X. Las Tres Cabezas del Dragon

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Arco X. Hydra
las tres cabezas del dragón

donde las tres cabezas del dragón no necesariamente se refería a tres targaryens y en donde aemond obtiene tres dragones por el precio de uno


"Now I see fireInside the mountainAnd I see fireBurning the treesAnd I see fireHollowing soulsAnd I see fireBlood in the breezeAnd I hope that you remember me"

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"Now I see fire
Inside the mountain
And I see fire
Burning the trees
And I see fire
Hollowing souls
And I see fire
Blood in the breeze
And I hope that you remember me"

-I See Fire; Ed Sheeran

La Reina Alicent Hightower tomaba la pequeña mano de un Aemond Targaryen de diez años mientras lo llevaba a Montedragon

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La Reina Alicent Hightower tomaba la pequeña mano de un Aemond Targaryen de diez años mientras lo llevaba a Montedragon.

La broma que Aegon, Lucerys y Jacaerys le jugaron había sido la gota que derramo el vaso para la joven reina pelirroja. Ya no soportaba ver a su amado hijo llorar por no tener un dragón, por no sentirse un Targaryen aunque su pelo plateado, sus ojos amatistas y sus rasgos aristocráticos lo señalaban como una belleza de Valyria. Alicent no iba a soportar que Aemond comenzara a dudar de si mismo.

—No es justo, Madre. ¿Porque solo yo? ¿Porque ninguno de mis huevos eclosionaron? ¿Porque soy el unico Targaryen sin dragon cuando los hijos de Rhaenyra tienen uno? No quiero que la corte, los nobles o mi propia familia sigan burlándose de mi falta de dragón. Solo soy un dragón sin alas.

—Tu tendrás un dragón, Aemond. Lo prometo. —juro Alicent.

—Tendrá las tres cabezas del dragón. —murmuró Helaena a un lado, siendo ignorada por sus dos angustiados familiares.

Aquellas palabras chocaron a Alicent mas profundo de lo que la joven pensó que lo harían. Saber que su esposo no hacía nada mas que dejar que su hijo se hundiera en la miseria mientras protegía a Rhaenyra de sus faltas y a sus bastardos. Asi que sin escuchar ni pío, tomo a Aemond y emprendió camino a Montedragon.

Aemond Targaryen saldria de ahi con un dragon, si o si.

El viaje fue algo largo, pero una vez allí, frente a la gran montaña y con varios guardias a su lado, Alicent solto la mano de Aemond y decidio confiar en la sangre Targaryen que corría por las venas de su hijo. Por un momento traicionó a los Siete y rezó para que los dioses de Valyria, si es que existian, protegieran a su pequeño hijo y le otorgaran un dragón.

—Ve, Aemond. Expande tus alas y reclama a tu dragón. —ordeno Alicent. Con una mirada decidida, Aemond asintio y solto la mano de su madre y emprendió su camino.

Desde que llegó a Montedragon, había sentido algo, como si estuviera siendo jalado hacia una dirección. Aemond no podia resistir la llamada, asi que ignoro todo a su alrededor y se concentró en adentrarse hacia aquella cueva profunda y oscura. Si no fuera por su antorcha, Aemond no sería capaz de ver ni sus manos frente a el. Pero la antorcha le otorgó luz, y fue asi como pudo ver que en medio de la cueva, había un gigantesco huevo sentado en una piedra negra. Era el huevo de dragón mas grande que había visto, podía jurar que era tan grande como su torso. Ademas era muy hermoso, de un fuerte color negro con varias escamas de un hermoso color dorado.

Aemond quedó fascinado. Habia visto muchos huevos de dragones. El mismo habia pasado por casi una docena de huevos que jamas eclosionaron. Pero el huevo frente a el era muy diferente. Desde su gran tamaño, hasta las escamas que eran mucho más filosas, ademas de tener pequeñas picos saliendo de algunas de ellas. Era el huevo mas extraño que había visto.

Aquel llamado lo había traído a un huevo, un huevo que sería solo de el. Un huevo del que saldría un gran dragón y del cual el sería el primer jinete. El cuerpo del príncipe plateado temblaba de emoción. Al fin nadie volvería a burlarse de el o se los daría de comer a su dragón.

Con reverencia, Aemond agarro el huevo desde abajo, donde las escamas eran menos afiladas y donde no habían tantos picos. Sin embargo, y aunque trato de ser cuidadoso, el huevo era más afilado de lo que pensó y sintió como pequeñas agujas apuñalaban sus pequeñas manos, asi que con un quejido dejó el huevo donde estaba. Miro sus manos, solo para ver una pequeña gota de sangre. Aemond no tuvo tiempo de pensar porque escucho un sonido de algo fracturarse.

Su mirada rapidamente se fijó en su huevo, pues no se perdería por nada del mundo el nacimiento de su dragón. Poco a poco, el huevo entero se fracturó y con fuerza, los pedazos del huevo salieron volando, causando que Aemond dirigiera su mirada al suelo y se cubriera su rostro con sus manos. Fue cuando escucho un pequeño gruñido que bajo sus manos y miro a su dragón.

Sus ojos se abrieron.

Frente a el no tenia a un dragón.

Tenia a tres.

No exactamente, era un dragón, pero habían tres pequeñas cabezas que lo miraban con curiosidad. Sus hermosos ojos carmesís brillaban con un fuego que amenazaba con jamas apagarse. Era igual de hermoso que el huevo, eran un pequeño dragón negro con sus extremidades de un hermoso color dorado. Y no solo tenia tres cabezas, pero tenia dos colas con picos en ellas.

—¿Que clase de dragon eres? —pues aunque el escudo de los Targaryen eran tres cabezas en un dragón, jamas se había escuchado de uno en realidad. Y ahora, Aemond tenia un dragon que literalmente encarnaba el símbolo de su casa en sus manos.

Con unos pequeños rugidos, las tres cabezas de dragón anunciaron su llegada al mundo. Y Aemond no pudo hacer mas que sonreír.

Con pasos algo torpes que poco a poco cambiaron con mas seguridad, el pequeño dragón se acercó al príncipe, quien no dudó en tomarlo entre sus brazos como si fuera un bebe.

—Necesitas un nombre. Un nombre único para un dragón como tu. —le susurro al dragón mientras acariciaba las pequeñas cabezas.— Deianeira. Destruccion. Nada menos para ti, un ser capaz de gran destruccion. La Reina de la Destrucción.

Con una sonrisa en sus labios, el príncipe de diez años salió de la cueva con su dragon en sus brazos. No podía esperar a ver la mirada de su madre al ver que tenía un dragón, uno muy especial.

La historia los iba a recordar.

Madness and Greatness Can Both Share a FaceWhere stories live. Discover now