Repetí el movimiento por decimoquinta vez. Cinco, seis, siete, ocho. Un, dos, tres, cuatro.
Tenía la voz de Hobi contando los pasos grabada a fuego, aunque él solía gritar palabras sin sentido.
Mi zapatilla resbaló y por poco me caigo de cara contra el suelo entarimado. Se me aceleró la respiración y agradecí que los demás se hubieran marchado hacía horas o se habrían estado burlando de mí hasta el día de mi muerte.
Me acerqué al espejo arrastrando los pies por el cansancio y me senté frente a él. Mi bolsa estaba en el suelo, así que saqué una toalla y una botella de agua para refrescarme. Estaba agotado, me temblaban las piernas y los brazos y el sudor hacía que me picara toda la cabeza. A pesar de que ya era octubre y que el tiempo en Seúl se estaba enfriando junto con la caída de las hojas de otoño, en la sala de ensayo hacía un calor terrible, era la planta más alta del edificio y el sol calentaba durante todo el día, ni siquiera las nubes podían evitarlo.
Miré el reloj de la pared, eran pasadas las ocho de la tarde. Llevaba aquí casi diez horas y mi estómago rugió, quejándose de no haber recibido alimento en todo el día.
Un diminuto punto sobre mi cuerpo atrapó mis ojos en el reflejo frente a mí. Una pequeña cruz, una x, escondida entre todos los colores y formas que decoraban mi brazo.
Una emoción cálida me entibió hasta los huesos con un calor diferente del que había en la sala de ensayo.
Después de Madrid, después de Amy, tenía unas ganas terribles de volver al trabajo. Sabía que no volveríamos a los escenarios hasta noviembre, pero yo estaba motivado, echaba de menos a nuestros fans, echaba de menos trabajar con los chicos y echaba de menos hacer una larga gira y disfrutar de los espectáculos.
Me sentía renovado y ella tuvo mucho que ver en ese sentimiento.
Nos habíamos conocido una semana antes de que regresáramos a Corea. Cuando la vi sentada en el suelo, con las lágrimas empapándole el rostro y los zapatos a un lado, me quedé sin habla, y eso es muy difícil para mí. Me habló en un coreano tan perfecto que habría jurado que era su idioma natal. ¿Qué probabilidades había? Y, después, descubrí que no tenía ni idea de quién era yo.
Ahí tenía mis probabilidades: imposible.
Todavía no me explico a mí mismo qué fue lo que me hizo sentarme a su lado y contarle mis preocupaciones a una desconocida. Quizás simplemente necesitaba charlar. A lo mejor estaba borracho, quién sabe. Lo cierto es que llevaba tanto tiempo sin hablar con alguien que no me conociera, que no supiera quién era realmente Jeon Jungkook, que la oportunidad de que alguien me viera a mí, a JK, me pareció sencillamente deliciosa.
Después de eso todo ocurrió tan naturalmente que me dejé llevar.
Me dejé llevar tanto que no quería que la noche terminara nunca.
Me dejé llevar tanto que sentí la necesidad de marcar su cuerpo, hacer que, de alguna forma, ella no me olvidara, porque me gustó quién fui mientras estuve con ella. Y su tatuaje me recordaba a ese JK, al JK que quería ser, al que quería que el mundo conociera realmente.
Era un alivio y a la vez una pesada carga, pero me hacía feliz pensar que, en alguna parte del mundo, alguien llegó a verme.
Me prometió encontrarme si alguna vez viajaba a Corea y, aunque yo sabía que no volvería a verla, siempre habría un pequeño espacio en mi interior lleno del deseo de que eso fuera realidad.
Mi móvil vibró en la bolsa de deporte, pero decidí ignorarlo. Estaba exhausto, así que me dejé caer sobre el suelo, respirando profundamente hasta normalizar mi respiración y ralentizar mis latidos. El teléfono volvió a vibrar. Quien quiera que fuera, era insistente.
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Entre mi pasado y tu futuro
FanfictionAmy conoce a JK, un joven y misterioso chico, en una de las peores noches de su vida. Con la promesa de encontrarlo, viaja a Corea del Sur sin imaginarse que él es una de las personas más importantes del país. Pronto Amy se verá atrapada entre la v...