Capítulo 11: La fiesta con Wilson

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Capítulo 11: La fiesta con Wilson

—Me siento ridícula —dije, mirándome al espejo.

—Estás linda —respondió mi madre mientras terminaba de arreglarme el cabello.

—No me gusta —insistí. Me veía extraña. Sí, estaba bonita, pero los volantes en los hombros de la blusa no me convencían.

—Es la blusa que llevé a mi primera fiesta en secundaria —dijo— y la que usé cuando conocí a tu padre.

La blusa no era fea, solo extraña. Los pantalones con brillos y los zapatos deportivos no eran algo que acostumbrara a usar. No sé por qué le pedí ayuda a mi madre, además, el maquillaje ochentero me parecía demasiado llamativo, aunque ella aseguraba que estaba de vuelta en tendencia.

—Bueno, puedes cambiarte —sugirió mi madre—, pero estoy segura de que a Wilson le gustará.

Mis mejillas se sonrojaron de inmediato. Quizás a Wilson sí le agradaría. Tal vez me vería más femenina... Cerré los ojos con fuerza. ¿Por qué estaba pensando en cómo me vería él? No debería importarme, pero lo hacía. Después de todo, íbamos juntos a esa fiesta y, por una vez, no quería pasar desapercibida.

Quería que me encontrara bonita.

El timbre sonó, y el nerviosismo me congeló.

—Ya llegó —anunció mi madre emocionada.

Me miré una vez más en el espejo y decidí dejarme el labial rojo que hacía juego con la blusa. Quizás mi madre tenía razón y a Wilson le gustaría.

Bajé las escaleras. Mi madre estaba en la puerta, charlando animadamente con Wilson. Él llevaba una chaqueta de cuero y toda su ropa era oscura. Se veía tan guapo como siempre. Cuando levantó la vista y me vio, se quedó en silencio, sus ojos marrones brillando un poco.

—Hola —dije, sintiendo el rubor invadir mis mejillas. Esperaba que el maquillaje lo disimulara.

—Bellota, estás... bellota —dijo Wilson. Mi madre soltó una carcajada tan estridente que nos distrajo. Parecía sorprendida de escuchar cómo él me llamaba.

—Tengan una bonita noche —dijo mi madre, recuperando la compostura. Luego, miró seriamente a Wilson—. Tráela antes de la medianoche. Y por favor, nada de serenarse. Confío en que la cuidarás.

—Tengo auto —respondió Wilson, con una sonrisa tranquila—. No se preocupe, señora Jung, la cuidaré.

—¿Tienes auto? —pregunté, confundida. Nunca lo había visto con uno.

—Sí, es de mi mamá. Me lo prestó para hoy.

Oh. Pensé que iríamos en bicicleta.

—Adiós —me despedí de mi madre mientras Wilson salía de la casa. Cuando iba a seguirlo, mi madre me detuvo, abrazándome para susurrarme:

—Cualquier cosa, llámame y voy por ti. No dudes en hacerlo, ¿de acuerdo?

—Sí, mamá —respondí.

—Y si pasa algo, patada en las pelotas y un puñetazo en el cuello —agregó, susurrando.

Rodé los ojos, soltándome.

—Mamá...

—Adiós, querida. Pásala bien —se despidió con un gesto de la mano.

A veces mis padres eran un poco agobiantes, pero siempre habían sido así desde que me diagnosticaron a los 8 años. Me sobreprotegían y estaban siempre pendientes de mí.

Wilson me abrió la puerta del auto, un Mustang clásico de 1967, rojo. Aunque no estaba nuevo y la pintura era algo opaca, se veía limpio. Me ayudó a subir, dio la vuelta y se sentó en el asiento del conductor.

—¿Cómo te sientes? —me preguntó mientras se colocaba el cinturón y trataba de arrancar el auto. A la primera no encendió, pero lo volvió a intentar y esta vez el motor rugió. Wilson suspiró aliviado.

—Nerviosa —respondí, intentando no pensar en la fiesta. No solía encajar con los chicos de la escuela. Quizás, yendo con Wilson, las cosas serían diferentes, más fáciles.

—¿Por qué? —preguntó, mientras comenzaba a conducir.

—Es la primera fiesta a la que voy —admití—, y con chicos con los que no me suelo relacionar.

—¿Te da miedo socializar o tienes miedo al rechazo? —preguntó.

—No soy muy sociable —me limité a decir. Pero la verdad era que le temía al rechazo. Desde niña, cuando los síntomas de mi enfermedad empezaron a manifestarse, siempre fui "la rara". La gente me temía, me aislaba. Temían que me desmayara o vomitara en clase.

—Estarás bien —dijo Wilson, colocando su mano sobre la mía. Sentí un calor subir por mi brazo—. Solo disfruta. Bebe un poco, emborráchate, y luego tendrás algo que contar a tus nietos.

"Nietos..." pensé. Su toque, tan casual, me hizo estremecer.

—No puedo beber alcohol —admití, tratando de sonar despreocupada.

—¿Por qué? —preguntó.

El alcohol y mis medicamentos no se llevaban bien.

—Además de que es ilegal —señalé con una ligera risa.

—No seas abuelita. Hoy eres una adolescente normal, vas a una fiesta y te emborrachas —dijo sonriendo—. Pero si no quieres, no lo hagas.

—No quiero —dije.

—Entonces nadie te obligará —respondió, acariciándome los dedos.

—¿Hace cuánto tocas el violín? —preguntó de repente—. Tienes algunas ampollas en la mano.

Sonreí al recordar cuando me sorprendió tocando.

—Desde que empecé el instituto —dije—. Siempre me gustó. Es como si el violín me hablara.

—Me encanta tu pasión —dijo, antes de volver a concentrarse en la carretera. Sus manos volvieron al volante, y de inmediato extrañé su toque.

Sabía que no debía pensar en eso. Éramos amigos y no quería confundir las cosas, pero entre más lo conocía, más me gustaba.

Cuando llegamos a la casa de Gina, la música se escuchaba desde la calle. Un grupo de chicas, al ver el auto, comenzaron a murmurar y emocionarse al ver a Wilson.

—Mira, el clan Yoda —dijo Wilson, mirando a las chicas en la entrada.

—¿Por qué las llamas así? —pregunté, confundida.

—Son tan raras como él —respondió, algo perturbado.

Me reí suavemente. Las chicas populares, a las que todos seguían, y él las comparaba con Yoda. Me gustaba eso de él, que no se dejaba impresionar por las apariencias.

Nos bajamos del auto, y en segundos las chicas rodearon a Wilson como avispas.

A mí, me ignoraron completamente.

—Vamos a jugar verdad o reto, Wil —dijo Gina, luciendo una corona y una banda que decía "Birthday Girl".

—Ven —dijo Sandra, otra de las chicas, tomando a Wilson del brazo y arrastrándolo con ellas—. ¿Bebes?

—A veces —respondió él.

Me crucé de brazos, dudando si debía regresar a casa o encerrarme en el auto. Sentí un nudo en la garganta al quedarme sola, sin saber qué hacer.

Me arrepentí de haber venido.

Últimos Deseos De Amor (Editando) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora