Capítulo 13 | El nombre del diablo

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–¡La princesa ha venido!– gritó Thomas para hacer obvia su presencia. Se puso roja como un tomate. Lo último que quería era que la atención de todos se dirigiera hacia ella.

–Thomas, no hacia falta la introducción, gracias.

Casi como de una fuerza magnética se tratara, dirigió la mirada a Killian que la observaba desde su playera de verano mientras tomaba una cerveza. Tenía el cuello de la camisa abierta, el pelo despeinado, y las mangas subidas hasta por encima de sus codos en una posición relajada. ¿Cómo podía alguien lucir tan sexy tomando una cerveza?, de repente tenía calor, mucho. Le ardía la cara y le sudaban las palmas. Se sentía presa en un sauna dentro de su propio cuerpo.

Él ni siquiera pestañeaba. La escaneó de arriba abajo sin disimulo y ella apartó la mirada de forma brusca para romper la tensión.

–Tú lo conoces mejor que nadie aquí Lei, deberías darte por enterada ya de lo exagerado y molesto que puede resultar– dijo Octavio lanzándole una mirada de desaprobación a su novio. Luego se acercó a ella y con una mano en la espalda la guió suavemente hacia la gente sentada alrededor de la mesa.

–Esta es Marta, mi madre. Seguro has escuchado hablar de ella en las revistas sobre las mujeres más influyentes.

Leia no se sorprendía para nada. Su hija Dove era un calco de esa mujer, la única diferencia era que esta tenía curvas exageradas y una sonrisa simpática, en cambio Dove era delgada como un alfiler y fría como el hielo. Parecía de esas madres de publicidad, sonriente, cariñosa y atenta, de esas que uno ve en la televisión y soñaría con tener.

–Querida, un placer conocerte. Octavio y Thomas me han hablado mucho de ti.

–Es un honor conocerla señora –contestó sin saber dónde meterse. Parecía el tipo de mujer que parecía desvivirse por su familia mientras su marido se divertía en El tridente con muchas otras mujeres a las que le doblaba la edad. Sabía que algunas de sus compañeras brindaban servicios VIP fuera del club con algunos de los clientes más adinerados, y este era el tipo de hogares que se arruinaban gracias a ello. No era tonta, sabía que no tenía la culpa de lo que esos tipos hacían. Nadie los obligaba a ir al club a verlas bailar, o salir de él del brazo de sus compañeras. Pero se sintió mal de todas formas, y no supo como recobrarse de ello. Se abrazó tomándose de los codos nerviosa. –Ven siéntate cariño. Estábamos discutiendo acerca de los nuevos servicios que brindaremos en el retiro. Los chicos me dijeron que se pasearon por allí. ¿Qué te pareció?

–Bien, yo...es, es muy lindo.

¿Muy lindo?, ¿enserio Leia?

–Ma, ya basta de hablar de eso. Ya podrás invitarla a casa cuando regresemos a Astor y podrás contarle todo lo que quieras de tus nuevos planes. Sigamos.

Leia miró a su alrededor sintiéndose una hormiga. Solo hombres rodeaban la mesa aparte de Marta. Quería escabullirse y correr a su habitación. No tenía intenciones de socializar. No esa noche, no con esa gente.

–Estos son Nick y Max, nuestros primos, –Estiró el cuello por sobre su hombro como buscando algo– me falta uno, ¿Zeta aún no ha regresado?

–Sabes que se toma su tiempo, ya regresará– contestó Nick. De todos parecía el más elegante. Estaba con la espalda apoyada a la pared, un pie cruzado sobre su pierna apoyado en punta en el suelo, en una mano sostenía un cocktail negroni, y la otra permanecía en su bolsillo. Llevaba un traje negro y sofisticado, y un Rólex plateado que brillaba con el rebote de la luz de las lamparas. Era alto y muy delgado, con el cabello rubio oscuro.

Las redes del prejuicioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora