Capítulo 3: Un Dulce Regreso al Pasado.

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El aroma envolvente de la pastelería Home Made es una invitación irresistible a perderse en un mundo de dulzura. Conocida por sus pastelillos de formas caprichosas y sabores variados, esta pequeña joya hogareña se convierte en el escenario perfecto para una tarde cualquiera. Aunque no es grande, su encanto radica en su calidez y en las sobras que, si llegas antes de tiempo, ofrecen un sabor de la tradición que se resiste a desaparecer.

Hoy, la misión era simple: un pie de limón para mi abuela, su favorito, y unas galletas de chocolate para mí.— Nadie debería enfrentarse a un día sin un poco de indulgencia.

Mientras me dirigía hacia la puerta con las bolsas en la mano, la campanita sobre la entrada sonó, y una voz familiar me hizo detenerme. Al principio, creí que mi mente jugaba conmigo, pero luego escuché mi nombre con una claridad penetrante.

— ¡Abella! .— Exclamó la voz con un tono de sorpresa que parecía conocerme mejor de lo que yo lo conocía a él.

Me giré, y ahí estaba él: Nolan Caruzzo, un rostro del pasado que había estado enterrado en las esquinas más lejanas de mi memoria. Compartimos la secundaria en un pequeño pueblo de Roma, el mismo que había dejado atrás al mudarme a Houston pata seguir mis estudios con una beca. 

No esperaba toparme con él aquí, en esta esquina de mi nueva vida.

— ¡Nolan! ¡Qué sorpresa verte! .— Dije, dándole un abrazo que parecía una mezcla entre un saludo entusiasta y un intento de recuperar el tiempo perdido.

— ¡Abella! .— Respondió, sonriendo mientras me daba una palmada en la espalda, quizás más fuerte de lo necesario.— La palmadita me hizo tambalear ligeramente, lo que hizo que soltara una risita. — ¿Cómo has estado? Después de mucho tiempo, veo qie sigues siendo la misma enana de siempre.— Espetó jocosamente.

Su comentario me hizo sonreír.— Recordé aquellos días en que Nolan y yo éramos inseparables. Compartíamos la misma aldea y pasábamos mucho tiempo juntos, aunque algo cambió entre nosotros antes de que nos separáramos. No estábamos en términos muy buenos, y sabía que había razones para eso.

— La misma enana que solía esconderte tus sudaderas durante los días fríos. ¿Todavía te gustan esos cómics que te volvían loco? .— Le pregunté, levantando una ceja en tono de broma.

— Sí, todavía soy un fanático. Aunque ahora tengo una colección que ni siquiera tú podrías esconder . — Respondió con una sonrisa pícara, mientras miraba mis bolsas con curiosidad. — ¿Qué llevas ahí? ¿Una cena para un ejército?

Su mirada era penetrante, casi como si intentara descifrar mis pensamientos. Sentí un nerviosismo inesperado.

— Solo un pie de limón para mi abuela y unas galletas para mí. Nadie debe enfrentar un día sin un poco de dulzura personal .— Contesté, sacando una galleta y ofreciéndole una. — ¿Quieres una?

— No puedo rechazar una galleta de la famosa pastelería "Home Made". Siempre fuiste buena en esto de hacerme la vida dulce .— Dijo, mordiendo la galleta con gusto. — Aunque, me parece que todavía te gusta llegar tarde.

Esa broma me hizo sonreír, pero la hora en mi móvil me hizo recordar que estaba un poco retrasada.— Me apresuré a decírselo.

— Nolan, me alegra verte, pero le prometí a mi abuela que llegaría antes de las tres. No quiero que piense que estoy metida en un lío.

— ¡No te preocupes! No quiero ser el culpable de tu atraso. Solo quería verte antes de que te fueras corriendo. — Dijo, acercándose para darme un abrazo que tenía un matiz de nostalgia y cariño. La sensación fue reconfortante, y no pude evitar recordar nuestros viejos tiempos.

— Cuídate, Nolan. No te olvides de comer algo que no sea solo cómics y galletas.— Dije con una sonrisa, mientras me alejaba hacia el coche.

Mientras conducía, me invadió una sensación de mezcla entre ternura y melancolía. El pasado parecía jugar a un juego de escondidas conmigo, revelando y ocultando recuerdos al mismo tiempo. Los momentos con Nolan estaban llenos de dulzura, pero también de una pizca de tristeza por lo que no pudimos ser.

Al llegar a la casa de mi abuela, el olor a café y la calidez del hogar me dieron una bienvenida reconfortante. Su casa, con su encanto vintage y su jardín lleno de flores, siempre me hacía sentir que todo estaba en su lugar.

— ¡Hola, abuela! .— Dije al entrar, entregándole el pie de limón con una reverencia juguetona. — Como prometí, te traigo tu favorito.

— ¡Oh, querida! .— Espetó, abrazándome con ternura. — ¿Cómo has estado? Te extrañé.

— Estuve bien, pero me retrasé porque me encontré con un viejo amigo. ¿Recuerdas a Nolan Caruzzo? .— Pregunté mientras nos sentábamos con las tazas de café.

— ¡Claro que sí! El chico que solía esperar tu autobús con una sonrisa. Siempre me hizo reír con sus bromas. — Dijo, mirándome con una mezcla de curiosidad y cariño.

Decidí contarle todo lo que había pasado con Nolan, compartiendo no solo la nostalgia del encuentro, sino también mis sentimientos y la confusión que sentía.

Nolan era el chico que siempre sabía cómo sacarme una sonrisa con sus pequeños gestos. Compartíamos el autobús, y cada mañana me sorprendía con detalles: un café, una flor, dulces. Cada gesto se volvía especial y único.

Recuerdo una tarde gris, el autobús se tambaleaba por los baches de la carretera, y en un momento, tras un fuerte impacto, caímos uno sobre el otro. Nos reímos, y mientras nos mirábamos, la cercanía hizo que nuestros labios se encontraran en un beso tierno e inesperado. Nunca había experimentado algo así antes.

Nos separamos, nuestras miradas preguntaban qué había pasado. Nos sentamos en asientos separados y, en el silencio que siguió, entendimos que algo había cambiado.

Un día, cuando estaba enferma en casa, Nolan vino a visitarme. Lo recibí en pijama y pantuflas, sintiéndome ridícula, pero él solo sonrió con dulzura. Durante su visita, me confesó que pensaba en mí constantemente desde el beso en el autobús, y me dijo que le gustaba.

Yo, confundida y sin los mismos sentimientos, le respondí que solo lo veía como un amigo. Su declaración de amor me dejó con el corazón apesadumbrado, y después de sus últimas palabras .— Te quiero, Abella.— Se fue. Fue la última vez que lo vi.

Decidí abrirme con la abuela.— Los abuelos tienen una sabiduría invaluable.— Conté todo lo que había pasado con Nolan. Ella escuchó con atención y, mientras sorbía su café, sus palabras llenaron el espacio de calma.

— Es natural sentir eso, cariño. Los viejos amigos pueden traernos tanto recuerdos felices como preguntas sin responder. A veces, una conversación puede ayudar a resolver las cosas en nuestro corazón .— Terminó, con sabiduría en sus palabras.

Entre las tazas de café y su compañía, la tarde fue cálida y reconfortante. Ella escuchó cada detalle, y sus gestos durante la conversación fueron lo más apacible de la tarde.

Me despedí de mi abuela con una sensación de paz. Había compartido mi carga emocional y encontrado consuelo en su compañía.— Mientras conducía de regreso a casa, me sentí más ligera, como si el peso del pasado hubiera sido suavizado por el calor y la sabiduría de mi abuela.

ETERNO AMOR DE MARZODonde viven las historias. Descúbrelo ahora