Prólogo

242 72 168
                                    

Siempre he pensado que el amor es un territorio peligroso, un juego en el que nunca supe cómo mover las fichas. No es que no lo desee, al contrario, lo anhelo con la intensidad de quien ha vivido demasiado tiempo en la oscuridad. Pero, a veces, me pregunto si realmente alguna vez conoceré a alguien sin descubrir, tarde o temprano, que detrás de la sonrisa amable se esconde algo mucho más oscuro.

Vivimos en una era donde la gente se casa con promesas vacías, cegados por una fantasía que se disuelve cuando la realidad golpea. Y yo, que crecí en medio de gritos y reproches, lo aprendí desde pequeña: el amor puede ser el veneno más dulce.

Mi hogar no era un refugio. Era una trampa. Las palabras afiladas, los golpes disfrazados de castigos justificados, el control absoluto que se disfrazaba de protección... Eso es lo que entendí del amor en mi infancia. Un maldito infierno envuelto en el falso confort de la familia. Así que no, no soy de las que confían fácilmente.

Cuando alguien se acerca, la primera pregunta que surge en mi mente no es "¿Será él mi futuro?", sino "¿Qué escondes realmente?".— Me he vuelto cautelosa, a veces fría. Pero si algo he aprendido de los errores ajenos y de mi propio pasado, es que apresurarse en cuestiones del corazón nunca lleva a buen puerto. El amor es como una tormenta: si llega demasiado rápido, arrasa con todo a su paso. Y después, solo queda el caos.

He salido con chicos, claro. Algunos incluso me hicieron sentir que tal vez, solo tal vez, podría abrirme de nuevo. Pero al final, siempre aparece esa duda.— "¿Serás alguien que pueda estar en mi vida sin herirme?", "¿Sin destruir lo poco que he reconstruido de mí misma?" .— Y entonces, me repliego. Me cierro. Porque si algo sé con certeza, es que nunca más permitiré que alguien me haga sentir menos de lo que soy.

Y aun así, aquí estoy, escribiendo sobre una persona que rompió mis propias reglas. Una persona que, contra todo pronóstico, logró atravesar mis defensas.

Él no es perfecto. Yo tampoco lo soy. Nuestra relación ha sido todo menos fácil. Somos dos seres rotos, atrapados en una danza de caos y redención. Nos hemos amado, herido, y amado de nuevo. Pero lo que más me sorprende es que, a pesar de todo, sigo creyendo en lo que compartimos.

Todo comenzó en un mes de marzo, cuando la vida nos empujó el uno hacia el otro, como si quisiera enseñarnos que, a veces, las almas más complicadas son las que más se necesitan.

ETERNO AMOR DE MARZODonde viven las historias. Descúbrelo ahora