DOS

12 3 70
                                    

—¿Con quién hablabas? —JK se abrazó a sus rodillas y fijó la vista en algún punto frente a nosotros.

—He venido con dos amigos y he discutido con uno de ellos.

—¿Por una chica? —Me miró con el ceño fruncido, aunque sus labios se curvaban en una sonrisa divertida—. Siempre es por una chica.

—No, no ha sido por una chica —asentí y le hice un gesto para que continuara hablando—. Tenemos una especie de empresa juntos. Mi amigo Jimin, cuando bebe, se pone muy pesimista y cree que nos va a ir mal, que dejaremos de tener... —dejó de hablar, buscando la palabra correcta—... clientes.

—¿Y tiene razón?

—¡No! Estamos en nuestro mejor momento.

—¿Y por qué te enfadas?

—Porque sabe que eso me hace daño. Pensar en que lo que tenemos va a acabar me hace daño —su voz tembló y yo sentí ganas de llorar de nuevo.

—Parece que te importa mucho vuestra empresa —JK me miró a los ojos, mareándome. Asintió con una sonrisa orgullosa.

—Hacemos felices a muchas personas.

—Entonces estaréis bien, no le hagas caso a tu amigo. O mejor, despídelo por no confiar en ti.

Se rio como si le acabara de contar el mejor de los chistes. Su risa era como un soplo de aire fresco en un día caluroso de verano.

—Eso podría ser divertido —concluyó y me encontré a mí misma sonriendo—. ¿Y tú qué haces aquí?

—Es una larga historia.

JK se levantó del suelo y me ofreció su mano. Yo la agarré sin dudarlo y me pregunté por qué sentía que podía confiar en él. Pasó su sudadera por mis hombros y se agachó para recoger mis zapatos del suelo. Después me ofreció su brazo.

—Las historias largas hay que contarlas con comida —dijo.

—¿Cómo sé que no eres un asesino?

—¿Cómo sé yo que no lo eres tú?

Tragué saliva, preguntándome si no estaría siendo demasiado ingenua por irme con un completo desconocido, sola y borracha.

Culparía al alcohol de haber enredado mi brazo al suyo.

Me dejé guiar por JK hasta un pequeño restaurante de bocadillos que estaba abierto veinticuatro horas. Ambos pasamos al interior, en el que había tan solo tres personas, además de los dos camareros. Todos nos miraron como si fuéramos alienígenas y no quise ni imaginarme el aspecto que debía de llevar, descalza y con el rostro sucio y manchado de maquillaje, los ojos hinchados por haber estado llorando.

Nos acercamos a la barra y JK comenzó a pedir algo en inglés. Las palabras no le salían y comenzó a gesticular mientras el camarero lo miraba desorientado.

—¿Qué quieres pedir? —Pregunté.

—Dos hamburguesas y dos raciones de patatas con refresco.

El camarero me miró aliviado cuando pedí en español y nos sirvió una bandeja con nuestra comida. JK pagó, me devolvió los zapatos y cogió la bandeja para llevarla hasta la mesa más alejada de las demás.

—¿Cómo has encontrado este sitio? Nunca lo había visto.

—A Tae y a mí nos encanta comer, salimos a buscar algún lugar que no fuera muy turístico —asentí metiéndome en la boca una de las patatas más deliciosas que había probado en mi vida—. ¿Por qué estabas en el callejón? —Tragué saliva, tratando de empujar la bola de nervios que subía por mi garganta a lo más profundo de mi estómago.

Entre mi pasado y tu futuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora