Plan de contingencias de postguerra

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Shizune terminaba la jornada del día, estaba demasiado cansada, tanto física como mentalmente, pero el trabajo era lo único que parecía darle sentido a su vida.

La guerra había terminado mejor de lo que cabía esperar, el trabajo de reconstrucción avanzaba con lentitud y se habían priorizado aspectos prácticos como la búsqueda de los enemigos residuales, el control de los capos oportunistas que habían aprovechado la reducción de personal ninja en lugares que no se consideraban puntos estratégicos para la guerra, para extender sus negocios ilegales, así como la atención de heridos.

Su vida se había convertido, de pronto, en un meticuloso horario de trabajo de hasta 18 horas.

A las 4:30 hrs, se levantaba para bañarse y llegar al hospital en donde otros médicos de menor especialidad habían pasado la noche ordenando a los pacientes y preparándolos para ser intervenidos por los pocos cirujanos disponibles. A lo largo de los días, se habían visto en la necesidad de priorizar cirugías, de modo que, recién el día anterior, habían empezado a atender a los que habían perdido algún miembro, después de haber terminado con los que presentaban hemorragias internas y daños en órganos vitales.

No era como si los médicos se tomaran su tiempo de mala fe, era simplemente que, aunque se esforzaban mucho, sus chakras tenían un límite, y una vez que lo alcanzaban, era necesario que descansaran antes de poder continuar.

Además, había otro problema, Konoha era la única aldea que tenía un número razonable de médicos. Las otras aldeas se habían visto superadas en números ridículos, y la honorable quinta maestra Hokage, como uno de sus últimos edictos antes de delegar su cargo a Kakashi, había encomendado brigadas de Konoha para que apoyaran a los escasos médicos de otras aldeas, lo que dejaba una menor cantidad de gente disponible para atender el hospital.

Tsunade había renunciado, no por negligencia, sino para poder dejar las cuestiones políticas, administrativas y financieras a una persona que no era capaz de curar una rodilla raspada, pudiendo ella unirse a los médicos a tiempo completo.

Suspiró mientras veía sus pálidas manos ser lavadas por centésima vez, quizás, en lo que iba del día. Su agotamiento también dejaba mella en la circulación, sus dedos tenían un aspecto ligeramente magullado, ligeramente azul, por no hablar de que se le estaba cayendo el cabello de forma alarmante.

Miró de soslayo a los aprendices, aquellos que aún no tenían la capacidad de realizar el trabajo de un cirujano, pero estaban a cargo de otras tareas igualmente importantes como la limpieza de quirófanos, antes y después de cada cirugía.

Se mostraban alegres pese a la hora y toda la acumulación de trabajo, pensó con recelo que se debía a que eran más jóvenes, por ende más fuertes, pero se consoló con el hecho de que ellos no tenían el mismo nivel de desgaste que cualquiera de los médicos más avanzados.

Tomó su chaqueta y después de desearles una buena noche, o lo que quedaba de ella, salió con intenciones de comer algo en la cafetería antes de marcharse a su departamento y dormir un poco.

Estaba agradecida por el servicio de 24 horas, le evitaba el penoso proceso de calentar comida congelada y cenar sola, ya que siempre podía encontrarse con alguien más para hacer menos ermitaño el rato.

Suspiró mientras separaba sus palillos desechables.

—¿Te molesta, Shizune-san? No es que el lugar esté lleno y no haya otro sitio, es que solo seríamos nosotros tres en toda la cafetería y sentarnos separados sería extraño, ¿no lo crees?

La voz suave de Izumo alejó de su mente los pensamientos melancólicos, asintió con una tímida sonrisa y pronto el bullicio que se terminaba armando con Kotetsu, hizo que se riera por primera vez en mucho tiempo, tanto que le dolía el estómago.

La inusitada torpeza de un shinobi (cómo errar misiones paso a paso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora