20. new york city subway.

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capítulo veinte:el metro de nueva york

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capítulo veinte:
el metro de nueva york.
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—¿Seguro que va a funcionar?

La voz de Ethan quedó por encima de toda la muchedumbre. El metro de Nueva York estaba infestado de personas disfrazadas. En aquella ciudad Halloween se alargaba varios días. Las fiestas se repetían durante una semana entera. Era la magia de Estados Unidos.

Después de hablar con el detective Bailey, se había organizado una manera de atrapar a Ghostface y acabar con él. Ese rato de descanso les sirvió para coger fuerzas. Si ellos lo acorralaban antes de que este les acorralara a ellos, todo habría terminado. El punto donde estarían a salvo para conseguir que todo fuera bien era el cine donde todas las reliquias de la franquicia de Stab se encontraban expuestas como altar.

Muchas cosas podían salir mal, pero era momento de pensar que por una vez, todo estaría bien.

—No estás obligado a venir si no quieres —Tara le contestó.

—¿Y separarnos para que nos liquide uno a uno? No, gracias.

—Hay que llegar al cine. Pillemos este.

Robin escuchó la voz de Sam comunicándose con el grupo, y cogió la mano de Ethan para tirar de él entre la gente que bajaba del metro que recién se había detenido en las vías. El cambio de pasajeros resultó ser todo un tormento. Un fuerte golpe y empujón por parte de alguno de los que cruzaban su camino le hizo soltar a su novio. Lo había perdido.

Miró atrás, pero no lo vio. Danny empujó desde su espalda para que no se separaran. Terminó metida en el vagón tres, junto a varios del grupo. Pero ni rastro de Ethan. Las puertas empezaron a cerrarse tras unos breves instantes anunciando que lo harían. Y maldijo. Intentó bajarse antes de que fuera tarde, pero Samantha la detuvo, cogiéndola del brazo.

El de rizos apareció al otro lado de las puertas, y Robin golpeó el cristal al verlo. El metro ya abandonaba la estación. Soltó un gruñido y se giró preocupada hacia los demás.

—Ethan se ha quedado fuera.

—Mindy tampoco está aquí —anunció Chad, sin hacerle ni pizca de gracia dicha idea.

—Mándale un mensaje. Dile que pillen el siguiente.

—Ya me ha hablado ella. Dice que nos vemos en el teatro.

El viaje en el metro fue la situación más tensa de todo el maldito día. Incluso por encima del truco del parque. Había más de cinco personas disfrazadas de Ghostface rodeándoles. Y lo peor era que no podían saber si alguno de ellos era o no el verdadero. Halloween. Más desventajas que ventajas. Robin buscó refugio junto a Sam, quien cogió su mano y la sostuvo fuerte.

Bajar de aquel vagón y salir al exterior fue como un soplo de aire fresco en la cara. Kirby les esperaba en la entrada del cine, y Danny fue obligado a quedarse fuera. No podían fiarse de nadie. Robin sacó el teléfono de su bolsillo trasero cuando estuvieron dentro, esperando al resto de gente.

Le escribió a Ethan avisándole que ya estaban allí y preguntándole por donde iban. Pero no respondió. Fue inevitable no ponerse nerviosa. Si algo le pasaba, no podría perdonárselo. Esa vez menos aún. Intentó llamarle para poder contactar con él de alguna forma, pero saltó el buzón de voz.

—Joder, Eth. ¿Por qué mierda no contestas?

—¿Está todo bien? —preguntó Samantha, acercándose a ella. Rob se fijó en el arma que tenía en la mano. Levantó la vista curiosa.

—¿Ese es...?

—El cuchillo que usó mi padre la noche que quisieron matar a Sidney, sí. Prefiero estar protegida por mí misma.

—Hablas de él como si lo conocieras.

—Una parte de mí siempre va a estar unida a él —comentó, cruzándose de brazos tras enganchar el cuchillo en su cinturón—. No puedo evitarlo. Tampoco pretendo hacerlo.

—Sam, yo... No debería decir esto. Anoche hablé con mi pad-.

Una llamada en el teléfono de la mayor detuvo la charla. Las dos se sobresaltaron al no esperar ese sonido de la nada. Carpenter respondió, colocando el móvil en su oreja. Robin se quedó mirándola, descubriendo como sus expresiones variaban conforme los segundos pasaban. Cuando colgó, parpadeó un par de veces hasta que consiguió reaccionar.

—Kirby no trabaja en el FBI.

—¿Qué?

—La despidieron por inestabilidad mental. Vete a buscar a Tara y a Chad. ¡Ahora!

Robin vio a la mayor alejarse de ella, corriendo hacia la salida. La rubia movió también sus pasos por una de las puertas del teatro, perdiéndose tras esta. Mientras caminaba por el pasillo, sintió su corazón latiendo con fuerza. ¿Había sido Kirby todo ese tiempo? No tenía ningún maldito sentido.

Frenó en seco. Sus pies se anclaron a la moqueta del sitio. Se debatió por unos instantes si hacer lo que estaba pensando o no, pero entonces sacó su teléfono del bolsillo una vez más. Con manos temblorosas, buscó en la agenda el contacto que había guardado recientemente. Luego lo marcó.

Un pitido. Dos pitidos. Tres pitidos. Cuatro pitidos. Alguien descolgó al otro lado. Stuart.

—¿Diga?

—Necesito tu ayuda —habló, volviendo a retomar la marcha. Su respiración se aceleró, al igual que su ritmo—. Es algo muy urgente. Me dijiste que te llamara. Tienes que venir.

—¿Dónde estás? —preguntó. Se escuchó movimiento desde la otra línea. Parecía que las cosas se caían al suelo. Quizá buscaba algo—. Pásame tu ubicación. Ya.

La chica traspasó una puerta. Se apartó el móvil de la cara para abrir los mensajes y compartió la localización de donde se encontraba con el hombre. Luego volvió a hablarle.

—Teníamos un plan, pero el detective Bailey nos acaba de decir que a Kirby, una chica que supuestamente ayudaba en la investigación, le echaron del FBI por inestabilidad mental. ¡Es ella! Y está con nosotros. No sé dónde, pero...

—Robin, escúchame, el detective Bailey es quien...

Pero no pudo escuchar nada más. Un grito de dolor escapó de su boca cuando un cuchillo rajó su antebrazo. El teléfono cayó al suelo, seguido de ella, y desde el altavoz se podía escuchar la voz muy por lo bajo de Stuart gritándole. La rubia llevó el brazo al pecho, sujetándolo. Su mano libre cubrió la herida de manera rápida.

Como pudo, se arrastró hacia atrás. La figura enmascarada la observó por unos largos segundos, con intensidad. Kushner tembló de pensar que ese era su final.

—Para ser hija de dos de los mejores asesinos de la franquicia, no eres demasiado espabilada —habló Ghostface.

Robin dejó a un lado el dolor y se levantó del suelo, corriendo sobre sus pasos, donde esperaba encontrar a alguien por el camino. Cuando miró atrás, el asesino había desaparecido.

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