Capítulo 5

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Dentro de la oficina de la Directora, todo hacía mucho eco. Los pasos de Emma resonaban como si trajera tacones en medio de una caverna o una catedral enorme como esas que había en los libros de historia, o arte contemporáneo. Todo resonaba con un eco similar al de las gotas de agua.

Frente a sus ojos, había una oficina enorme. Las paredes se extendían más lejos de lo que la intuición le decía, especialmente en comparación a cuánto aparentaba el edificio medir desde afuera. Las paredes estaban teñidas de color azul pastel con un gran ventanal que dejaba ver el contrastante cielo rojo alternando colores. Había repisas llenas de libros, carpetas y papeles, y un escritorio inclusive más grande del que había afuera. Emma no era precisamente alta, pero estaba segura de que ella podría acostarse sobre la superficie del escritorio sin que colgaran sus pies en el aire.

Todo daba un aire de elegancia y profesionalismo, con excepción de los papeles apilados sin mucho cuidado en una de las esquinas del cuarto, pero eran fáciles de ignorar.

Pero fue la persona sentada en una silla acolchada detrás del escritorio la que llamó realmente su atención.

Era una mujer de traje negro, con piel oscura y cabello negro que caía como una cascada en perfectos rizos sobre sus hombros —Emma recordó los rizos de su propia hermana y sintió una absurda sensación de envidia—. Los írises de sus ojos eran tan oscuros que era difícil decir dónde acababa su pupila, quizás hubiera sido imposible de no ser por los suaves destellos platinados que adornaban la superficie. Como mirar un vacío infinito donde nunca encontraras nada con excepción de unas pocas estrellas solitarias destellando en un suave intento de calmar su soledad.

Emma no pudo evitar pensar que era hermosa.

Buenos días —logró pensar y decir Emma después de forzar su mente a regresar al presente, acompañando sus palabras con una pequeña reverencia—. Mi nombre es Emma Carroll y es un placer conocerla.

La Directora postró su mirada y aura imponente en Emma, haciendo que esta tuviera problemas para mantener la espalda derecha y no tratar de encogerse sobre sí misma. Las cejas de la Directora se levantaron con una delicadeza, elegancia y perfección que Emma no sabía que era posible de demostrar y sus labios se movieron mostrando sus blancos dientes.

—¿Una humana hablando rúnico? Le aseguro que eso deja una buena impresión, señorita Carroll.

Emma tardó en segundo en apartar su atención de la armoniosa voz de contralto que poseía la Directora y concentrarse seriamente en sus palabras. Oh. La Directora hablaba su idioma y no solo rúnico. Alguna parte dentro de la mente de Emma se sentía estúpida y pensaba que debió habérselo imaginado aún si no tenía manera real de haberlo predicho y ni siquiera había tenido un efecto negativo en la conversación.

Y si se detenía a pensarlo, no tenía sentido que la Directora se viera tan sorprendida con su habilidad para hablar rúnico. ¿Por qué enviar una carta en rúnico si no esperaba que ella lo hablara?

Mientras Emma pensaba, la mujer se había levantado de su silla y caminó rodeando su escritorio, con movimientos tan fluidos y hermosos como la simple manera en la que había alzado las cejas. Era como ver agua danzar. Sus pasos hacían un eco similar a los de Emma, pero menos ruidoso, con pasos delicados y ligeros de bailarina.

—Cuando envíe la carta esperaba que Gifflet la leyera para tí. No pensé que estuvieras familiarizada con el idioma —admitió la mujer, ahora más cerca de Emma, como si le hubiera leído los pensamientos.

Emma se sonrojó levemente por lo fácil que había visto sus intenciones y sintió una urgencia de explicarse que no terminaba de comprender.

—Gifflet me empezó a enseñar rúnico cuando me mudé a vivir con ellos, justo después de su aprobación. Era más fácil para los niños así.

Arrullo de la Muerte: OtoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora