Capítulo 3

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Esa tarde, cuando regresó con Kody de haber ido de compras, Daniel y Mara ya habían regresado también. Gifflet simplemente le dejó una nota diciendo que algo había pasado en el trabajo y que regresaría de madrugada, que no lo esperaran. Eso no era común pero tampoco era extraño, por lo que Emma simplemente lo dejó ir.

En contra de toda predicción, Emma encontró a Mara dormida en el sillón, en vez de haciendo algún destrozo por la casa. Daniel también estaba en el sillón, dejando que Mara usara su regazo como almohada y con un par de audífonos puestos, tarareando por lo bajo lo que estaba escuchando.

Viéndolos así, ambos parecían niños normales y bien portados.

Emma tomó a Mara con cuidado y la levantó para llevarla a su cama —no sin antes tomar una foto de ambos niños—. Se suponía se tenía que bañar, pero Emma no se atrevió a despertarla. Cuando estuvieron en el pasillo que llevaba a las habitaciones en el primer piso, Mara se removió inquieta y se quejó dormida, lo que terminó con Emma caminando en círculos —o más bien óvalos— por el pasillo, arrullando a la niña lo mejor que podía con tal de alejar su pesadilla. Cuando Mara regresó a dormir plácidamente con una mejilla más sonrojada que la otra por haber estado recargada sobre Daniel durante mucho tiempo, Emma finalmente la arropó en su cama —sin ponerle su pijama porque eso definitivamente la despertaría— y se despidió con un beso de buenas noches.

Mañana podría averiguar qué había hecho con Gifflet todo el día.

Al bajar, Kody y Daniel ya estaban poniendo la despensa en su lugar —que sí, incluso cuando Emma lo dudaba mucho, ambos niños de hecho sabían ordenar— y conversando silenciosamente entre sí.

La mayor prefirió no interrumpir lo que fuera que estaban haciendo sus hermanos y en silencio tomó los materiales que había comprado para la escuela. Con únicamente el sonido de las bolsas de plástico para acompañarla, Emma se deslizó en una silla de la sala y empezó a adelantar parte del trabajo que se suponía Malcolm iría a supervisar el día siguiente. Entre menos tiempo tuviera que estar Malcolm en su casa, mejor.

Esta vez la casa estaba silenciosa en la manera en la que les traía paz y les daba lugar para respirar entre el caos en vez del escalofriante silencio que había cuando llegó. Esta vez Emma fue capaz de disfrutar el silencio de la noche que los acompañó hasta la mañana.

Siguiendo la rutina en la que habían caído los últimos dos años, Emma limpió lo mejor que pudo el desastre del desayuno antes de irse a la escuela, donde fue recibida por Shannon que la acompañó a su salón de su primera clase aunque ni siquiera la tomaban juntas.

El día parecía ir bien en un principio. El maestro de ciencias parecía estar calmado por una vez y no regañó a nadie sin razón alguna, entendió la clase de matemáticas, y la maestra de inglés le dio un diez en el proyecto que habían entregado la semana anterior.

Emma lo habría clasificado como un día perfecto de no ser por el molesto recordatorio mental que sonaba en su cabeza cada que se relajaba de que Malcolm Hayes iría a su casa después de la escuela.

¿Por qué existía la ansiedad? ¿Por qué no la dejaba simplemente disfrutar de un lindo día como ese?

Y al parecer su ansiedad era bastante obvia porque Shannon incluso se interrumpió a sí misma mientras le contaba otra de sus historias en el almuerzo.

—¿Estás bien?

—Sí —fue lo primero que salió de su boca, pero solo bastó una mirada poco impresionada de Shannon para que dijera la verdad—. No —suspiró un poco derrotada—. Malcolm se invitó a mi casa.

Arrullo de la Muerte: OtoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora