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Él y yo no eramos conocidos; no compartíamos el mismo círculo de amigos; no nos juntábamos y no hablábamos, pero no hacían falta las palabras. Con una sola mirada se desarrollaba entre nosotros una poderosa conexión que nos llevaba a mirarnos el uno al otro continuamente.

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Ella era para bastante sonriente, demasiado alegre, muy llena de vida, desde sus preciosos ojos de mar, su cabello rubio, su piel pálida, ella era el cielo. Justo como...

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Él es tan frío, tan cruel, tan blanco. No hay alegría, no hay emoción, no hay color, más bien en él veo dolor, el dolor que debe haber guardado tras una infancia difícil. Pero que deja salir cada vez que estamos solos.

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Parece haberme cogido un apego bastante especial y yo no puedo dejar de mirarlo. Me parece que nuestra conexión será lo que motive nuestro gran amor.

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