La espía

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"Me da curiosidad saber por qué te dicen Salvador. Entendí que era por Dalí, pero ¿vos sos pintor o algo así?"

"Creo que esa conversación ya la tuvimos. Perdón, es que un poco me avergüenza. Si te la cuento, ¿prometés no pensar mal?"

"Guau. Lo intentaré"

"Cuando era adolescente, había una chica que estaba enganchada conmigo... o eso creí yo... y siempre me mostraba los dibujos que hacía de cosas que nos gustaban a los dos. Algunos eran de personajes que ella inventaba y cuyas historias me contaba."

"Bien"

"La cosa es que un día me mostró un dibujo que hizo de mí y se me cayó el alma a los pies. Le dije que al dibujo que faltaba bastante y que igual sentía que algo andaba mal. Le corté el rostro. Ella se fue y tiró el dibujo. Mis amigos, cuando les conté, me dijeron "Claro porque vos sos Salvador Dalí" y me quedó.

"Bueno, pero ¿tantos años arrastraste esa historia con vos? ¿Por qué no volviste a usar tu nombre real? O... bueno, ¿por qué no le hiciste honor a tu apodo?"

"Lo intenté, pero me daba no sé qué meterme en la misma onda de ella y terminé cobrándole rechazo al dibujo en sí. O sea, a la actividad de dibujar. Encima, soy malísimo."

"Entiendo. ¿Y por qué te pareció mal que ella te hiciera un dibujo? A muchos de nosotros nos resulta halagador. Bueno, a mí me daría vergüenza que me hicieran uno, pero no me asustaría."

"Es que ella era más grande. Tenía diecisiete años y yo catorce."

"¿Y qué?"

"¿Puedo confiar en vos?"

Esta era la conversación que se daba entre Sofía y Salvador cuando Sofía no hablaba con Tsuki de la vida misma y de posibles trabajos futuros. De hecho, esta conversación se dio prácticamente el segundo día que hablaron ellos dos a raíz de que ella le contó que hacía ilustraciones para una escritora.

"Sí, dale, contame"

"Cuando era chiquito, tenía un tío que tenía dieciocho años más o menos... o dieciséis, no me acuerdo, pero era grande para mí. Él siempre venía a mi casa y me hacía regalos con lo que ganaba del trabajo que hacía. Era un payaso y un rebelde así que yo lo admiraba. No era cariñoso, pero siempre tenía juegos o salidas divertidas. Me llevaba al shopping, me dejaba jugar a todos los juegos que quisiera, me compraba helados y caramelos, y me decía que no le contara a mi mamá que hacíamos todo eso porque ella no me daba permiso. Ella era muy estricta con los horarios, comidas, golosinas, etc. En resumen, había muchos secretos entre nosotros y eso me gustaba. Ya te imaginarás cómo sigue la cosa..."

"La verdad, no. ¿Se murió o algo así?"

"¡Qué inocente! Ojalá."

"¿Y entonces?"

"Empezó a pedirme que lo tocara de una forma que le gustaba. Claro, en secreto. Decía que, si me daba todo esto que te conté, yo debía hacer algo por él. Y a mí no me gustaba, pero no quería que dejara de llevarme al shopping y eso. Era como una especie de trueque."

"¡Qué horror! ¿Y tu mamá supo?"

"Sí, una vez que me vio llorar de bronca porque lo toqué pero él no me dio nada porque se había quedado sin trabajo, le conté. Se puso como una loca y le prohibió volver a pisar nuestra casa. Nunca más lo vi. Al crecer, entendí que lo que él hacía estaba muy mal y que no tenía nada de qué avergonzarme, pero... no fue fácil de asimilar."

ExperimentalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora