Capítulo 7: Amor.

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El mismo solsticio aparecía tras las ventanas de la cantina. Siempre era una costumbre mirar la llegada y la ida de ese resplandeciente.

- Siempre lo miras - escuché detrás mío.

Una sonrisa se formó en mi rostro. Siempre era él. Mi pequeño ángel.

- Sun, es sólo el sol - le contesté.

- Parece tener más atención que yo - respondió.

Reí por lo bajo. Me acerque a él y lo abrace por la cintura.

- Nadie se compará contigo, Sun. - afirmé. Poco después, lo alcancé y coloque un dulce beso sobre sus tiernos labios - tú eres mi único sol - murmuré.

Él sonrió con esa amplia sonrisa suya. Amaba esa sonrisa. Esa sonrisa que miraba cada mañana desde hacía dos meses. Ambos regresamos a la pequeña y vieja cama, estábamos listos para pasar una madrugada agradable. Pero debí haber prevenido lo que vendría.

Horas más tarde despertamos al son de unos golpes estrepitosos a la entrada de la cantina. Faltaba poco para que nuestras puertas abrieran por lo que me acerqué confiado de no encontrar nada mortífero. Al abrir la puerta me encontré con una gran sorpresa.

- Sacerdote - murmuré.

- Hijo, permíteme el paso - ordenó.

Me hice a un lado; vi al sacerdote entrar al lugar y poco después se sentó en una de las primeras mesas.

- Ven, hijo - llamó.

Acate y me senté a su lado.

- Es demasiado temprano, padre, no esperaba recibirlo - mencioné.

- Hijo. Quiero ser claro - carraspeo - hace algunos días, me ha llegado un recado de parte de los pueblerinos: dicen que han escuchado cosas inaudibles por las noches y un hombre de buena fé se acercó a mí. Me habló sobre sus ansias por beber. Se redimió - aclaró - confesó que hace unas noches intentó robar el licor pero una imagen lo perturbó. No concilió el sueño por varias noches después de eso - explicó.

- Sacerdote, ¿Qué miró ese hombre? - le pregunté temeroso.

- Contó que había visto a dos hombres frente al pequeño escenario: uno de ellos vestía como una mujerzuela, danzando frente al otro que miraba atentamente - respondió.

En ese momento sentí un enorme pesar. El sudor frío comenzó a recorrer mi frente y sentía una enorme impotencia.

- Intenté saber de quién se trataba aquel hombre pero no habló, dijo que conocía a los hombres pero que no quería que Dios los castigará por sus pecados. Mentir a la casa del señor no es un pecado pero es una falta de respeto - mencionó y cambió el rumbo de su pesada mirada - hijo, ¿Sabes de qué hombre hablaba ese hombre? - me preguntó.

No sabía qué hacer. No sabía qué decir.

Con el poco coraje que resguardaba, intenté pensar en algo que pudiera usar a mi favor pero... ¿Qué favor podría tener ante un testigo?

- Sacerdote. Puedo hablar con certeza al asegurarle que no sé de qué hombre me relata. Cada noche cierro y voy a casa. Quizás el hombre deliró en la búsqueda de alcohol - respondí.

Aquel hombre miró de arriba a abajo un tiempo antes de relamer sus labios y cruzar sus brazos.

- Sunghoon. Me conoces. Te vi cuando eras un pequeño niño - mencionó - sé cuando me mienten y eso me molesta mucho - aseguró.

- No sé nada - dije una vez más.

- Park Sunghoon, te ordenó decirme el nombre del sodomita que aterroriza nuestra natalidad. No defiendas a los incultos, no deshonres a nuestro señor - sentenció.

- Sacerdote, habló con la verdad. Juró en nombre de Dios que no sé nada - respondí.

El sacerdote se levantó de su lugar y acomodó sus ropajes antes de caminar a la salida, pero antes de que saliera, dirigió su mirada hacía mí.

- Encontraré a ese pecador, cueste lo que cueste, lo escondas lo que lo escondas - sentenció.

En ese momento pude soltar un gran suspiró qué me regocijo. Pero sabía que esas palabras no eran en vano, sabía que esas palabras eran una clara advertencia de que algo podría suceder. Mi ángel, mi sol, mi Sun... Él estaba en peligro y no iba a dejar que le sucediera nada.

- Sunoo - lo llamé.

Él me miró aún sin la camisa puesta, me dedicó una sonrisa.

- ¿Todo está bien? - me preguntó.

Me senté en la cama y lo miré con preocupación.

- ¿Sunghoon? - me llamó confundido.

- Sunoo... El sacerdote acaba de hablar conmigo - le informe.

Él asintió con la cabeza y aún expectante se sentó a mi lado.

- Un hombre entró a la cantina hace unos días y vio algo que no debía - le informe - quieren cazar al hombre que vestía cómo mujerzuela - terminé de hablar, pero fue inevitable que mi voz se quebrará y mis lágrimas comenzaran a resbalar por mis mejillas.

Sunoo no dudó en abrazarme con fuerza, escondí mi rostro en su cuello, intentando que las lágrimas pararan pero era inevitable. En aquel momento pensé en lo peor; sabía que la iglesia penaba cualquier comportamiento fuera de la natalidad. No pensaba en mi propia muerte, pensaba en el tormento que podrían causarle a Sunoo por vestir con esas ropas. Podrían inculpar de burla hacía los hombres; sus castigos no eran para nada piadosos, lo sabía.

- No sucederá nada - murmuró.

- Lo escuche claramente. No parará hasta conseguir su objetivo - me hice a un lado y lo miré directamente a los ojos - no permitiré que te toquen ni un solo pelo - sentencié.

- Sunghoon, no sucederá nada. Además, no hay persona que me conozca más que Jongseong. Sí aquel hombre nos vio divirtiendonos, no sabrá mi nombre - me dijo.

- Pero puede describir tu rostro, puede describir tu movimientos, puede... Puede asociarte con la leyenda - aseguré.

Sunoo abrió los ojos con precipitación y tragó saliva. Era cierto y él lo sabía.

- Pueden cazarte fácilmente, Sun. Vives aquí, nunca sales de está cantina. Pueden asociarte... - dije.

Debía haber una manera de salvarlo de cualquiera de las trampas que los pueblerinos o el sacerdote recabarán. Podría haber una solución...

- Sí yo... - carraspeó - sí yo viviera con ustedes, no sería tan acribillado - mencionó.

- ¿Vivir con mi hermano y conmigo? - preguntó.

- Es una mínima solución para la vivienda. Lo demás... Los juegos culminaron, por un tiempo - sentenció.

Asentí con la cabeza. Estaba de acuerdo. Ningún riesgo debía ser corrido.

- Te daré mi pequeña habitación. Te sentirás cómodo - mencioné.

Él negó con la cabeza.

- Es tuya, no mía - respondió.

- Todo lo mío es tuyo, Sun. Hasta lo más indecoroso - le contesté.

Sunoo río por lo bajo y me dedicó una dulce sonrisa.

- Te amo - murmuró.

Un vuelco acecho mi pecho. Nunca había escuchado a un solo ser dirigirme tan amorosas palabras, ni siquiera mis fallecidos padres. No evité sonreír al término de esas palabras.

- Te amo, Sun - le respondí en un murmulló.

El poco espacio que nos distanciaba se redujo con los segundos, poco a poco sentí sus suaves labios contra los míos. Al paso, ambos acabamos acabando con nuestra respiración. Ambos reímos, volviendo a repetir el momento hasta que escuchamos el llamado de Jongseong. 


[ENHYPEN] Woman bodyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora