Capítulo 7 | La isla

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Posando en la colcha había un enorme oso de peluche peludo y blanco sosteniendo un cartel que decía "lo siento". Cuando se acercó tomó el cartel en sus manos, y vio algo entre las patas peludas del oso. Una cajita diminuta.

La abrió, un pequeño papel escrito a mano apareció frente a ella cubriendo lo que sea que hubiera debajo. "y por si el oso no fuera suficiente, quizá con esto logres perdonarme"

Ella ahogó una risita y quitó la nota.

Un collar de plata fino con el dije de una piedra de cuarzo transparente enredada entre lazos plateados brillaba frente a ella. Era precioso.

Tragó saliva con fuerza y se mordió el labio inferior.

¿Debía ir?, antes de pensarlo demasiado, tomó al oso del brazo y fue a su habitación.

Estuvo a punto de tocar a la puerta cuando escuchó su voz. Hablaba con alguien.

No estaba solo.

–...no sé qué pretendes de mi Killian, lo juro.

La voz era dulce y femenina. Él susurró algo que ella no consiguió escuchar.

Sabía que estaba mal lo que hacía pero no lo pudo evitar. Se acercó más a la puerta y agudizó la audición.

–¿Me estás hablando enserio?, no lo puedo creer. Y mira que me caracterizo por ser paciente, pero parece que nada te viene bien a ti. ¿Me vino hasta aquí para esto?

–Viajaste hasta aquí con el avión de mi familia, en unas vacaciones pagadas de nuestro bolsillo, no finjas que te ha costado tomar la decisión. Era urgente que habláramos de esto, y yo...

–Ay por favor, eres increíble. Y no lo digo como un halago Killian. Si esto es todo lo que puedes ofrecer este viaje ha sido una perdida de tiempo para mi.

Cuando escuchó los tacones sobre la madera del suelo ya era demasiado tarde. Leia solo alcanzó a impulsarse con las manos para parecer que estaba llegando a la habitación en vez de estar alejándose de la puerta, cuando alguien la abrió de par en par y dos grandes ojos aguamarina se clavaron sobre ella. Su cara de porcelana y su melena salvaje llena de rulos gigantes negros y perfectos la dejaron sin aliento, era la primera vez que la imagen de otra mujer la hacía sentir menos. Impactaba, no solo que fuera alta, bella, como sacada de un cuadro, sino que además su voz era dulce y sus movimientos suaves y calculados. Era la definición de la elegancia.

No había que ser un genio para reconocerla, esa cara era la portada de muchas marcas del momento, Cecilia Lint.

Si por fotos era preciosa, en persona le quitaba el aliento a cualquiera.

–Oh cariño, lo siento, ¿te hemos molestado con nuestros alaridos verdad?

Killian se acercó a la puerta cuando escuchó a Cecilia hablando.

–¿Nuestros? –susurró él con un gruñido.

Cecilia agitó una mano despreocupada para callar a Killian.

–¿Tú debes ser Leia verdad?

–Si –respondió ella cortante ocultando el oso de peluche detrás de sus piernas y le dirigió una mirada fugaz a Killian que se masajeaba el puente de la nariz con los dedos. Parecía exhausto.

–Bonito nombre –dijo Cecilia y le dedicó una sonrisa amiga. –Descuida, yo ya me iba. Tenía asuntos que atender con el susodicho, pero ya sabes... –lo miró por sobre su hombro y agregó –hombres.

Luego se volvió a Leia y casi la encandiló con su sonrisa.

–Siento que nos hayamos conocido así. Espero que descanses querida –luego su sonrisa se borró cuando agregó– adiós Killian, y ni se te ocurra volver a llamarme.

Las redes del prejuicioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora