Capítulo 2

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Cuando Emma estuvo de frente a la puerta de su casa, se sentía lista para desplomarse, incluso si no era en su cama. Para este punto pudo haberse desmayado justo ahí, frente a la puerta, sin importarle mucho que pudieran pensar los vecinos. Pero aún así, en contra del cansancio de su cuerpo, buscó las llaves de la entrada dentro de su mochila.

Después de buscar entre los tantos cuadernos y papeles que no recordaba cómo habían llegado ahí, finalmente encontró el pesado llavero. Después de tres intentos, abrió la puerta y lo primero que notó fue que había demasiado silencio.

En una casa como la suya, mucho silencio nunca era algo bueno.

Se suponía que los niños debieron haber llegado de la escuela media hora antes que ella, una cantidad de tiempo perfecta para que sus hermanos pusieran la casa de cabeza y quebraran la mitad de los objetos que no estaban pegados al suelo. Pero ahora la casa se encontraba tal y como la había dejado cuando se fue.

Algo no estaba bien.

Emma dejó su mochila en la entrada con la menor cantidad de sonido posible y con pasos silenciosos caminó por los suelos de madera de la casa. Mientras pasaba por la sala, tomó uno de los cojines. Un cojín no era una buena arma, pero sinceramente nada lo era en esa situación. Si alguien —o algo— hubiera entrado a la casa y no terminó huyendo aterrado gracias a los niños, probablemente no habría nada que Emma pudiera hacer. Al menos el cojín podía ser una distracción y amortiguar algún golpe.

Primero caminó por el estrecho pasillo al final de la sala. Solo había un baño, el cuarto de lavado y la habitación de Gifflet ahí, así que fue bastante fácil revisar. Por más desastre de ser vivo que era su padre, su cuarto era de los más ordenado, probablemente tenía que ver con el hecho de que Gifflet casi no tenía pertenencias. No podía desordenar cosas que no tenía.

El cuarto de lavado solo se veía oscuro y descuidado por ser el único cuarto que nunca se molestaron en pintar las paredes, pero nada más. El baño aún tenía restos de cuando Mara había jugado con agua en la mañana y algunos indicios de su intento fallido de peinarse, pero nada más.

Nada sospechoso en la planta baja.

Regresando por donde vino, fue a revisar escaleras arriba. Había una maceta rota que Emma sospechaba era de donde había salido la flor muerta con la que jugaba Mara en la mañana, por lo que no le tomó mucha importancia.

Al llegar arriba todo estaba calmado, de nuevo. Tener tanta calma en su casa de manera tan súbita después de dos años le daba escalofríos. Justo ahora solo quería escuchar el grito juguetón de alguno de sus hermanos.

Las puertas de los cuartos de Mara y Dani estaban abiertas, pero la de Kody estaba perfectamente cerrada. Sospechoso.

Emma abrió la puerta —agradeciendo que no tuviera seguro— y por alguna extraña razón se sintió decepcionada cuando la puerta no rechinó como lo hacen en las películas de terror baratas. Ignorando ese detalle, más allá de lo oscura que estaba la habitación, no había nada que se sintiera fuera de lugar. Parecía que simplemente era el cuarto de Kody.

Las gruesas cortinas estaban cerradas, pero eso no impidió que viera el bulto en la cama.

Emma resopló y puso los ojos en blanco. Debió habérselo esperado, Kody jamás dejaría pasar una oportunidad para dormir un poco más. Incluso si eso significaba dormir en medio de un montón de ropa sucia que no cabía en el cesto y acabó poniendo sobre su cama.

Era sinceramente decepcionante en comparación a lo que se había imaginado en un inicio, pero también era un alivio, al menos no tendría que escapar por una ventana o algo parecido, no tenía la energía para eso.

Arrullo de la Muerte: OtoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora