NUEVE

13 3 43
                                    

Me desperté con un terrible dolor de cuello y tardé un par de segundos en recordar dónde estaba.

El sol entraba espléndido por los ventanales que decoraban toda la pared del salón de Jungkook.

Me encontraba sobre una alfombra mullida, mis piernas encajonadas y entumecidas entre el sofá y una mesa cuadrada de café. Había usado el asiento de cuero marrón como almohada y tuve que estirarme varias veces para recuperar la movilidad.

Él seguía dormido a mi lado, sus rodillas estaban pegadas a las mías y me levanté lo más despacio que pude para no despertarlo.

Al llegar, la noche anterior, no me había fijado en lo enorme que era el apartamento en el que me encontraba. Jungkook no tenía muchos muebles, apenas algunos armarios, el sofá y la televisión y, en medio, una mesa cuadrada de café con un toque industrial. No había cuadros ni fotografías, ni plantas ni nada que indicara que aquí vivía alguien realmente.

Cogí mi bolso, que estaba cerca de su cabeza y busqué un baño. Me lavé la cara y me enjuagué, después saqué mi móvil y revisé las notificaciones: tenía varios mensajes y llamadas perdidas de Min.

Nada de Leo.

Ya eran las nueve de la mañana, Min tenía que tomar su medicación y solía ser madrugador, así que llamé.

—Por fin te dignas a contestar. ¿Se puede saber dónde estás?

—Buenos días a ti también, Min —bromeé para deshacerme de la culpa.

—Buenos días, Amy, ¿se puede saber dónde estás? —Repitió, aunque no sonaba realmente preocupado.

—Lo siento, Min-ho, debí llamarte. Estoy en el apartamento de JK —Silencio al otro lado de la línea—. ¿Min?

—¿Ha pasado algo? —El tono de su voz me indicó que no estaba preocupado en absoluto.

—Nada de tu incumbencia. ¿Te has tomado la medicación? ¿Necesitas que vaya?

—Ni se te ocurra venir aquí, estoy bien, Leo vendrá en un par de horas para llevarme al hospital—. Suspiré, odiaba la idea de tener que pedirle favores a Leo, pero, aun así, agradecí poder quedarme aquí un poco más.

—Iré a casa lo antes posible, ¿vale?

—No lo hagas —dijo él y colgó la llamada sin despedirse.

—Capullo —murmuré.

Me recogí el pelo en una coleta y salí del baño. Jungkook seguía dormido en la misma postura. Cogí una manta que había sobre el respaldo del sofá, lo tapé y me encerré en la cocina.

Al cabo de una hora y tras rebuscar por todos los cajones que había en la enorme cocina con isla, tenía café recién hecho y una sartén con tortitas calientes y esponjosas cocinándose. Estaba sacando una de las tortitas sobre el plato cuando la puerta se abrió y un Jungkook somnoliento me saludó con los ojos entrecerrados.

—Qué bien huele aquí— dijo como si estuviera viendo algún truco de magia. Yo solo le sonreí y seguí cocinando.

—Espero que te gusten las tortitas —dije vertiendo un poco más de mezcla en la sartén—. Mi madre solía hacerlas para mí cuando estaba triste —expliqué y Jungkook sonrió y se apoyó en la encimera a mi lado, inspirando el olor.

—Tienen una pinta increíble —exageraba, por supuesto, pero le agradecí el gesto. Nos quedamos en silencio y me sorprendió la comodidad que sentí en el pecho, como si no esperara nada de él, ni él de mí.

—Siento lo de anoche —dijo él en un tono de voz muy bajo, sin mirarme.

—No tienes de qué disculparte.

Entre mi pasado y tu futuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora