CINCO

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El cielo aún estaba de un intenso color naranja cuando me desperté al día siguiente. El sol acababa de salir y yo me hundí entre las sábanas cuando vi que todavía eran las siete de la mañana.

Pero los recuerdos de la noche anterior no me permitieron volver a conciliar el sueño.

La mano de Jungkook sobre la mía, su nombre en mi teléfono y su voz pidiéndome que, por favor, lo llamara. Mi corazón se aceleró y abrí una conversación con él. Estaba en línea y eso hizo que mi estómago se retorciera de una forma extraña.

Buenos días, soy Amy, ¿quieres que quedemos para comer?

¿Era demasiado atrevida? No quería pasarme de la raya, no sabía cuáles eran sus límites. Por dios, era un idol, tendría un millón de cosas que hacer.

Borré el texto y decidí que lo intentaría más tarde.

Salí de mi habitación y me encontré con Min-ho sentado en la mesa del comedor, tomándose un café en silencio.

—Buenos días, Min —me senté a su lado y me dejé caer sobre su hombro—. ¿Has podido dormir?

Sentí que negaba con la cabeza y me erguí para mirarlo. Tenía las ojeras muy marcadas y su rostro rezumaba preocupación y ansiedad. Tragó saliva con fuerza y lo único que pude hacer fue coger su mano y darle un fuerte apretón.

—He hablado con mi hermana —desconocía que Min tuviera una hermana, pero no me pareció el momento adecuado para comentarlo. Simplemente asentí—. Me ha dicho que están en el pueblo del que eran mis padres, la han enterrado allí.

Volví a asentir, esperando a que me dijera qué quería hacer.

—Iré hoy.

—Iré contigo —algo similar a una sonrisa apareció en su cara durante una milésima de segundo.

—No sé si a mi padre le hará mucha gracia que lleve a una extranjera, sin avisar...

—Está bien, mantendré las distancias. Iré a hacer turismo o lo que sea, te esperaré.

—Puede que tarde.

—No me importa.

Min-ho me abrazó con fuerza, inspiró y soltó el aire muy lentamente, tal y como le había obligado a hacer todas las veces en las que había caído presa del pánico.

Nos quedamos en silencio durante unos minutos, hasta que sentí que volvería a quedarme dormida, así que fui a por una taza de café para mí misma. Cuando regresé, me senté al otro lado de la mesa para darle a Min algo de espacio para respirar.

—Bueno, ¿le has escrito ya? —Casi me atraganto con el café.

—¿A quién?

—¿Cómo que a quién? ¿A quién va a ser? —Rodé los ojos al cielo y el estómago volvió a darme un vuelco, el corazón se me aceleró ligeramente.

—No, no le he escrito. Tampoco sé muy bien qué escribir —reconocí.

—Por la cara que puso al verte, creo que hasta una letra sería suficiente para él.

—Tonterías —deseché esa idea, aunque en mi interior tenía la esperanza de que así fuera.

—¿Qué habías pensado?

—No lo sé, ¿buenos días, vamos a comer?

—Perfecto —sentenció Min con un golpe en la madera de la mesa.

—¡No!

—¿Por qué no?

—Porque... porque estará ocupado.

Entre mi pasado y tu futuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora