UNO

35 4 47
                                    

Café.

Necesitaba más café para superar el día.

Me levanté de mi escritorio y me estiré como un gato al sol. Llevaba demasiadas horas mirando la pantalla. Tenía los dedos de las manos entumecidos por teclear sin parar y mi cerebro estaba a punto de echar humo por las orejas.

Durante la carrera, nunca pensé que traducir guiones de películas fuera a ser tan complicado. Adoraba mi trabajo, pero, a veces, percibir todos los detalles de algunos idiomas me resultaba agotador, como si llevara semanas atascada en una tarea dificilísima.

Me dirigí a la máquina de café y la encendí, esperando a que el agua se calentase.

—¿Cansada? —Min-ho apareció a mi lado, contagiándome un bostezo y abriendo una botella de agua.

—Necesito que me ayudes. Da igual cuánto tiempo estudie coreano, hay cosas que sigo sin entender.

Min se llevó la mano a la frente, en un saludo militar. Su gesto me hizo sonreír. Menos mal que Min-ho trabajaba conmigo, los días serían demasiado tediosos si él no estuviera aquí.

—¿Te parece bien en media hora? Quiero acabar un proyecto.

—Claro, cuando puedas.

—¿Hoy comíamos con las chicas?

—Sí, hemos quedado a las tres.

—¿Por qué siempre tan tarde? —Se quejó, rodando los ojos al cielo. Yo preparé mi café, ignorando sus quejas.

—Min-ho, llevas en España, ¿cuánto, cinco años? Comemos tarde —Min me hizo un gesto de burla.

—¿Viene Leo? —La simple pronunciación de su nombre me aceleró el corazón. El color me subió a las mejillas cuando asentí con la cabeza—. ¿Has decidido si vas a hablar con él?

—No. Es decir, sí —Min me miró absolutamente exasperado. Bebió de su botella como si yo no acabara de decir nada—. Es complicado.

—¿De qué tienes tanto miedo?

—De que deje de mirarme como me mira. Que crea que solo quiero pasar tiempo con él porque espero algo a cambio.

—Amelia, lleváis siendo amigos desde los diez años. No va a pensar eso de ti, te conoce. Además, si te ha soportado tanto tiempo, no habrá problema.

—¿Te he dicho alguna vez lo insufrible que eres?

—Constantemente, preciosa —me guiñó un ojo y regresó a su mesa para seguir trabajando.

***

Si tuviera que quedarme con una sola cosa de Madrid, sería toda la diversidad que contiene. Mi amiga Lara y yo habíamos aprendido que pasear por la ciudad sin rumbo fijo, descubriendo rincones nuevos, era uno de nuestros pasatiempos favoritos. De adolescentes, lo hacíamos cada fin de semana y, después, cuando comenzamos a ir juntas a la universidad, se convirtió en prácticamente un hábito para deshacernos del estrés acumulado.

Durante el segundo año de carrera, Emilia se unió a nosotras y, aunque vivía en Italia y sólo iba a quedarse durante un trimestre, se enamoró tanto de la ciudad que le mostramos y de las diferentes personas que conocimos que decidió mudarse permanentemente y terminar sus estudios con nosotras.

Habían pasado unos tres años desde que habíamos salido de la universidad, pero seguíamos reuniéndonos todas las semanas. Las buenas costumbres no había que perderlas.

Min-ho me abrió la puerta del restaurante al que siempre íbamos y yo se lo agradecí con una inclinación de cabeza antes de cruzar el umbral.

Las chicas ya estaban esperándonos en nuestra mesa de siempre y se levantaron para darnos un fuerte abrazo cuando llegamos.

Entre mi pasado y tu futuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora