Capítulo 11

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Emma no podía decir que estaba exactamente arrepentida, pero tampoco estaba exactamente satisfecha con cómo le estaban saliendo las cosas. Seguramente esto era lo más cercano que iba a conseguir a un buen resultado entonces no se podía quejar. Pero que no se pudiera quejar no le quitaban las ganas de justamente quejarse.

De algún modo —con ayuda indirecta y accidental de Hayes y Sean, pero Emma no lo quería admitir— ella había conseguido todos los documentos que las escuelas le pedían para poder inscribir a los niños y jamás se había sentido tan nerviosa respecto a algo en su vida.

No era nada grave, no tenía porque estar nerviosa, solo era muy consciente de que si alguien notaba que los documentos eran falsos probablemente ella acabaría en la cárcel y el resto de su existencia y la de sus hermanos se iría en picada como bola de nieve en una colina.

¿Ven?, sin presiones.

Y lo más estresante de la situación era saber que sin importar si alguien notaba o no los documentos su sufrimiento no iba a terminar ahí. Si notaban los documentos todo tendría un horroroso desenlace en un juicio legal, si nadie lo notaba entonces la historia comenzaría con que sus hermanos irían a escuelas humanas.

Eso último difícilmente tendría un buen desenlace. Y eso sin lugar a dudas le traería un constante estrés que no se podría quitar de encima por más que lo intentase. Ni siquiera podía encontrar palabras que describieran su actual pánico. Si tuviera que describirlo solo podría dar como ejemplo de su sufrimiento sus gritos internos de agonía.

Todo sería mucho más sencillo si pudiera solo desaparecer. Solo puff y ya no tendría que preocuparse por nada más.

Pero la vida no era tan piadosa.

Incluso si dejaba de lado su estrés sobre las inscripciones de sus hermanos y solo se centraba en sus propias responsabilidades escolares, eso la seguía dejando con un desastre. Cada día le entendía menos a sus clases de matemáticas y sus escritos en literatura tenían menos coherencia. Tan solo el ensayo que había entregado ese mismo día; lo había acabado una noche antes y lo había entregado hacía menos de dos horas y Emma ya no tenía ni idea de qué había hablado en su ensayo o si había recordado ponerle el título.

Ella esperaba que al menos haya recordado ponerle su nombre.

Su trabajo en el consejo no estaba mucho mejor, pero tampoco iba tan mal como cualquiera lo hubiera esperado en un inicio. Debido a la inhabilidad de Emma de trabajar sin presiones Malcolm le sugirió que fuera a trabajar en su parte a la sala del consejo durante el descanso. No se lo dijo directamente pero Emma sabía que era para que trabajara con la idea de que le tenía que entregar a Malcolm algún tipo de progreso antes de que acabara el descanso.

Brutal pero efectivo.

Claro que Shannon no lo veía igual y Emma ya perdió la cuenta de cuántas veces ya ha tenido que frenar otro intento de su mejor amiga por ir a exigirle a Hayes que la deje en paz a gritos y posiblemente jalones de cabello.

Amaba a Shannon con todo su corazón, pero esas escenas no le hacían ningún bien a su estabilidad mental.

Lo peor de todo eso era lo innegable que era la efectividad de la estrategia del presidente del consejo. Emma no hacía mucho progreso diario pero estaba haciendo un progreso constante y decente desde hacía dos semanas. La mayor desventaja probablemente era como siempre terminaba enojada cuando salía de la sala del consejo una vez terminaba el descanso.

¿Por qué enojada?

Porque en todo el tiempo que ella estaba ahí tratando de averiguar cómo acabar de estructurar la planeación de un evento deportivo cuando ella no sabía ni qué iba a desayunar al día siguiente, Hayes no hacía nada.

Arrullo de la Muerte: OtoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora