Había pasado día y medio desde el suceso del bar, ignoró las llamadas de Thomas cuando su celular prendió de nuevo. Leyó algunos de los mensajes que le había enviado. Resultaba que ese viernes Thomas se había ido de urgencia a Boston y a penas había tenido tiempo de informarle por qué no podría ir a buscarla. Además de que su cabeza no podía procesar nada más que el hecho de que a su padre lo hubieran internado. Intercambió mensajes distantes y cortos para saber del estado de su padre y se quedó tranquila cuando supo que estaba bien. Solo había sido un susto. No aceptó sus llamadas, tampoco tenía la energía para hablar por teléfono debido al resfriado que se había agarrado el viernes.
Estaba furiosa y se conocía muy bien en esa faceta, quería enfriar sus pensamientos antes de enfrentarlo, Thomas era el único amigo que le quedaba y tenía que pensárselo dos veces antes de arruinar también esa amistad. Además se irían de vacaciones al día siguiente, lo mejor sería esperar al lunes y hablar con él de camino al aeropuerto.
Se pasó el fin de semana ojeando en internet todas las cosas que podrían hacer en la isla Rosanna. Playas de arena blanca, clima soleado, bares de playa distribuidos por doquier y pequeñas islas desiertas que salpicaban la isla central. Una vegetación soñada como la de Hawaii salpicaba los alrededores. Parecía un lugar sacado de un cuento de hadas y le sorprendió que se supiera tan poco acerca de esa isla. Cenotes, plantas de todos los colores y texturas, agua cálida, playas extensas, y actividades de todo tipo para disfrutar de la naturaleza. Incluso había una pequeña isla a diez minutos andando en lancha o barco pequeño, donde habitaban decenas de animales como cerdos, vacas, caballos, perros etc. La gente iba a para interactuar con ellos como parte de un proyecto de santuario donde podías visitar, disfrutar del silencio del lugar y sus paisajes y a su vez alimentar a los animales y rodearte de ellos. Con el dinero de la renta de las cabañas rústicas que habían construido allí, alimentaban curaban y rescataban aún más animales. Leia sonría fascinada aferrada a su taza de té caliente, cubierta con una manta y con la armonía del ronroneo de su gata en su regazo.
La idea le había surgido a Thomas, en un comienzo serían solo ellos dos pero luego Thomas decidió que su nuevo novio debía ir también. Leia se mostró un tanto efusiva al inicio, pero terminó cediendo ante las súplicas de Thomas que podía ser muy persuasivo cuando se lo proponía. No tenía ni idea de que se pondría para ir. Sabía que el lugar era caro así que optó por hacerse de prendas que usaría todos los días, tanto deportivas como de playa. Incluyó toallas y sábanas porque fuera uno a saber a qué cabaña destartalada irían. El presupuesto con el que contaban no era elevado, así que imagino un lugar básico, simple y rústico, que fuera a tono con la idea de la isla. Thomas, que era socio y dueño de varios clubes de noche en Aston, (entre ellos el club donde ella trabajaba) tenía un muy buen pasar pero aún así una semana en una isla paradisíaca no era de los lugares más económicos y aún así había insistido en ir sin dejarle pagar un centavo. Se había negado a dejarle pagar nada, tampoco le había revelado detalles más allá del nombre de la isla, insistía en que sería una sorpresa, una que le gustaría, así que después de mucho tira y afloja terminó cediendo. Sabía que se merecía un poco de paz después de unas semanas agitadas en el trabajo, y especialmente después del episodio del viernes que la había dejado triste y devastada.
El lunes en la mañana ya tenía todo listo, una valija mediana de bodega y un bolso de mano, creía que para una semana tendría todo lo necesario.
Se vistió con un conjunto deportivo turquesa que resaltaba el leve bronceado que tenía y se hizo una cola de caballo alta que alzaba sus grandes ondas color chocolate. Se miró al espejo, había estado llorando un largo rato, así era como aliviaba sus penas, películas románticas, palomitas y agua saborizada. Al día siguiente siempre se sentía como nueva, aunque sus ojos no opinaban lo mismo. Se puso los anteojos de sol que Thomas le había regalado su cumpleaños anterior con una montura gruesa que cubría también sus ojeras y un poco de los lados , lo necesario para pasar desapercibida, y salió a las diez am en punto para esperar a su mejor amigo que llegaría pronto.
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Las redes del prejuicio
RomanceDesde pequeña Leia se vio obligada a defenderse en las calles de su barrio antes de siquiera aprender a contar. Y antes de cumplir la mayoría de edad su hermano mayor, y la única figura paterna que jamás ha tenido y que ha sabido cuidarla y proteger...