9. La carta del cajón

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Aquella tarde, Crowley acompañó a Azirafel a la librería. El ex ángel cumpliría su palabra, mostrando, en el cajón oculto tras el mostrador, las plumas negras que había recopilado y conservado con el paso de los siglos; un retrato de Crowley del siglo XVIII y una carta que Azirafel nunca le había enviado pero, cosa sorprendente, tampoco había destruido.

El caído acarició las plumas negras. Representaban una parte dolorosa de sí mismo.. pero con la que también se había divertido mucho.

Luego, observó el retrato, fascinado. Azirafel simplemente comentó: "Te eché tanto de menos durante tu larga siesta que te escribía cartas mientras miraba tu retrato".

- ¿Por qué guardaste esta carta aquí?

- Léela. Una parte de mí siempre quiso que la leyeras. Creo que ese día ha llegado-.

El pelirrojo, intrigado, comenzó.

*
Querido:

Estoy asustado. Han pasado demasiados años desde nuestra discusión. Yo jamás te castigaría de un modo semejante, aunque, en tu descargo, temo que no seas ni mínimamente consciente de la crueldad de este castigo.

Tampoco sabes, pues nunca lo confesaría, que aparezco en tu casa a diario a cerciorarme de que respiras y estás tapado y cómodo.

Soy idiota. Temo que abras los ojos y te burles de mí. Ya te parecía melodramático en exceso. Mucho insistes en que eres más de comedias que de dramas.

Sé que disfrutas el sueño y que, como demonio, no puedes morir, no tan fácil. Pero para mí, como alguien que nunca duerme, existe algo profundamente inquietante en ese acto.

El sueño y la muerte se parecen. He visto a demasiados humanos exhalar cerrando los ojos, sin volver a despertar. Me desagrada ver dormir a cualquiera. Me aterra verte dormir a ti.

Este siglo, en tu omnipresente ausencia, me he entretenido como pude. Algunos entretenimientos fueron cuestionables, lo admito. Al menos desde la perspectiva del Cielo; creo que tú no me juzgarías. Lo confieso: he frecuentado lo que se conoce como "discretos clubes masculinos". Y he descubierto que lo que se entiende aquí por masculinidad... no es lo mío. O sí, según se mire. Otro descubrimiento es que mis tendencias deben notarse en mi habla y ademanes. Me es indiferente. La próxima vez que alguien pretenda insultarme con lo de "Southern Pansy" pienso mostrarme orgulloso.

Por cierto, aprendí a bailar una danza que algún día me gustaría mostrarte. Ahora soy único: el único ángel que baila. Esa danza culmina con un beso. Es una tontería, pero querría bailarla contigo. ¿No había escrito ya que soy idiota?

En uno de estos lugares me hice amigo de Óscar Wilde; gran escritor, mente brillante. Fue condenado por amar algo más que fraternalmente a los varones. Acaba de morir, como aquellos a los que alguna vez he apreciado; es el precio de la inmortalidad. Todos menos tú.
Intento que mi corazón no decaiga. Óscar era comprensivo. Le confesé que amaba a un demonio y me dijo "a veces, que te juzguen como un demonio no es tanto una sentencia moral, sino una noción más ajustada a quien la pronuncia que a quien la recibe". Estoy convencido de que él te hubiera agradado. Y tú también a él, quizá demasiado para mi salud.

En fin, el mundo sigue repleto de las maravillas de la Creación y las personas son la obra más excelsa de la Diosa, aunque sean frágiles y breves. Lloraré su muerte mucho tiempo.

Sin embargo, hay un abrazo que añoro mas que nada. El tuyo. He ido aprendiendo, a fuerza de una dura costumbre, a asumir la brevedad de las gentes; pero sería incapaz de asumir tu desaparición.

Mi alma no lo toleraría. Debido a eso no te entregué el agua bendita. Quizá fui egoísta, además de idiota, sé que no pude elegir peor mis palabras. No soportaría perderte.

Ojalá perdones a quien esto escribe; alguien que hace mucho mucho más que confraternizar contigo y que odia haberte hecho daño. No sé qué sería de mí si el Cielo, además de espiar mis actos, descifrara mi corazón. Quizá caería o me matarían. Mas no puedo ni quiero arrepentirme de quererte.

Tuyo siempre, aunque no lo sepas.

*
Azirafel, azorado, esperaba que Crowley bromeara tapando su lado emocional. O, como alternativa, que balbuceara como una ametralladora y le abordara con un gesto apasionado. Desde que iniciaron su relación, Crowley se mostraba muy pródigo en abrazos, besos y gestos dulces. Era, de hecho, más afectivo en sentido físico que él.

Pero el pelirrojo tendía a ocultar su vulnerabilidad. Así que, lo que Azirafel no esperaba era que Crowley, con las manos temblorosas, comenzara a llorar, en silencio.

- Ay, Ángel - habló, unos largos segundos después de terminar su lectura - qué tiempo tan valioso hemos perdido ¿no? -

El rubio le abrazó.

- De todos modos no nos hubieran dejado, amor mío.
- Tienes razón, pero qué feliz habría sido de despertar mientras me cuidabas. No me hubiera burlado; te habría pedido matrimonio-

Se besaron, dulcemente.

- Yo también quiero enseñarte alguna carta- reveló Crowley - guardo muchas, aunque no sé si alguna es tan impresionante como esta.

- Solo quería que supieras... - se arrancó el rubio - que llevo albergando sentimientos más de lo que crees. Y más de lo que creo. Lo que entendí el día de mis libros no fue exactamente mi amor por ti.

- ¿Qué fue entonces?

- Espero que no te duela; esto solo indica hasta qué punto estaba condicionado por mi lado - explicó Azirafel - Lo que entendí es que eres capaz del amor. Un amor, ya sabes... abnegado, generoso, permanente-.

El antiguo demonio meditó la frase.

- No debería dolerme, yo era un demonio.

Azirafel se puso nervioso.

- Notaba que yo te gustaba, que te importaba. Pero no sabía si por tu especie eras capaz de... cierto nivel de entrega-.

Crowley volvió a callarle con otro beso.

- Eso es pasado. El presente es esto y esta carta tan preciosa. Y yo ahora tengo que estar a la altura -.

Con estas enigmáticas palabras, salieron de la librería.

La Espada Llameante (terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora