Capítulo 10: Sunoo.

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- Esto es lo único que conseguí - me dijo Jongseong.

Asentí y tomé las hierbas medicinales. Rápidamente mezcle con agua caliente y lo serví en una taza. Me acerqué a la cama y me senté a su lado.

- Toma, Sun. Te sentirás mejor - le aseguré.

Sunoo aceptó el remedio y con mi ayuda comenzó a beber el brebaje. En poco tiempo el líquido se terminó, al igual que las energías de Sunoo. Sus pequeños ronquidos me aliviaron.

- Gracias - murmuré.

- No hay nada que agradecer. Sunoo se sentiría peor de haber sido más tarde - mencionó.

Ambos salimos de la habitación, pero antes le di un vistazo a Sunoo. Era un bello ángel al descansar, tan relajado... Sereno.

- Debemos dejarlo en casa, debemos trabajar - mencionó Jongseong.

Aunque me disgustaba la idea de dejar a un lado a Sunoo, debía hacerlo. Debía recabar la suma necesaria sí su salud empeoraba. Asentí con la cabeza y seguí a Jongseong hasta las afueras de la vieja y casi caída casa donde vivíamos. Di un último vistazo antes de partir, esperaba que Sunoo estuviera mejor a nuestro regreso.

Pensé muchas veces en la causa de su deteriorada salud; claramente tenía fiebre, dolores de cabeza constantes, sarpullido y lo que comenzaba a preocuparme, la pérdida de peso. No podría ser la causa estar en esa cueva, en el mar... ¿Qué podría ser?

Seguí dando vueltas en círculos hasta llegar a la cantina... No era la misma odisea trabajar sin él, el sentimiento de un enorme vacío se apoderaba de mí. Estaba acostumbrado a verlo danzar por ahí y por allá a ese chico encantador. Riendo y contagiando el buen ambiente a los clientes más ermitaños. Él ya era parte del local, él ya era parte de mi vida. Él era una pieza esencial en todo ese rompecabezas.

Deje de prestar atención a mis pensamientos cuando escuché un fuerte estruendo. Al mirar al frente, pude ver como un grupo de hombres entraban a la fuerza con armas de fuego en mano, encabezados por aquel sacerdote. Inmediatamente mis alarmas se encendieron.

- No pueden entrar de esa manera a mi cantina - les dijo Jongseong.

- ¿Dónde está ese hombre? - preguntó el sacerdote.

Yo sabía a qué hombre se refería.

- No entiendo de qué me habla, padre - le contestó Jongseong.

Antes de qué alguien más contestará, me interpuse.

- Sacerdote Park, no tiene nada que buscar en este lugar. Del hombre que amenaza con castigar, no está aquí - le mentí.

- En el nombre del señor, hijo mío - me respondió. - Kim Sunoo es el sodomita que atemorizó a ese hombre. Él trabaja aquí, vive aquí. No nos iremos a ninguna parte sin ese pecador - sentenció.

Mi cuerpo estuvo a punto de caer rendido, pero Jongseong me sostuvo por el brazo y me apartó.

- Padre Park Jin-young. Ese empleado no es lo que le acusan. Ese hombre simplemente... Es un borracho que pretende a las mujerzuelas, se burla de ellas. Son delirios de un simple borracho, no es más que eso - mintió Jay. - puede redimirse, puedo convencerlo de hacerlo, padre. Se lo prometo - aseguró.

El sacerdote nos miró de pies a cabeza varias veces antes de dar media vuelta, mirar a sus hombres y hablar:

- Hijos míos. El honor de un hombre siempre recae en el licor, hay perdón por ello. Pero recuerden hijos míos, al hombre que se le vea fornicar con otro hombre, siempre será castigado. - en ese momento miró por encima de su hombro, mirándome fijamente - sin importar el lugar, inclusive en las sagradas arenas del señor - sentenció.

Sentí como una infernal furia se apoderaba de mi cuerpo, ese maldito... Nos había vigilado.

- Busquen en la playa y en casa de los Park, ese pecador no se escapará - ordenó.

- ¡¡NO!! - grité con todas mis fuerzas.

En ese momento la furia se apoderó de mí, fui directo contra ese desquiciado padre. Sin importar las leyes del señor o la tontería que fuera, en cuanto ambos tocamos el suelo de madera, di el primer puñetazo. Golpe tras golpe, grito tras grito. No podía parar.

Pero esos hombres me tomaron a la fuerza, alejándome del sacerdote que sonreía con burla. Me miraba con ese sarcasmo... Ese malnacido.

- No lo dejen ir - les ordenó a sus hombres.

- ¡Maldito! ¡Púdrete hijo de puta! - grite.

Aquellos hombres comenzaron a arrastrarme hacía uno de los cuartos de depósito, el mismo dónde antes vivía mi amado ángel. Sunoo... No iba a permitir que nada ni nadie lo tocara.

Con todas mis fuerzas, hice un forcejeó hasta poder soltar un golpe a uno de los hombres con mi codo, y tan rápido como me fue posible, golpee al otro que tomaba mi brazo. Salí corriendo de la cantina pero no encontré a nadie, ni siquiera a Jongseong... Él.

Comencé a correr por los callejones de la natalidad, sin importar que golpeará a otros, sin importar nada. Corrí hasta llegar a la colina dónde se encontraba esa destartalada casa. Conformé me fui acercando, escuché gemidos de dolor y un grito que me destrozó por completo; las lágrimas amenazaban con salir en cualquier momento.

Al llegar a la cima, logré ver a mi hermano tirado en el suelo, siendo golpeado por dos hombres. Sin pensarlo fui corriendo hacía ellos y me tiré a golpearlos, dando un poco de ventaja a Jay. Entre los dos logramos deshacernos de esos dos hombres.

- Se lo llevaron - murmuró.

Miré a Jongseong con lágrimas en los ojos, con tristeza. No era su culpa, no había podido evitarlo. Pero no me rendiría tan fácilmente, para nada.

- No tiene caso - me advirtió.

- Lo amo, Jay - confesé.

Esas fueron las últimas palabras que le dije a mi hermano ese día. A lo lejos escuche sus llamados pero los ignoré por completo. No me iba a detener hasta que la seguridad de Sunoo estuviera garantizada.

Pensé por un momento, donde podrían haberlo llevado, pero no fue necesario cuando al llegar al centro de la natalidad escuche la voz de ese inmundo dando una charla. Al acercarme, pude ver a Sunoo, atado de manos y de pies. La impotencia me consumió y fui directo hacía él, pero antes de poder llegar sentí los brazos de dos hombres tomando los míos. Hice un forcejeo una y otra vez pero otro hombre me tomó por detrás.

- Sunghoon, has llegado en el momento indicado - mencionó ese malnacido - ¡El día de hoy estamos reunidos para castigar a los pecadores, a los sodomitas y burlones! - exclamó.

- ¿Burlones, padre? - preguntó un pastor.

- Así es, hijo mío. - respondió - no sólo castigamos a un sodomita, sí no, a un engendro que se burló de los hombres de nuestra natalidad: por muchos años, se habló de una mujer que deambulaba por las calles de nuestra comunidad. Engañando a los hombres, seduciéndolos. Este inmundo se vistió cómo una mujer, inclusive bailó frente a un hombre intentando seducirlo. Nadie debe burlarse de la hombría, ¡Nadie! - exclamó. - El día de hoy, se hará historia. Nuestras próximas generaciones sabrán que ir en contra de las leyes de nuestro señor son penadas - sentenció.

El sacerdote se alejó de Sunoo y con una seña hizo que un hombre se acercará a Sunoo con una venda en mano. Antes de qué taparán sus ojos, me miró con esa pureza, con aquel brillo que siempre me dedicó. Me dedicó una última sonrisa.

De la nada, escuché un sonido que reconocía. Miré alrededor, mirando a tres hombres con armas de fuego en mano, estaban preparando la pólvora en ellos.

Di un último intentó de zafarme del agarre de esos hombres pero fue inútil. Simplemente podía esperar... Esperar hasta que lo peor pasará.

El sacerdote levantó su mano al aire, esperó unos pocos minutos y la bajó hasta la altura de su cintura. En ese momento, los hombres dispararon:

El primer disparo fue a parar al hombro de Sunoo; él se quejó y apretó la mandíbula. El segundo disparo fue a parar a su muslo y por último, el tercer disparo fue a parar a su pecho, quitándole la vida inmediatamente a Kim Sunoo.

[ENHYPEN] Woman bodyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora