Capítulo 4.- Infierno y esperanzas.

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-Señorita Kaela, ¿está segura de esto? Yo podría ir solo...

-Oh sí. Dejarlo solo ahora mismo, aunque él se vea fuerte, es como dejarlo entrar en la boca del lobo sin ninguna protección.- dijo Kaela mientras avanzaba en aquella calle oscura que los envolvía.- No quiero menospreciarte Matthew, pero si él está en peligro, yo podré atacar para que huyáis.

-No podemos dejarte sola en aquel lugar. El señor no lo permitiría.

-Mi vida es insignificante, Matthew. La de él, no. Y menos si queremos que los sueños sigan siendo eso.

La lluvia caía encima de la mujer y del cuervo, calándolos hasta los huesos. Morfeo los había dejado solos cuando se adentró en el infierno en busca de su yelmo. Así que, tomando una decisión arriesgada, Kaela y el animal se habían dirigido al centro de la ciudad, adentrándose en las oscuras calles.

-¿Y exactamente cómo llegamos al Infierno?

-Tengo un amigo que nos ayudará.- explicó la morena, mientras seguía caminando rápidamente entre calles cada vez más estrechas.

-¿Un amigo en el infierno?

-Sí, por más extraño que parezca, sí lo es.- dobló una última esquina y se detuvo abruptamente. Allí, en medio de dos paredes de ladrillos, con el frío y el agua penetrando en su piel, extrajo de su bolsillo una moneda de oro que brillaba con la débil luz de la noche. Matthew se posó en su hombro y Kaela cerró los ojos, formulando una corta oración que traería a su amigo hasta ella, mientras frotaba la moneda con el dedo índice.

Cuando abrió los ojos, miró hacia los lados, pero nada sucedió y nadie apareció. Suspiró y elevó la cabeza, dejando que la lluvia callera directamente sobre su rostro. Volvería a intentarlo, porque era la única forma de entrar en el Infierno y salvar a Morfeo. Cuando iba a volver a invocarlo, un graznido y salto de Matthew hizo que se pusiera en alerta, con ambos cuchillos en las manos.

Al girarse, vio allí a quien estaba buscando. Un hombre de mediana edad, rubio, trajeado y con una sonrisa burlona en su rostro, sostenía entre sus dedos una pluma negra del cuervo del rey de los sueños. La miró con aquel destello amarillo en sus orbes y su sonrisa se amplió.

-Hola, Kaela. Creo que me has llamado.

-Hola, Drarak.- saludó ella con una sonrisa, guardando sus cuchillos y la moneda.- ¿Podrías no desplumar al cuervo de Morfeo, por favor?

-Oh, lo siento pequeño. No sabía quién eras.- el hombre fue a devolverle la pluma al ave quien se alejó de la mano.- Creo que me tiene miedo. Si no te importa, puedo quedarme con la pluma.

-Quédesela. No puedo volver a ponérmela.

El demonio río con ganas y colocó la pluma en la solapa de su traje seco. Él no se estaba mojando, parecía que la lluvia lo esquivaba mientras caía sobre los otros dos personajes. Drarak y Kaela no paraban de mirarse y él se apoyó en la pared de ladrillo de sus espaldas, mirándola interrogante.

-¿Qué necesitas, Kaela?

-Necesito entrar en el Infierno. Morfeo está allí.

-Sí ha conseguido entrar, no te garantizo que salga. Lucifer y él no se llevan especialmente bien.

-Lo sé. He escuchado historias. Pero necesitamos que vuelva con vida. Necesitamos que el mundo de los sueños permanezca inalterable Drarak. Necesito que esté bien.

El demonio la miró con expresión seria. El cómo él y la bibliotecaria habían llegado a ser amigos era una larga historia que no había compartido con nadie, por el bien de ambos. Kaela podría perder su lugar en el mundo de los sueños y nadie la entendería. Y si Lucifer supiera que uno de los suyos hablaba con ella, que era cercana a Morfeo, quien sabía lo que podía sucederle al rubio. Sin embargo, sabía que podían confiar hasta cierto punto el uno en el otro, pues lo habían demostrado en algunas ocasiones.

Los sueños, sueños son... ¿no?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora