Gente que sí

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Volvamos unos meses en el tiempo. Son las cuatro de la tarde en un balneario de la provincia de Córdoba. Salvador todavía tiene veintiocho y se ve como una suerte de niño grande. Su ropa tampoco ayuda mucho a verse como el hombre que es. O, tal vez, eso no importa demasiado ya que está con una remera negra, una malla de colores brillantes y un gorro que cubre su cabellera castaña. Está sentado frente al río mientras se debate entre sacarse la remera, dejando a la vista su cuerpo blanco por la falta de sol, y meterse de una vez o comenzar otra ronda de mate. Sus amigos nadan sin cesar y, cada tanto, vuelven a comer un pedazo de pan dulce cortado por una de las chicas del grupo o a pedir un mate.

- Ya se acabó. – anuncia Salvador sin ninguna emoción. Está pensativo. Más bien, indeciso.

Él vino con su grupo de amigos de la facultad. En verdad, no tiene más de cuatro amigos íntimos, pero se permite socializar con otros para divertirse un rato. No se considera especialmente sociable, pero tampoco le parece correcto ser un chico callado incapaz de continuar una conversación o de iniciarla con alguien a quien ve demasiado solo.

En eso, una joven con cara de ángel, cabello negro rizado y cuerpo esbelto se le acerca en traje de baño, con un termo vacío en la mano, y le pregunta si sabe dónde conseguir agua caliente.

- Por allá. – indica el joven señalando un puesto a lo lejos.

- ¿Me acompañás? – pregunta ella en tono un poco lastimero.

- ¿Cómo no? – asiente él y anuncia a los demás – ¡Ya vengo!

Los amigos, al verlo, le silban haciéndolo sonrojar. Salvador espera que la chica no lo note o se sentirá incómoda y a él no le gusta hacer sentir mal a la gente. Hubo una época en que esto le era indiferente. Si necesitaba hacer sentir mal a alguien para alejarlo, lo hacía, pero ahora es mucho más precavido y cuidadoso con los sentimientos de las demás personas. O, al menos, eso es lo que él cree. Lo cierto es que decide acompañar a la joven a buscar agua caliente para su termo.

- ¿Viniste con tu familia? – pregunta él en tono simpático... o quiere parecer simpático porque algo le dice que su voz le está temblando un poco.

- No, vine con el grupo de amigas de mi hermana. – contesta ella sin cambiar el tono lastimero.

- ¿Te sentís bien?

- Siempre me mandan a mí a hacer estas cosas. – contesta ella con una sonrisa triste. – Es como si quisieran sacarme del grupo. Me tienen de acá para allá buscando cosas, lavando, ordenando, comprando...

- Bueno, no me parece raro. Son amigas de tu hermana. Pero ¿por qué viniste con ellas y no con las tuyas?

La chica, de pronto, se sonroja y comienza a derramar lágrimas.

- No tengo amigas, ni amigos, ni nada. Todos son re forros conmigo.

- Bueno... vení con nosotros si querés. Soy Salvador, por cierto. – Dice él y se pone colorado otra vez al pensar en cómo pareció decir "soy tu salvador". – En realidad, me llamo Gonzalo, pero todos me dicen Salva porque... bueno, no importa. Es una historia larga. Porque, cuando era chico, le dije a una amiga de aquel momento que dibujaba mal y... bueno, yo no era mucho mejor.

La chica lo mira sin comprender y, a decir verdad, sin mucho interés en tan rebuscada explicación.

- ¿y cómo querés que te diga? – pregunta indecisa.

- Salvador está bien. Es un karma, pero si venís conmigo, mis amigos se me van a morir de risa si les digo que te dije que me llamo Gonzalo.

Salvador por Dalí. Eso quería decirle. O que la chica adivinara, pero no resultó ser el tipo de chicas cultas que solían gustarle. De todos modos, le conmovieron sus lágrimas y se le ocurrió que podía ser una potencial buena amiga o novia. Era cuestión de conocerla mejor. Parecía agradable por su temperamento sereno y su expresión lastimera aparentemente inofensiva. Sin contar, claro, su cara de ángel.

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