Capítulo 11: Una Noche de Celos y Confesiones.

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Desperté con los primeros rayos del sol colándose por la ventana, acariciando mi rostro con una calidez descarada.— Me resistí, gruñendo bajo las sábanas, como si ignorarlos fuera suficiente para hacerlos desaparecer. Pero no, hoy no había tregua. Tenía un examen final, y aunque mi cama parecía el lugar más tentador del mundo, no podía darme el lujo de ceder.

Me incorporé lentamente, sintiendo un latido constante y molesto en mi cabeza.— Vaya, excelente manera de empezar el día.— Me dirigí tambaleante al tocador, como una guerrera malherida buscando su medicina. En el botiquín encontré las aspirinas y, con un vaso de agua, las tragué, sintiendo el frescor del líquido deslizarse por mi garganta como una promesa de alivio inminente.

Con los ojos aún algo entrecerrados, revisé el móvil.—Mensajes acumulados.— El primero, de mi abuela, recordándome que tenía pendiente devolverle una llamada.— Luego, abuela, luego. — Dije en voz baja, prometiéndomelo más a mí misma que a ella. El segundo mensaje era de Abigail, quien desde lo del "susodicho maleducado" no había dejado de estar pegada a los detalles de nuestra cita.

Y entonces apareció él. El mensaje que hizo que una risa sardónica escapara de mis labios: El señor bromitas.

— Buenos días, amargada .— Me saludaba, con su habitual encanto de idiota.

— Cuidado, no vayas a contagiar tu mal humor al mundo entero.— Completaba, como si hubiera estado esperando ese momento desde anoche.— Rodé los ojos, pero una pequeña sonrisa se dibujó en mis labios. No le respondí, claro. No le daría ese placer. Pero, admitámoslo, a veces, ese toque insolente tenía su encanto.

Respiré hondo, lista para enfocarme en el día. Eligiendo mi atuendo, opté por algo práctico pero con chispa: Pantalones ajustados negros que resaltaban justo lo necesario, una camiseta blanca, y mi sudadera favorita, porque, bueno, era viernes y la comodidad reinaba. Los tenis viejos y desgastados sellaron el look. Aunque eran casi grises de tanto uso, me recordaban todas las veces que habían pisado más allá de los límites.

Con todo listo, me dirigí a la ducha, donde el agua caliente me envolvió como un abrazo. Dejé que las gotas cayeran sobre mi piel, deslizando mis manos por mis piernas, mi vientre, y subiendo lentamente hasta mi cuello. El aroma a miel y vainilla del jabón llenaba el espacio, y con cada pasada de mis manos sobre mi cuerpo, me sentía más despierta, más viva. El agua resbalaba, aclarando la espuma, y el vapor inundaba la habitación como si fuera una escena salida de una película.

No pude evitar una sonrisa traviesa al sentirme un poco... poderosa en ese momento.— A veces, una ducha no era solo una ducha; era un pequeño acto de reconquista personal.

El tiempo apremiaba, así que salí del baño, envuelta en mi toalla como si fuera una reina en su manto.— Me vestí con rapidez, echando una última mirada al espejo.— Aprobada.— Me dije, con una pequeña sonrisa de autosuficiencia.

Bajé a la cocina y preparé una tostada con jalea, acompañada de un jugo cítrico que me despertó los sentidos.— Nada espectacular, pero lo justo para enfrentar el día. Con el desayuno terminado y mis cosas en mano, abrí la puerta de casa, lista para enfrentar el mundo. O al menos, para sobrevivir a él sin perder la cabeza.

Y quién sabe, tal vez, solo tal vez, el señor bromitas recibiría su merecido antes de que terminara el día.

...

Las bocinas de los autos a mi alrededor componían una sinfonía infernal. Preferiría mil veces un desfile de tambores y trompetas antes que ese ensordecedor concierto de cláxones. Cada "bip" era como una bofetada a mi paciencia.

ETERNO AMOR DE MARZODonde viven las historias. Descúbrelo ahora