Si algo fascinaba a Azira de Crowley era su capacidad de dirigirle adónde quiere. Incluso "hasta sus entrañas" pensó mientras le penetraba en plena vorágine.
No podía evitarlo. Cambiar los papeles le daba muchísimo morbo. No quería ser siempre alguien manso, que se deja llevar.
Tras unas semanas (injustamente) frío con el antiguo demonio, Crowley había exigido explicaciones.
- Me estás haciendo daño ¿lo sabías? - espetó, vacilante.
- ¿Daño cómo?
- Con tus silencios, tu desapego. Tras estos meses, por Satán... ¿Te he hecho algo? -A Azirafel se le revolvió el estómago. No esperaba que Crowley, su Crowley, estuviera sufriendo por él.
El rubio se sentó al borde de la cama, con un largo suspiro.
- Perdóname. No soporto verte sufrir -
Dejando las gafas de sol en la mesita de noche, algo más aliviado viendo la reacción del antiguo ángel, se sentó a su lado, le tomó de las manos y, mirándole a los ojos murmuró: "ayúdame a entender, dime qué te pasa".
- Estoy avergonzado. Me ofendió el silencio de la Diosa; yo siempre había sido fiel. Te envidié. Me obsesioné. A una parte vana de mí le duele haber sido degradado... -
Crowley no necesitó oír más. Él también se había sentido bombardeado por oscuros pensamientos. Sus sospechas se confirmaban. El Cielo y el Infierno empleaban sus mejores y más sutiles técnicas de manipulación, desde el conocimiento profundo de las debilidades de cada espíritu.
Le abrazó. Le besó, con un beso suave y largo. Y, mientras le seguía acariciando la espalda, le comentó:
- También he pensado tonterías, ángel. Mi mayor temor es perderte. Esto es obra del cielo y del infierno. Nos tientan. Nos aterran. Sé lo que digo -Azirafel se estremeció. Crowley lo notó.
- ¿Cómo puedo arrancarme esta angustia?
- ¿Qué hubieras hecho antes?
- Rezar. Pero realmente a lo largo de seis mil años solo fui tentado una vez... y era un dulce martirio, muy distinto, del que en el fondo no quería escapar -.El caído alzó las cejas, inquisitivo. Azirafel le sonrió.
- Eras tú, querido, cómo no. Tenía nostalgia, pero pensar en ti era dulce. Y mi tentación actual se parece más a un un aguijón venenoso clavado en el pecho que emponzoña todo.
- ¿Y sacar tu rabia?
- ¿Cómo? - el rubio quedó estupefacto con la propuesta.
- Permítete la envidia. Permítete la ira. Son emociones. Emociones que nos conectan con la Humanidad... y con nuestra nueva condición. Permítelas, dales espacio y que luego marchen. Debes dejar que salgan. No te mancharán. Eres bueno y yo cuidaré de ti -Azira acabó gritando y llorando con el que fuera un demonio en el jardín del hogar; ese jardín con huerto del que Crowley se ocupaba con tanto mimo. El rubio, espoleado por su pareja y su propia angustia, pateó los arbustos, arrancó ramas a los árboles y propinó puñetazos a la tierra. Así hasta acabar muy sucio, arrodillado, exhausto, desfondado como un globo al explotar; mientras su compañero le contemplaba a distancia con un respetuoso silencio.
- ¿Ves? - dijo Crowley, con la voz llena de amor - has sacado todo sin hacer daño a nadie.
- A tu jardín - se lamentó - y... todo no - pronunció el rubio con un matiz profundo, algo oscuro, un tono que nunca le había escuchado, pero que le excitó inmediatamente.De pronto, con un milagro, aparecieron desnudos sobre la cama, besándose con auténtica necesidad.
- Si me lo permites, te voy a hacer mío- anunció Azira, echando su aliento en su oído.
- Por favor, hazlo - replicó, excitado y subyugado por una nueva cara de su ángel, una versión impulsiva que mordía, pellizcaba y clavaba uñas con estrategia. No por dañar, pero sí con una rudeza inusitada para alguien acostumbrado a ser suave. Parecía haber perdido su autocontrol.- Había otro pensamiento - jadeaba, fatigoso, el rubio, entregado al placer.
- Dime... - al antiguo demonio también le costaba hablar.
- Desde que mis alas son grises... mi deseo ya no es solo de ternura.
- ¿Sí? - Crowley se estremeció.
- Además quiero follarte-El pelirrojo jamás hubiera esperado escuchar una palabra tan tosca y sexy en los labios de Azira.
- ¿Quién te lo impide? Hazme lo que quieras - rogó - pero no vuelvas a ignorarme jamás-.
Cuando terminaron, Azirafel se acurrucó para mimar a Crowley. La pasión había acallado su agitada mente. Por un rato, parecía haberse librado de ese aguijón envenenado en el pecho. Con renovada delicadeza, besó sus sienes, su pelo, su cuello.
- No he sido nada gentil. ¿Debo avergonzarme? ¿Has disfrutado?
- Me corrí dos veces - rió el pelirrojo - claro que disfruté, eres atento hasta lujurioso. Habrá que repetirlo.
- No sé mucho de placer - reflexionó - sí que solo merece la pena si es compartido - besó el tatuaje de Crowley - en mi caso, solo si lo comparto contigo ¿Me perdonas... el haber estado distante antes? -Crowley rodó hacia él de tal manera que quedaron tumbados, frente a frente, el pelirrojo semi incorporado y el que fuera un ángel de espaldas contra el colchón.
- ¿Cómo no voy a perdonarte? Prometamos algo: no callarnos los miedos. No callarnos nada. Esto ya lo habíamos hablado. Debemos apoyarnos. Estamos en nuestro lado, recuérdalo. Puedes compartir cualquier cosa conmigo, ángel, lo sabes ¿no? Pero siendo siempre sinceros el uno con el otro -
Azira le dedicó una sonrisa cálida, encantadora. El rubor, siempre tan delator, volvió a aflorar en sus mejillas.
- Gracias, amor. Te lo prometo. Te quiero. Lo digo poco, debería decirlo más, pero te quiero muchísimo. Ojalá pueda yo ayudarte cuando te sientas mal...-
Crowley le acalló con otro beso. "Sh, tú ya me ayudaste, tu amor me sacó del infierno".