con su presencia, ninguna electricidad bajo su piel, nada de nada. Encima, le resultaba agotador hasta mantener las pestañas levantadas y los miembros le pesaban una barbaridad.

—Creo que voy a marcharme —dijo, incorporándose con dificultad. Un mareo hizo que se balanceara y Cold le rodeó los hombros.

Anahy hizo el esfuerzo para sonreírle en agradecimiento, luego ojeó con apatía la sala. Descubrió que habían apagado el pequeño incendio. Dos camareros se disponían a quitar la mesa mientras otro conducía a la familia hasta otra libre. Un empleado había abierto la puerta y hacía lo mismo con algunas ventanas, ventilando el espacio.

Encogió los hombros, aprovechando el movimiento para alejarse del chico.

—¿Vives lejos? Puedo acompañarte si lo deseas —se ofreció él, haciendo ademán de acercarse otra vez.

—Muchas gracias, pero no es necesario. ­—Anahy agarró su mochila y se alejó antes de que Cold insistiera—. Hasta luego. —Curvó los labios para que no se sintiera rechazado, pero su tolerancia no llegaba a más de aquel gesto. No se sentía con ganas de socializar, de hecho no se sentía con ganas de nada. Lo único que le serviría era su cama.

Sus pies se sentían casi paralizados, recordándole las clases de gimnasia cuando debían añadir pesas a los tobillos y esforzarse para hacer los ejercicios. Perseveró en levantarlos, pero sus decididos pasos se volvieron timoratos al acercarse a la puerta de entrada. Sasha y sus dos acompañantes estaban con los ojos fijos en ella. Suponía que habían presenciado el incidente, pero ella no había sido participante y no creía que debiera ser objeto de tanto interés. Y era interés indisimulado, se percató. La estudiaban como si sus miradas fueran un dispositivo de escanear las células del cuerpo.

La incomodidad de Anahy cambió a asombro, desconociendo los motivos por los cuales Sasha entrecerró los párpados, dirigiéndole una mirada envenenada. El odio era más que evidente, incluso pudo vislumbrar algo de asco confirmado en el momento en que giró la cabeza y miró por la ventana, dejando de hacerle caso.

Vale, el balance del día estaba equilibrado, se dijo. Había ganado un amigo y un enemigo.

Empujó la puerta con la poca energía que le quedaba, dejando atrás el incidente y sus consecuencias.

LA CREADORA (Hielo y llamas I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora