Catorce El chocolate amargo

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Catorce

El chocolate amargo

A mediados de marzo, Scorpius se encontró pestañeando sin entender lo acababa de pasar. Estaba solo en medio del pasillo que lo llevaba a la sala común de su casa. Segundos atrás, James Potter le pidió disculpas sin mirarlo una sola vez a los ojos por un encontronazo medio mes atrás, y así como lo había interceptado, desapareció. Scorpius solo había podido ver su cabello rojo.

Sin saber si reír o sentirse aliviado, el rubio decidió avanzar. En cuanto entró a la mazmorra que daba a la sala común de su casa, fue a la esquina donde estaba Albus concentrado en el partido de ajedrez mágico que tenía con Thomas. Se sentó al lado de su amigo, inspeccionando la partida. Albus era bueno, pero Thomas era un genio. Cinco minutos después, Al fue aplastado.

—Tengo algo que decirte —se apresuró a decirle mientras tirando de la manga de la remera su amigo que en ese momento desordenaba más de lo que ya tenía su cabello por haber perdido.

Era fin de semana y usualmente Albus usaba ropa muggle. Eso era algo que Scorpius iba a incrementar durante las vacaciones, su ropa muggle. Se preguntó si lograr que su padre le comprara mucha más ropa muggle iba a ser un desafío. Alejó ese propósito a largo plazo y se concentró en decirle las noticias una vez solos en su esquina favorita.

—Tu hermano me interceptó cuando venía de la biblioteca.

Albus abrió los ojos como platos.

—¿Te hizo algo?

—No. Me pidió perdón.

—¡Maldición! Ya era hora. Maldito cretino.

Scorpius rió fuerte. Sabía que el señor Potter había venido al colegio para hablar con sus hijos, pero James no había hecho ningún intento por acercarse a él, hasta ahora. Se encogió de hombros.

—¿Cómo suele decir Thomas, esa frase Muggle? Tarde... nunca...

Albus se rió.

—Más vale tarde que nunca.

—Eso —Entonces miró la sala—. ¿A qué hora teníamos que encontrarnos con Rose? —Albus miró la hora en lo alto de la mazmorra en una esquina.

—Ya tendríamos que estar en camino. Vamos.

Ese fin de semana tenían pocos deberes, así que decidieron pasar un tiempo fuera, disfrutando de la vista del lago. Desde que la directora Mcgonagall había lanzado tremendo discurso y había lanzado castigos severos, los acosos se redujeron. Casi tanto como el tiempo del hecho heroico de Scorpius, casi, porque las miradas seguían allí. Aún así, pero podían considerarse tiempos felices.

En cuanto salieron a las afuera del colegio, vieron a varios alumnos, la mayoría eran Hufflepuffs. Sin embargo, había una ausencia evidente. Scorpius lo hizo notar en cuanto se encontraron con Rose, sentada en una piedra frente al lago. La chica llevaba una campera muggle con los colores de su casa y un león bordado en el corazón. Un regalo que su padre le había dicho ella.

—Eres la única Gryffindor por aquí, Rose. Aunque dentro me encontré con tu primo James —entonces le contó las disculpas. Su amiga asintió.

—Vaya, James vive con delay —rodó los ojos—. Soy la única aquí porque el resto sigue festejando el estupido partido de Quidditch

Scorpius se había olvidado del partido. La verdad que hasta ahora, resultó el más aburrido. Ningún jugador parecía querer tocar a James Potter, ni siquiera se le acercaban. Albus había estado furioso porque aquello podía llamarse de todo menos Quidditch.

El Legado de Potter #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora