Capítulo 9: Entre Cicatrices y Helados.

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No suelo hablar de mi pasado. Muchos dicen: "Deja atrás el pasado y vive el presente".— ¿Cómo dejar atrás algo que está tan profundamente grabado en ti?.— Los recuerdos pesan, aquellos que te dejan cicatrices que nunca terminan de sanar, permanecen, como una sombra que impide el amanecer de un nuevo comienzo.

Arrastramos con nosotros esos momentos que, de alguna manera, nos impiden comenzar de nuevo, atrapándonos en un ciclo que parece interminable.— Desperté de una siesta. Permanecí en la cama unos minutos, como si mi mente estuviera a medio camino entre el sueño y la realidad.— Mi mirada divagó a la ventana; afuera, el cielo gris extendía un manto de melancolía sobre todo lo que tocaba. No había muchas aves volando, solo una o dos que atravesaban aquel espacio sombrío, reflejando exactamente cómo me sentía por dentro.

Recordé aquella mañana cuando todo parecía tan distinto. El sol brillaba intensamente, sus rayos calentaban mi piel mientras jugaba en el jardín. Todo estaba vivo, vibrante. El prado que rodeaba mi casa estaba repleto de margaritas, especialmente las amarillas, mis favoritas.—Me llenaba de una sensación de plenitud, de un bienestar que creía eterno.

Vivíamos cerca de la familia Bianchi, una familia perfecta o al menos, eso parecía.— El señor Carlo y la señora Roberta eran el tipo de pareja que uno admira. Confiaban el uno en el otro, se respetaban, y sus hijos, Anna y Pablo, irradiaban la misma belleza que su hogar. Pasábamos las tardes jugando en su patio, hasta que el cansancio nos vencía.— Sin embargo, con Anna había algo diferente. Era más que una amiga para mí; era una hermana.

Con el tiempo, nuestro vínculo se fortaleció. Compartíamos confidencias, sueños, hasta los quehaceres de la casa de su madre se convertían en momentos divertidos.— La señora Bianchi era una mujer cautivadora, con una dulzura innata que no solo se reflejaba en su mirada, sino también en la manera en la que nos contaba historias antes de que volviera a casa, siempre acompañadas de un emparedado de mermelada.

Pero un día, todo cambió.—Estábamos en el jardín, y sin previo aviso, Anna se desplomó. El miedo me envolvió, y mis lágrimas brotaron sin control.— Llamé desesperadamente a su madre, temiendo lo peor. A partir de ese momento, ya no la veía salir a jugar. Cada día que iba a buscarla, su madre me decía lo mismo.—"No se siente bien hoy, mi niña".— Mientras acariciaba mi cabello con ternura. Aunque sus palabras eran suaves, una parte de mí comenzó a pensar que Anna ya no quería estar conmigo.

Días después, mientras me sentaba en el patio, mis pensamientos se perdieron en recuerdos de Anna.— Entonces la vi, su figura se acercaba. Mi corazón latió con fuerza.— Corrí hacia ella, abrazándola con todas mis fuerzas. Pero algo en su mirada había cambiado; era como si una parte de ella ya no estuviera allí. Aun así, me sonrió, y sus palabras me dieron un alivio momentáneo: "Jamás abandonaría a una hermana".—Fue un reencuentro hermoso, sin saber que sería el último.

Esa tarde me regaló un collar, dos pequeñas figuras que representaban nuestra amistad.— "Es perfecto".— Le dije, mientras me ayudaba a colocarlo.— "Te quiero, Abella".— Esas fueron las últimas palabras que escuché de su boca. Esa misma noche, Anna partió de este mundo, llevándose con ella una parte de mi alma. La tristeza invadió mi vida, y su ausencia dejó un vacío irreparable.

La familia Bianchi nunca volvió a ser la misma, y el jardín, que antes estaba lleno de risas, solo albergaba un silencio pesado.

Aún en mi habitación, en medio del silencio, las lágrimas rodaban por mis mejillas. Los recuerdos de Anna siempre estarían conmigo, pero el peso de su pérdida era una sombra que nunca me dejaría. Anna, es ahora un eco lejano en un mundo que sigue girando, aunque mi corazón se haya detenido aquel fatídico día.

ETERNO AMOR DE MARZODonde viven las historias. Descúbrelo ahora