Siete Bludger perdida

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Siete

Bludger perdida

Si Draco Malfoy pudiera volver el tiempo atrás, haría lo posible por no cometer los mismos errores. Intentaría estar del otro lado, el lado de la luz, del bien, de los buenos, de la dichosa Orden del Fénix. Tal vez no pudiera cambiarse de banco enteramente por sus ideales, pero sí podría hacerlo por las consecuencias. De haber estado con el lado del bien desde un inicio, hoy no se preocuparía por si las personas le escupían a él o a su familia, tampoco le prohibirian la entrada a los negocio, y podría entrar a San Mungo.

La verdad, es que si le escupían, si le negaban el acceso a negocios y al hospital, no era el problema real para él. El verdadero problema era que esas reglas no aplicaban solo a él, sino que abarcaba a su esposa y a su hijo. Y por ellos, era capaz de cambiar cualquier tipo de ideología.

Acababa de llegar a Malfoy Manor de una muy inutil sesión en San Mungo para poder proveer de atención a su esposa. Habían tenido que esperar horas y horas aun cuando contaban con turno.

—Hemos llegado a casa, Astoria —informó. Su esposa dejó que su peso cayera sobre sus brazos. Se desmoronaba. La llevó hasta su habitación y esperó hasta que se durmiera antes de bajar a su oficina y sentarse allí, cerrando los ojos, lanzando un suspiro de desolación.

Un elfo había prendido las luces en las paredes. Observó los pergaminos sin tocar y tomó uno. Era un plano de una isla desierta en otro continente. Una pista que llegó a él y la tomó, como tomaba todo lo que podría llevar a una cura para su esposa. Pero no le condujo a nada. No lograba dar con una cura a la maldición de sangre de Astoria. San Mungo menos, pero el hospital tenía acceso a pociones, experimentos, antídotos que él no. Algunas funcionaban, le daban energía a Astoria por unas semanas, al menos, hasta que su sangre parecía generar resistencia. Otras, simplemente no le causaban nada, como la de esta semana. Astoria había regresado igual de débil que cuando se la llevó. Y un poco peor, porque no sólo era la decepción de que nada hubiera funcionado, sino que aguantó la mirada despectiva del Sanador y sus comentarios mordaces, acerca de cómo ciertas personas no deberían tener acceso a semejantes antídotos y pociones.

Draco se había mordido la lengua. Astoria no se lo merecía. La mujer de hecho merecía lo mejor del mundo, no sólo era la mujer más bella ante sus ojos, también era demasiado buena y paciente. Él a veces se preguntaba qué es lo que había hecho para merecerla, cómo es que el día que le propuso matrimonio ella aceptó. Merlín, a él podrían decirle y tratarlo como quisieran, pero a Astoria y a su hijo no.

Si se atreviera a llorar con libertad, Malfoy en ese momento estaría llorando. Le dolía ver a su amada esposa muriendo día a día. Le dolía leer las cartas de Scorpius y su esfuerzo por contarle las cosas buenas, ocultando las malas. Sabía muy bien por las cartas de Sophie, Vincent, Kate y Jenna que la pasaba muy mal. Se estaba planteando seriamente hablar con la directora del colegio. Lo hubiera hecho ya, si no supiera que de verdad se tomaban las cosas seriamente. Estaba enterado de la prohibición de los dichosos pañuelos verdes.

Dio un largo y cansado suspiro antes de ponerse de pie lentamente. No tenía trabajo en aquella oficina. No habían negocios que tratar urgentemente, y no tenía ninguna pista nueva de algo que pudiera proveer una cura a la maldición de Astoria. Bajaría a su estudio de pociones, en las mazmorras de Malfoy Manor. Llamó a uno de sus Elfos y le pidió que solo lo molestaran si pasaba algo con su esposa o con Merlina, que ahora mismo estaba con Narcissa.

***

Noviembre llenó el castillo de fuertes vientos helados. El día del primer partido de Quidditch del año apenas se podía mantener las pancartas en su lugar. Los estudiantes más avanzados debieron colocar hechizos para que se sustuvieran contra las rafagas de 160 kilómetros por hora. La temporada la abría un clásico: Slytherin vs. Gryffindor.

El Legado de Potter #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora