- 5 - Paladines

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Imagine - David Garret.

—¿Tienes hambre?

Abro los párpados con pesadez.

—¿El qué? —preguntó somnolienta.

Lo primero que logro ver con claridad es un cuenco de arcilla humeante. Huele a guiso.

Mi estómago ruge clamando por comida.

Le arrebato el plato de la mano a Ruffian.

Tomo la cuchara de madera con decisión, pero me detengo abrutamente y la miro minuciosamente.

Oigo un gruñido mitad risa.

—Tranquila, no está envenenado.

Me llevo la cuchara a la boca. Cierro los ojos y saboreo el plato caliente sobre mi paladar. Cuando trago la comida lo miro: como siempre, luce inmaculado, como si anoche ninguno de nosotros se hubiera ido a dormir tarde.

—Está delicioso, gracias al chef, ¿quién podrá ser? —Me siento en posición de indio. Las palmas de mis manos cálidas gracias al contacto con el plato.

Mi comentario hace que su sonrisa se agrande y sus ojos violetas se achinen.

—¿De verdad? —inquiere repentinamente una voz joven.

Me giro de lleno para ver a los otros tres con cuencos humeantes en las manos. Todos se mostraban indecisos.

Nimpi se encoge de hombros para luego aventurarse a darle una probada. Lo saborea durante unos segundos en que todos nos quedamos expectantes, observando como movía sus cachetes, luego y por último, como tragaba la preparación.

Nimpi sonríe y una lágrima dramática sale de sus ojos color miel.

—Es.... especial.

Y con eso las dos últimas se deciden por comer.

Eloísa deja de tragar de repente y su rostro se transforma en la repugnancia. Sin embargo, cuando es consciente de que su mentor la está observando, da un respingo y sigue comiendo mientras lágrimas caen de sus ojos.

Prescindiendo de eso, mi gran y educada hermana escupe toda la comida mientras da arcadas.

—¡Nimpi! ¡Se supone que esto estaba rico!

Veo llorar al niño, pero con su sonrisa impoluta.

—Y lo está, es un gran cocinero —su tono de voz dice todo lo contrario.

Me vuelvo a Ruffian, con extrañeza.

—Pero, el mío no sabe mal. ¿Quieres deshacerte de ellos, tan pronto?

Ruffian suelta una carcajada.

—¡Ojalá y pudiera!

Eloísa se atraganta.

Él toma su cuenco para sentarse y apoyar su rabadilla en Gris, que estaba acostado en el suelo. ¿Los caballos no dormían de pie?

Antes de probar la primera cucharada, se vuelve a mí una vez más.

—El suyo carece de buen sabor porque tiene medicina, para evitar que se enfermen, después de todo: no es recomendable meterse al agua con tantísimo frío y bajo el sereno de la noche. —Finalmente prueba su propia preparación, y mientras lo hace, su ceño se va frunciendo y su rostro transformando en una mueca.

Pensé, mientras hacía un esfuerzo para subirme a Vanitas —cuarto intento, no soy una experta en cuanto a subirme a caballos se trata ¿de acuerdo?—, y me abrigaba con una capa más fibrosa y calentita. En los chicos con los que había estado: apuestos y de buena clase; todos ocupaban una belleza física y encantadora, incluso mi ex novio, el cual sigo aborreciendo, todo eso a diferencia de ese brujo que viste de negro y tiene una piel terza del color de la luna que se encuentra intentando ayudar a mi hermana —que se subió a Jake pero al revés, mirando hacia la grupa y con las riendas en la espalda—, y que sin embargo, mi hermana ignoraba porque si alguien me hace daño le marca la cruz. Bueno, él tiene otro tipo de belleza, que por su rareza atrae a cualquiera: una más ¿natural....? ¿mágica?

El Tren Délbalhia -Nacer-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora