La cita de Salvador

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Luego de años de no escribir una sola letra, decidí volver a intentarlo. Todo escritor sabe que escribir es exponerse a ser juzgado, aclamado o ignorado completamente. Escribir es una espada de doble filo. Incluso, si te aclaman, te hacen creer que estás en las nubes, que lo has logrado y que no hay forma de fracasar en tu próxima obra. O, tal vez, sientas que le dejaste la vara muy alta al próximo libro que está en proceso de escritura.

En fin, como ya sabrán, todos mis libros tienen un costado auto referencial. De seguro, ustedes esperarán encontrarme en alguno de los personajes. Y no se equivocan, aunque ni yo sé bien cuál es mi personaje. ¿Seré la chica odiosa que no sabe valorar a quien está siempre para ella? ¿Seré, tal vez, el perro fiel que todo lo soporta por amor? ¿seré esa mujer que juega a seducir a quien no es para ella? ¿seré el muchacho que no comprende por qué una chica tan misteriosa como fascinante querría salir con él? ¿seré aquel hombre que sale a rescatar a su princesa en apuros más por querer su compañía que por creer que ella no puede salvarse por su cuenta?

¿Spoiler alert? No. Solo les he contado el inicio de un tejido que pronto se irá formando para placer y desesperación de todos ustedes. Comenzaremos contando esta historia desde un momento posterior a lo contado anteriormente.

Pondremos la mirada en un bar. Claro, qué poco original. No hay libros que cuenten escenas en bares ni mucho menos que comiencen haciendo foco en un lugar tan común. Aquí vemos a un joven que cumplió veintinueve años hace poco tiempo. Mira sin cesar un libro en el que alguien parece haber utilizado su imagen para hacer la portada. O, quizás es él quien tienen un rostro que ya alguien decidió retratar sin saber que existía una persona que se correspondía con él. Obtuvo el libro lleno de curiosidad porque quien lo escribió lo conocía, pero él sabe que el personaje no se parecerá en nada a él ¿o sí? Como sea, teme leerlo. No sabe con qué se encontrará así que lo lleva a todos lados, lo hojea, aunque jamás logra vencer el temor a encontrarse... o a no hacerlo. Es extraño temer ambas posibilidades al mismo tiempo. Es como una caja de Pandora o como el gato de Shrödinger (¿así se escribe?)

Lo llaman Salvador. Es una de las citas más raras en las que él ha estado. Se ha comunicado con una mujer a la que despreció cuando era adolescente. Ella era tres años mayor que él y le daba constantes señales de interés, pero él se sentía incómodo ante tan obvios intentos de acercamiento. La verdad era que ella le gustaba, aunque no sabía bien por qué. El motivo de la incomodidad era que él sabía un poco por qué ella le gustaba, mas no comprendía qué veía ella en él. Le decían Tsuki, que significaba Luna. Le decían. Ella se hacía llamar así, pues le gustaban las series y mangas japoneses, igual que a él. De algún modo, ella sabía lo que a él le gustaba le mostraba dibujos que hacía de los animés de los que él era fanático. Luego, todo se terminó.

Al instante, llega una mujer que se sienta en otra mesa. Sería difícil definir si es atractiva o no. Salvador la mira atentamente. Le recuerda un poco a su madre y eso le hace sonrojar. Sin embargo, o tal vez sea por esa razón, no deja de mirarla. La mujer tiene cabello desgreñado, usa una blusa color verde botella, pantalones negros ajustados, una bandolera un poco desgastada y unos lentes algo torcidos. No lleva maquillaje, aunque tiene un truco para hacer que sus labios resecos de pronto tengan color: se mira al espejo, los muerde un poco, se los lame con intensidad sin utilizar la lengua y listo. Parece que se hubiese puesto brillo. ¿De qué edad aparenta? Su aspecto inicial de ratón de biblioteca la hace parecer de treinta y cinco, pero su rostro la hace ver mucho menor.

¿Será la mujer que él espera? Es que, por su propio bien, dejó de buscarla en redes hace como diez años. Cuando decidió volver a hacerlo, se encontró con que no tenía fotos públicas de sí misma y él no se atrevía a darle seguimiento ni a agregarla como amigo sin haber hablado con ella previamente. No podía más de la impaciencia. No recordaba su nombre así que la buscó y encontró al buscar su apodo de la adolescencia Tsuki Noya. Comenzó a chatear con ella de inmediato y, en efecto, Tsuki era la de su escuela. Hablaba como ella, lo reconocía y le hacía chistes con referencias a animé de aquella época, aunque no parecía estar al tanto de lo último salvo por un par de series demasiado populares para ignorarlas. A Salvador no le importaba eso ya. Había aprendido un par de cosas sobre el amor. Algunas de ellas tenían que ver con la importancia de no compartir absolutamente todos los gustos e intereses con una pareja, no disminuir su valor ni tampoco subir a otros a pedestales. Todo eso lo llevó a vencer la timidez y escribirle a esa muchacha que tanto lo había intimidado en su adolescencia.

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