OCHO

14 3 46
                                    

Tomé un sorbo de mi café y dejé la taza sobre la mesa de madera. Miré a mi alrededor: la cafetería en la que me encontraba estaba llena de gente, jóvenes en su mayoría, pasando la mañana con sus amigos.

Mi móvil vibró sobre la mesa y vi el nombre de Jungkook en la pantalla. El estómago me dio un vuelco. Ya he llegado, ponía. Se refería al hospital.

Min-ho llevaba ya cuatro días ingresado y su estado iba mejorando día a día. Su rostro seguía algo magullado, los moratones habían adquirido un tono amarillento y sus ojos seguían algo inflamados, pero tenía mucho mejor aspecto. Sobre las heridas de su espalda... Bueno, esas no me había dejado verlas, pero yo sabía que le dolía cada movimiento que hacía, eso no podía ocultármelo.

Y Jungkook había sido un gran apoyo estos cuatro días, porque había venido al hospital para hacerle compañía a Min-ho cuando yo tenía que salir.

Nos cruzábamos brevemente y siempre me saludaba y se despedía con una sonrisa tan radiante como el sol. Pasar los días en el hospital era mucho más fácil cuando sabía que lo encontraría en esa habitación.

Gracias, respondí al mensaje. Él me contestó con un guiño y un corazón negro.

La puerta de la cafetería se abrió y mi corazón dio un respingo al ver a Leo atravesar la puerta y frotarse las manos para entrar en calor. Paseó su mirada por el local y no pude evitar sonreír al ver cómo fruncía el ceño al no encontrarme. Le había crecido el pelo en los últimos meses y estaba más brillante y rizado que nunca. Levanté la mano para llamar su atención y su cara se iluminó aún más cuando sonrió de oreja a oreja.

Se me calentó el pecho, aunque de una forma diferente a como lo había hecho cuando estábamos en Madrid. Lo hizo de la forma en la que te sientes feliz porque has encontrado algo que ya dabas por perdido, pero ya no lo necesitas, porque has aprendido a vivir sin ello. Nostalgia, cariño, una mezcla de ambos.

Me levanté de mi asiento y Leo me recibió con un fuerte abrazo y me levantó del suelo.

—No me puedo creer que estés aquí —sonreí para él, convirtiendo mis labios en una delgada línea.

—Sorpresa —canturreé y él se rio mientras se quitaba el abrigo y tomaba asiento frente a mí. Le pidió un café americano a la camarera y apoyó los codos sobre la mesa, la mirada fija en mí—. ¿Qué pasa?

—Es que no me lo creo —insistió y yo sentí que me sonrojaba.

—Pues créetelo —me encogí de hombros.

—¿Hasta cuándo estarás? —Calculé los días que me quedaban, aunque todo dependía del estado de Min.

—El vuelo de vuelta es en algo más de una semana—Leo asintió y la pena cruzó su rostro a la vez que se asentaba en mi estómago como una comida pesada.

—Lara me dijo por teléfono que habías venido con Min-ho, ¿por qué no me habéis llamado antes? ¿Y dónde está él? ¿Por qué no ha venido? —Alcé las cejas ante sus preguntas—. Lo siento, es que me hace mucha ilusión verte.

Una sensación extraña se instaló en mi pecho, cierta incomodidad, un resquicio de anhelo, de algo que había deseado hacía tiempo y que parecía que aun bullía en mi interior. Pero era algo lejano, como si hubiera pasado en otra vida.

—Sí que vine con Min-ho —comencé a explicar—, pero han pasado muchas cosas, Leo.

—Cuéntame —extendió los brazos sobre la mesa, la punta de sus dedos rozó los míos, pero yo me aparté y me recosté sobre el respaldo de mi asiento. Noté que su cuerpo se tensaba—, soy todo oídos.

Entre mi pasado y tu futuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora