Capítulo 4

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El silbido agudo de la tetera rompió el aire hasta llegar a sus oídos, haciendo que los hombros de Daniel se alzaran tratando de atenuar el sonido sin mucho éxito.

Emma llegó frente a la estufa en dos zancadas, apagando la lumbre y callando al utensilio de metal con facilidad. Abrió una de las puertas de la alacena y sacó cuatro tazas todas sobrevivientes de vajillas diferentes y puso bolsas de té en cada una de ellas. Ni siquiera les tuvo que preguntar qué té querían, siempre daban la misma respuesta.

Siempre le había parecido curioso cómo a pesar de que sus hermanos no tenían necesidad real de comer o beber como ella siempre habían tenido una fascinación especial por bebidas calientes como el té o el chocolate —Emma no los dejaba tomar café porque no necesitaban más energía en sus vidas, ya tenían suficiente para esta vida y la siguiente—. Siempre disfrutaba sentarse con sus hermanos y simplemente tomar algo.

Le hubiera gustado que esta fuera una de esas veces.

Tomó una bandeja para poder llevar las cuatro tazas, todas las bebidas ya endulzadas a los gustos ya memorizados de sus hermanos, y la dejó en la mesa de la sala donde los tres esperaban extrañamente quietos. Cada uno agarró su respectiva taza sin decir absolutamente nada y tomaron pequeños sorbos con una sincronía que dos años atrás le hubiera parecido algo aterradora.

Emma no tenía su inmunidad a quemarse la lengua, así que como persona normal, sopló un poco su té antes de poder dar un sorbo propio.

Los niños alternaban entre mirar el tranquilo líquido en sus tazas con algunas pequeñas hierbas que escapaban de las bolsas asentándose en el fondo, y las paredes. Los tres evitando ver el intimidante sobre abierto sobre la mesa.

Ese sobre definitivamente era el elefante en la habitación. Emma realmente no quería hablar al respecto, de hecho apreciaría si este elefante metafórico se fuera por la puerta y la cerrara tras de sí. Que lástima que los elefantes metafóricos en habitaciones no eran tan considerados.

¿Cómo se suponía que debía empezar esa conversación?

Emma se sentía más perdida que aquella vez que tuvo que leer el mapa de las líneas del transporte público por primera vez cuando tenía siete, y esa vez había estado al borde del llanto de lo confundida que estaba.

Si así era como se sentían los padres normales cuando daban "La charla" entonces no los culpaba por terminar diciendo cosas más vergonzosas y traumáticas que útiles.

Después de considerarlo y evaluar la situación cuidadosamente, Emma llegó a la conclusión de simplemente ignorar el filtro entre sus pensamientos y su boca y dejar que las palabras se acomodaran solas para formar oraciones que solo podía esperar fueran coherentes.

—¿Ninguno de ustedes tiene alguna idea de lo que viene en el sobre?

—¿Una carta? —adivinó Daniel ladeando la cabeza. Pensó que esa parte ya era obvia.

Emma dejó que una risilla se escapara de sus labios y miró al niño con dulzura.

—¿Y en la carta?

Esta vez los tres negaron con la cabeza.

Bueno, ahí iba una de sus rutas para hacer toda la conversación más fácil. Si al menos hubieran tenido algún tipo de idea lo pudo haber hecho todo un poco más fácil de digerir.

—¿Ni la más mínima idea? —insistió, negándose a dejar morir la pequeña esperanza que tenía, aún cuando ya sabía la respuesta.

—¿Estamos en problemas? —cuestionó Dani. El niño parecía estar muy hablador ese día, notó Emma, eso era bueno, al menos eso significaba que no iba a hacer un mal día aún peor.

Arrullo de la Muerte: OtoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora