Terzo observó el techo del auto, tratando de contener las lágrimas que querían desbordarse de sus ojos. Todo le daba vueltas a su alrededor, y todo sonido cercano no se oía como tal, el mundo parecía un horrible reflejo distorsionado de la realidad, pues aquello que no quería ver finalmente le estaba pasando factura. Miró sus manos temblorosas una vez más y trató de concentrarse y controlar su respiración agitada. La presión hacía que el corazón quisiera explotar o salirse del pecho en cualquier momento. Dejó escapar un quejido en un intento inútil por apagar sus ganas de estallar, cuando de inmediato, una mano en su hombro lo hizo sobresaltarse.
—Hey, respira... —La voz del cardenal irrumpió con gentileza y un atisbo de preocupación, casi había lástima en su hablar—Volveremos al Ministerio y no va a sucederte nada malo, te lo prometo, no dejaré que eso pase.
—E-esto... —Su respiración apenas lo dejaba hablar—Ngh... Q-qué patético...
—Jonnathan, no me ignores —Le pidió con tranquilidad—No miento cuando digo que no dejaré que nadie te haga nada, no juego.
Jonnathan miró a Raphael a los ojos. La expresión del cardenal se mostraba serena, y a pesar de que los labios le temblaban levemente, parecía que quería sonreirle, y ahí fue cuando el ex papa lo descifró, porque Copia era como un libro abierto, él siempre fue sincero, genuino, sus cartas estuvieron siempre sobre la mesa, y no le importaba recibir un par de golpes de la vida si eso significaba ser fiel a sus valores.
Copia era un ser humano maravilloso, porque era capaz de amar, pero a la vez eso era una debilidad, porque... ¿Cómo era un ser tan maravilloso como Copia capaz de amar a Terzo?
«¿Por qué me está viendo así?— Pensó Terzo—¡¿Qué he hecho yo para que sea así conmigo?! Después de cómo lo traté, por qué me observa a mí de esa forma y... ¿Por qué me siento tan desagradable? Soy terrible, no me mires así, imbécil » Pero sin embargo, le costaba soltar alguna palabra. «No merezco esto, ¿Qué te hace pensar que de alguna forma lo hago?»
Se dio cuenta de que se había quedado paralizado, rígido ante la bendición que Lucifer le había enviado, y tuvo el desagradable impulso de aferrarse al cálido abrazo del castaño.
Raphael se sorprendió pero no hizo nada al respecto, simplemente envolvió sus brazos alrededor del tembloroso hijo de Nihil. Quién iba a pensar que esa inponente figura que se subía al escenario hace tan solo un par de años, estaría ahora en sus brazos, él que representaba la resiliencia, derrotado, él que representaba la rebeldía, sumiso y sucumbiendo al peso del mundo. «¿Qué voy a hacer ahora?» Pensó Raphael.
—Está bien...—Murmuró el cardenal—No es patético, es normal. ¿No crees que ya has soportado mucho?... Debes estar cansado, ¿Verdad?
Terzo asintió con la cabeza y cerró los ojos con fuerza, como si quisiera olvidar su situación actual, quería salir corriendo, pero no había a dónde huir, y por primera vez, se veía obligado a dejar a un lado el orgullo que caracterizaba a su linaje.
—Entiendo...
Copia guardó silencio, y simplemente se quedó pensando en que a lo mejor, Terzo no se daba cuenta de lo que realmente significaba para él. Copia lo veía como a alguien audaz, valiente, que sin importar las consecuencias defendió sus ideales hasta el fin, y aunque no supo cuidar su espalda lo suficiente, trató de hacer algo por el Clero, y sí, Terzo era orgulloso, y a veces irritante, pero también tenía una amabilidad oculta, y no era solo un presentimiento, lo sabía porque habló con los hermanos de este.
Ahora, Raphael estaba algo enamorado de Jonnathan, pero estaba dispuesto a dejarlo ir en cualquier momento si eso era lo que debía hacer, también iba a dejarlo ser, no iba a obligarlo a ser algo que no era, pero primero, iba a mantenerlo con vida, porque ¿Cómo un ser tan maravilloso como Terzo no merecería el mundo?
